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Historias

La mirada de las mil escuelas

La mirada de las mil escuelas

Por Camila Gómez


—Si uno quiere enseñar en la universidad para formar maestros debe saber qué pasa en la escuela, vivir la escuela. Estar en la escuela me ha permitido poner a mis estudiantes en contextos reales y enseñarles tanto la belleza como los problemas que tiene.

Gladys Mesa Quintero habla con vehemencia, alza su voz y exagera un poco sus gestos. En 2022 se graduó con mención honorífica como Doctora en Ciencias de la educación en la Universidad del Tolima, es docente catedrática de la misma universidad y coordinadora de prácticas de la facultad de Educación, sin embargo, no abandona la escuela: es profesora de la Institución Educativa Germán Pardo. Gladys ha seguido el ejemplo de su mamá, y ha hecho de su carrera su mayor proyecto y propósito de vida.

Conoce a tantas personas y está al pendiente de tantos proyectos diferentes que es difícil entender cómo es que lo hace posible. La mujer de los mil contactos. No solo conoce a personas clave en el ámbito educativo del Tolima y el país, sino también de otros países donde ha trabajado colaborativamente y realizado diferentes pasantías.

Hoy luce un poco gordita, de estatura promedio y tez trigueña. En su familia la llaman con cariño "negrita". Siempre se la ve bien maquillada, con ropa principalmente holgada para que no la apriete, con accesorios, zapatos y colores de ropa siempre a juego. Tiene unas cejas delgadas y arqueadas, con un lunar en el mentón, unos dedos gorditos, unas ojeras bien marcadas y unos ojos cafés delineados arriba y abajo. Su característica voz es enfática, segura y ronca, además de mantener un tono elevado que siempre llama la atención y da la impresión de estar regañando. Por otro lado, cuando ríe, sube los hombros y lo hace con todo su rostro. Sus ojos se vuelven pequeños dejando ver una sonrisa cálida y tierna, sensación que quizás se lo ha aportado sus años.

Comenzó siendo maestra en 1982 en el Santa Teresa de Jesús, después de que el 25 de febrero de ese mismo año se graduara de una Licenciatura en español e inglés en la Universidad del Tolima en Ibagué. Ese mismo año, inició su maestría en Educación, Investigación y Docencia Universitaria en la universidad Santo Tomás. Allí, por azares del destino según dice ella, el profesor Jorge Castro, Francisco Alarcón y el profesor Marco Elí la invitaron a participar de una convocatoria extramuros en la universidad del Tolima para formar profesores en sus lugares de trabajo. Desde entonces ha sido docente de la universidad del Tolima. Si bien en un momento le propusieron trabajar solo en la universidad, ni siquiera lo consideró, porque para ella la escuela es parte esencial de su quehacer, es una fuente de inspiración y un aprendizaje permanente.

Trabajó La Etnia como su proyecto de grado de maestría. Para ello, se fue a vivir a Coyaima y así colaborar con las comunidades indígenas en la Institución Educativa Técnica Colegio Agroindustrial Juan XXIII. Tardó en terminar su tesis: quería aprender de ellos, sus costumbres, sus visiones de mundo. Observó sus dificultades, las problemáticas constantes y la necesidad de un cambio educativo y social verdaderamente inclusivo con ellos.

—Me demoré, porque cuando uno es joven quiere solucionarle los problemas al país —dice la profe, como diciendo una verdad ya conocida.

Dice que fue una experiencia de aprendizaje mutuo. Una caída en conciencia. Un punto de reflexión al que suelen llegar muchos educadores: sí, se va a la escuela a enseñar y sin embargo se aprende más de los estudiantes y su contexto que al revés, a través de un sincretismo algunas veces discreto, tácito, y otras veces brusco, pero siempre presente en las interacciones humanas.

 

—Recuerdo que recién llegada le dije a un niño, ¡niño no sea tan indio!, porque en mi casa esa palabra era peyorativa —dice la profe—. Y el niño me dice, ¿qué pasa profe? eso soy yo, ¿o es que usted no es india?... me sentí muy avergonzada.

Trabajó 20 años allá y el aprendizaje fue inmenso para ella, pero debido a los fuertes enfrentamientos entre la guerrilla y los paramilitares en la zona, los profesores que no eran de Coyaima tuvieron que regresar a sus ciudades.

