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Cruce de cartas entre el exalcalde J.T. Rodríguez y Santofimio, trae secretos de la política tolimense
Un intercambio de cartas entre Jorge Tulio Rodríguez y Alberto Santafimio Botero, a raíz de la muerte de Mario Rodríguez Padilla, padre del exalcalde de Ibagué, el exsenador y exministro, hace una remembranza tácita de la forma franciscana como se hacía la política en aquellas épocas en el Tolima.
Además de los valores humanos que destaca de Rodríguez Padilla, en una prosa bien elaborada, Santofimio recuerda una época quizá romántica de la forma de hacer política en el departamento, cuando los idearios y las convicciones motivaban los espíritus partidistas y no los maletines llenos de dinero ni los presupuestos oficiales.
Este intercambio epistolar que dejó al desnudo la forma de hacer política en tiempos pasados, surgió a raíz de una llamada que le hizo Santofimio a Mario en su lecho de enfermo hace pocos días. Jorge Tulio, al responder este gesto le escribe a Santofimio: "Su llamada para mi papá represento un aire de vida cuando se despedía de este mundo, el exteriorizó en su cara una expresión de aprecio y de alegría por hablar y despedirse del siempre querido amigo, jefe y líder inmejorable. Y luego añadió: "Gracias por su deferencia y cariño por él, para mi papá era un orgullo ser su amigo y ser reconocido por usted como tal".
Pronto Santofimio, respondió la carta donde hace todo un recorrido, especialmente por el norte delo Tolima, donde relata los recónditos secretos de hacer política en aquella época. Este el texto completo de su misiva:
"Querido Jorge Tulio: Desde el corazón , gracias por el emocionado mensaje que, a nombre de tu familia me enviaste .
Los recuerdos, con luminosidad excepcional, se han agolpado en mi memoria, con ocasión de la partida de tu padre, no por esperada menos dolorosa.
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Con su leal compañía, recorrí la geografía del Tolima, especialmente la del Norte, en la etapa inicial de mi carrera pública. Ninguno de los caminos de nuestra tierra generosa y prodiga, nos fue ajeno. Era mi primera campaña a un cargo de elección popular, la Asamblea del Tolima. Estábamos pletóricos de sueños ideas, proyectos de progreso, cambio democrático, y redención social. Teníamos una esplendida abundancia de recursos oratorios, ideológicos y literarios, y una franciscana pobreza de recursos económicos. Mario, con absoluto desprendimiento, abandonada su labor personal, los fines de semana, y se encargaba de la logística del transporte, y Lázaro Arango, el inolvidable líder liberal, y prestigioso Alcalde del desaparecido Armero, era el responsable de la propaganda, en la vieja imprenta de sus padres. Nos imprimía gratis, volantes en tinta roja, con las consignas fundamentales, para convocar a la ciudadanía, y anunciar la hora de las manifestaciones.
Éramos entonces, jóvenes felices y entusiastas. Fue mi primera salida de Quijote, de las calles de la Ibagué amada, de la infancia, a la conquista del norte tolimense. Pese a las huellas, aun frescas de la terrible y cruenta violencia, que arranco, como una tempestad incontenible, luego del asesinato de Gaitán, en esa región se respiraba optimismo, convivencia, fraternidad, esperanza en mejores tiempos por venir.
En las mañanas soleadas, y en las noches de estrellas rutilantes y luna esplendorosa, nuestra caravana, de dos o tres modestos carros, recorría llanuras verdes preñadas de arroz y algodón, subía entre la niebla, a las altas cordilleras, donde los frailejones mostraban su imperio. Y, con su ilusión, derrotaba la fatiga y el cansancio.
Caminos de polvaredas encrespadas, hasta donde no había llegado jamás el pavimento. Era el Tolima profundo al que no había llegado, tampoco ni electricidad, ni puestos de salud, ni escuelas, ni escenarios deportivos. Ante ese paisaje desolador de realidades comprendimos, cuánta razón le asistió al visionario General Rafael Uribe Uribe, cuando dijo, solitario, en el Senado que: "Autoridad ausente, es autoridad nula". En esas regiones la ausencia del estado era palpable.
