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Cuando la improvisación gobierna

Cuando la improvisación gobierna

Por: Alba Lucía García

*Abogada Universidad Externado de Colombia. Dra. en Estudios Avanzados en Derechos Humanos y líder en desarrollo regional.


El correo del Ministerio de Hacienda en el que se reconoce que no hay recursos para pagar a los contratistas del Estado antes de que termine el año no es un simple trámite interno. Es una alarma encendida. Cuando un gobierno acepta que no puede cumplir con sus obligaciones básicas, lo que está en juego no es solo un pago atrasado: es la confianza en el Estado.

Esto no se explica diciendo que “no hay plata”. Colombia no se empobreció de un día para otro. Lo que ocurrió fue algo más grave: mala planeación, prioridades equivocadas y decisiones tomadas sin entender cómo funciona el Estado. Se agrandó el tamaño del gobierno sin una estrategia financiera clara, se multiplicaron los contratos y el gasto público dejó de ser una herramienta para generar desarrollo y se volvió un instrumento político.

Gobernar no es gastar. Gobernar es elegir. Elegir en qué se invierte, qué se aplaza y qué simplemente no se puede hacer. Aquí se eligió mal. Se priorizó el gasto corriente —contratos, asesores, operadores y burocracia paralela— mientras se reducía la inversión productiva, la que crea empleo, mueve la economía y sostiene el crecimiento. Cuando el gasto se come la inversión, el Estado se vuelve insostenible. Como en la casa cuando usted gasta más de lo que recibe, la crisis es una consecuencia lógica.

Lo más preocupante es que esto no fue un error aislado. Fue una forma de gobernar. La improvisación se volvió rutina. Se anunciaron programas sin respaldo financiero, se ejecutaron recursos sin planeación seria y se gobernó pensando en el aplauso inmediato, no en las consecuencias. Hoy, esa improvisación nos pasa a los colombianos factura.

La responsabilidad no es solo del Ejecutivo. El Congreso también falló. Falló al no ejercer control real sobre la planeación fiscal. Falló al aprobar presupuestos inflados sin exigir resultados. Falló al comportarse más como aliado político que como contrapeso institucional. Y cuando el Congreso no controla, también gobierna… y gobierna mal.

Este desorden se replicó en lo local. Alcaldías y gobernaciones copiaron el modelo: mucho contrato, poca inversión; mucha nómina, poco desarrollo. Hoy los territorios viven la misma asfixia fiscal que vive la Nación.

La lección es clara. Un Estado no se maneja con discursos, se maneja con preparación. Sin planeación, sin conocimiento técnico y sin personas capaces, no hay proyecto que aguante. El próximo Congreso y el próximo Presidente tienen una tarea urgente: devolverle seriedad al manejo de los recursos públicos, poner la inversión en el centro y ejercer control sin miedo.

Porque la plata pública no es del gobierno. Es de la gente. Y cuando gobierna la improvisación, el país entero termina pagando la cuenta.

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