—Trabajar con esas raíces fue fundamental en la esencia de mi ser —dice con un poco de nostalgia la profesora Gladys.

Empezó su camino en la ciudad de Ibagué y por azares del destino volvió a ella. Trabajó un año en la Secretaría de Educación Departamental, luego en el Germán Pardo García donde lleva 21 años y hoy es coordinadora.

Toda su vida se ha visto permeada por la educación, incluso desde antes de saber que quería ser maestra. Su mamá, una normalista rural, fue profesora por 46 años, por lo que creció y se formó en la escuela ayudándola a recortar, comprar, hacer y vender cosas para la escuela. Su papá era personero de Herveo. Allí se conocieron. Se casaron en la sacristía con la puerta cerrada porque su abuelito materno era liberal y la familia de su padre era conservadora. Pese a ser del norte del Tolima, Herveo, nació prematuramente en la ciudad de Manizales debido a la violencia bipartidista que aún existía en el país.

—Yo casi nazco en la escuela —menciona ella con una notable sonrisa—. Mi mamá salió de la institución educativa, se montó en el cable, y debido al impacto de la noticia del asesinato de un tío mío que era liberal, nací prematuramente y tuve que estar en la incubadora.

Cuando tenía apenas ocho años, su papá falleció, dejando a su mamá la responsabilidad de mantener a cinco hijos sin contar con alguna pensión. Gladys, al ser la mayor de ellos, tuvo temprana conciencia de los sacrificios que hizo su mamá para sacarlos adelante y creció viendo el ejemplo de una mujer que hacía su trabajo con mucha vocación y amor.

—Yo crecí viendo a una señora que todos los días se arreglaba a las 11 con alegría para llegar a la escuela porque en la mañana ella estaba pendiente de nosotros.

Su vida la ha dedicado a la educación, pero a la educación social, según ella misma enfatiza. Muchos de los proyectos en los cuales ha trabajado y trabaja están enfocados a poblaciones estudiantiles vulnerables, como es el caso del servicio educativo en los Centros de Atención Especial de Ibagué para que el sistema de responsabilidad penal adolescente o SRPA no vulnere el derecho de los menores para acceder a la educación.

En colaboración con el Grupo de Educación Social o GES de la universidad del Tolima, junto con la Secretaría de Educación de Ibagué, se busca que estos adolescentes vuelvan a la vida restaurados tanto emocional como mental y académicamente para que puedan tener más oportunidades.

—Yo pienso que todo el mundo debe tener oportunidades, por eso, desde hace tres años venimos trabajando un proyecto para la población menor infractora. Los niños no van a las correccionales sino a casas de acogida donde no se les niega el derecho a la educación —dice la profesora Gladys, abriendo aún más sus ojos y arqueando las cejas.

Su historia es también la historia de su familia que siempre la ha apoyado y ha tenido que compartirla con su trabajo, sus estudiantes, sus amigos y sus sueños de transformar esta sociedad. Las personas que están, las que de paso han compartido con ella y las situaciones vividas, la han hecho la hija, la hermana, la cuñada, la tía, la esposa, la madre y la profesora que es hoy.

—Aceptar la dignidad de envejecer —dice la profesora Gladys con digna resignación—. Mis arrugas me las he ganado llorando y riendo, y son parte de mí. He reído, he llorado y he amado, y ellas son las que cuentan la historia de mi vida.

A sus 62 años, Gladys Meza Quintero sabe que su cuerpo ha cambiado notablemente, no solo por el paso de los años, sino también por sus enfermedades, sus alegrías, sus tristezas, sus pasiones, sus sacrificios. Su cuerpo lleva impreso el obligado paso del tiempo. La huella imborrable de una vida bien vivida, con todo lo que ello implica. La carta que le dice al mundo que ha pasado y ha hecho tanto, convirtiéndola en una mujer más sabia, más madura, más humana.

El destino, pero quizá con mucha mayor fuerza, su vocación, le ha abierto el camino. Se habla mucho sobre “la mirada de las mil yardas” para referirse a la mirada de una persona que ha pasado muchas experiencias difíciles;  la profesora Gladys tiene la mirada de las mil escuelas.


Esta crónica es producto de la cátedra de Periodismo y literatura que orienta Carlos Pardo Viña

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