Nuestro intenso recorrido era por calles, plazas, parques, quioscos, enramadas, donde poníamos a vibrar el parlante, con canciones de la revolución cubana o de la mejicana, como anticipo de nuestra reunión popular.
Donde no teníamos un solo amigo, las plazas de mercado eran el ancho y abierto escenario de nuestra acción. En medio de su algarabía, subidos en una mesa rústica , emprendíamos la aventura fascinante del dialogo ,en comunión con el pueblo libre, sin escoltas, ni guardias , pues nuestro ángel de la guarda era el fervor de mujeres y hombres, que salían espontáneos a escuchar nuestra juvenil predica.
Municipios, veredas, altas cumbres, en la mágica visión de sus nevados, y el espectáculo maravilloso de las orillas rumorosas del Magdalena, el Guali, el Rio Recio, donde nos recibían, con su alma ancha y noble, y sus rostros amigos las mujeres, tiernas , y bellas, y los varones, recios , enérgicos y fuertes, todos laboriosos, honrados y dignos. Una legión de jóvenes, con sus caras frescas, de renovación y esperanza. Todo nos llenaba de confianza y de fe en el porvenir.
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Así construimos nuestra lucha. Mario, un hombre auténtico, aportaba por sus tareas de comerciante, transportador y ganadero, un extraordinario conocimiento de la región, sus gentes, sitios y lugares. Tenía amigos en todas partes. Y, con su sonrisa cálida, y su andar pausado y tranquilo, aportaba su alegría proverbial, su vocación por la música colombiana, y su iluminada pasión por los corridos y las rancheras que, desde Méjico, comenzaban, entonces, a inundar el afecto del pueblo colombiano. El tango nostálgico de Gardel, invadido ya, por las voces singulares y contagiosas de Pedro Infante, Jorge Negrete, Javier Solís, José Alfredo Jiménez, Cuco Sánchez, y más tarde Vicente Fernández en el sentimiento de los colombianos de aquel tiempo. Eran los sonidos y las notas, que estremecían de fervor a tu padre.
En ocasiones, cuando faltaban oradores que me precedieran en la tribuna, Mario, al calor de unos estimulantes tridestilados, entonaba rancheras y corridos, que embelesaban al auditorio y lo preparaban, con ánimo singular, para escuchar mis intervenciones.
Tu padre, es de esos personajes difíciles de olvidar. Hizo camino al andar, como el célebre caminante de Don Antonio Machado, cuyos versos le fascinaba escucharme en las noches de bohemia exquisita y desbordada.
Fue tu padre un gozador de la vida. La escancio a plenitud, como a un vino añejo, en su bota traída de España, en las tardes de fiesta de su afición taurina. O en sus memorables cabalgatas sanjuaneras. Pero, por encima de sus gustos, sus aficiones, su concepto, puro y leal de la amistad, estuvo siempre su familia. Era su polo a tierra, su seguro de vida, su eje, y su orgullo supremo.
La lumbre de su amor hacia Ruby, sus hijos y sus nietos, ilumino con claros resplandores, hasta el final, su sendero de trabajador honesto y de ciudadano limpio. Y esa luz intensa la supo extender, con mano generosa a la inmensa cantidad de amigos, de todos los estratos y condiciones, a quienes trataba, con bonachona afabilidad.
Ahora, adolorido al despedirlo, y sentir la pesadumbre de su despedida, lo imagino entrando sonriente a las colinas de la eternidad, montado en su caballo, cantando su ranchera preferida, o una composición de Pedro J. Ramos, Rodrigo Silva, Miguel Ospina, Jorge Villamil o Arnulfo Moreno, nuestros fieles contertulios y cercanos amigos. Y, llevando en sus manos generosas la cosecha de una existencia digna y ejemplar.
Un fuerte abrazo, Alberto Santofimio Botero".
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