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Álvaro Hernández: el abogado que cerró su oficina, para ser escritor

Álvaro Hernández: el abogado que cerró su oficina, para ser escritor

Álvaro Hernández es abogado de profesión, escritor por convicción y todo un artista por vocación. Nació en Ibagué y desde muy pequeño se interesó por el arte. Quiso ser pintor, escultor, músico, actor, director de teatro, de nuevo músico, y a pesar que desde su juventud escribía, no fue sino muchos años después cuando tomó la decisión de cerrar su prestigiosa oficina de abogado en el centro de Ibagué, para aventurar y como él mismo lo dice “aprender a escribir”.

Es una persona fuerte, temperamental, con una chispa especial para tomar del pelo, que por respeto a la gente - dice él- ha dejado de lado al pasar de los años; le gusta discutir, argumentar y tener la razón en cualquier tema que se plantee en una reunión, no confía en las personas en su primer contacto, pero luego puede ser un libro abierto, con cantidad de historias que como su ‘Libro cantor’ o en su 'País de locos', o en sus novelas, todos deberíamos leer.

A raíz de la publicación de su libro ‘Tiempo sin nombre’, en su segunda edición, esta vez en España, gracias a la alianza entre Pijao Editores y Pigmalión, habló con pijaoeditores.com sobre la historia de su vida, y las intimidades de sus letras.

¿Se interesó por el arte desde muy joven?

Sí, desde muy pequeño. Primero quise ser músico, después quise ser pintor, luego volví a querer ser músico, estuve como asistente de la facultad de pintura de la Universidad del Tolima -donde años después funcionó El Cronista- yo asistía las ventanillas, y algún día alguien se apiadó de mí y pude ir a clases de pintura. Luego en el Conservatorio intenté estudiar piano, porque mi hermana mayor era estudiante de flauta traversa, así que también tuve esa oportunidad, a los 13 años escribía poemas que aún conservo y a los 15 escribí un cuento sobre un anciano que vivía en la calle, y que no recuerdo ahora el nombre. Cuando tuve que decidir qué hacer, mi papá me sacó del Conservatorio, porque decía que no iba a ganar la vida con la música, e insistió en que hiciera una carrera liberal, razón por la que le hice caso, y terminé estudiando derecho. Tuve libertad para escoger (entre carreras liberales) pero el derecho fue mi opción.

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También incursionó en el teatro...

Comencé como le ocurre a muchos, encantándome viendo actuar. Mamá me llevaba al Teatro Tolima que en los años 40 y 50 fue muy importante en el país, porque era construído como teatro y no como sala de cine, porque ahí se presentaba ‘Campitos’ y me enamoré de la Zarzuela española, para mí era como ver ópera, distinguí la diferencia como a los 16 años, porque nunca en Ibagué se conoció en la época, lo parecido era la zarzuela, entonces ví ‘Los gavilanes’, la del pañuelo, la del parrado, entonces ahí me ilusioné con eso de ser actor, en la zarzuela.

En el colegio no teníamos teatro, pero había llegado a Ibagué Jorge Elías Triana, y habían formado un teatro que se llamaba ‘La Carreta’, y yo era amigo de los nadaístas, yo andaba pegado de ellos, pero yo me bañaba, era decente, ellos no, porque la moda era esa, yo no pude nunca ser así, porque en mi casa no me dejaban. Entonces cuando los veo a ellos actuando me ilusiono y le dije a mis amigos que formáramos un grupo de teatro, pero no teníamos director y alguien nos habló de uno: Héctor Sánchez, que no tenía ni idea de eso, tenía tres meses como actor, pero tuvo los cojones de pararse a ser el director y dirigió la primera obra que fue ‘El tío tigre cógelo todo’ , que fracasó como a los dos meses y no se hizo la obra, así que muy frustrado me devolví al San Simón y conté con la complicidad de Jesús Antonio Bejarano y otras personas, de César Valencia y formamos un grupo de teatro, montamos ‘Los justos’, de Camus, y a los dos meses ya estaba quebrado, entonces me tocó a mi ser el director, pero eso era superior a mí, así que montamos por primera vez una obra completa de Pirandello, la inauguramos en el patio de jardines de la cárcel de Ibagué e hicimos una gira por diferentes colegios.

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En ese mismo colegio, ¿también hizo periodismo?

Hice periodismo de radio y de periodiquito, con Luis Eduardo Montoya, con Belisario Arciniegas, Jorge Montoya, y alguien de apellido Bastidas (no recuerdo el nombre), hicimos un programa de radio porque el director de Ondas del Nevado, nos abrió un espacio y empezamos a hacer periodismo cultural.

¿De qué hablaban?

Lo primero que hablé fue de Baudelaire, escribía 7, 8 cuartillas a la semana para ir a la emisora, los otros amigos ponían música, hablaban de otros temas más universales, de ciencia, que leían en revistas, fusilamos cosas, me puse a leer autores y empecé a escribir breves monografías de autores, ahora que leo y hago lo mismo, pues pienso que no es diferente a lo que hacía en el colegio.

Usted fue un reconocido caricaturista en la ciudad...

Al final del bachillerato me volví famoso en el colegio, porque he sido muy burletero, cualidad que he ido perdiendo, porque ahora trato de ser más formal, me da miedo reírme de los demás en público. Los tableros del San Simón eran de pared a pared. Yo llegaba primero que todos, y tenía mi rincón en el tablero que yo mismo dibujé para hacer una caricatura del que metiera la pata el día anterior, y me sentía protegido, porque tenía el poder al tener un tío concejal.

Una vez me iban a echar y hablaron con los ‘conciliarios’, y al final dijeron “cómo van a echar al muchachito”... entonces a mí no me podían joder, y abusaba de mi lengua, y tenía a mi hermano, yo buscaba las peleas y él era el que ‘trompeaba’, así me fui dando cuenta que yo podía exhibir mi lengua y no me iba a pasar nada, pero tuve los cojones para arriesgarme a jugarme el pellejo, fui caricaturista a los 16 años, publiqué más de 45 caricaturas en El Cronista, y tengo dos que publiqué de mi rector, en un periódico departamental, yo me atreví a cosas, sabía que me protegían, y me atreví.

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Con toda una vida estudiantil tan artística, ¿por qué se decide por estudiar derecho?

Estudié la opción de ser filósofo, pero me di cuenta que me condenaba a ser profesor, y eso me significaba esclavitud en tiza y tablero, no fui sociólogo, porque no existía aún la sociología, cuando yo estudiaba ya derecho, hasta ahora fundaron la facultad de sociología, eso hace que yo me ponga a desgranar profesiones y el derecho me permitiría ser como soy, porque viviría de los clientes, y ninguno podía decirme nunca qué hacer, además creo que nací con talento natural para el derecho, sin ánimo de presumir.

Pero si fue profesor…

Me encanta ser profesor, porque si algún día tuviera que dar gracias, después de papá y mamá, sería a los profesores, no termino de entender,¿cómo un profesor me educó a mí?, cuando debió dejarme botado, porque yo era insoportable.

A cuáles recuerda

Nina de Díaz, primero de primaria, Noemí Hernández, segundo y tercero de primaria, Profesor Contecha. Cuando pienso qué es un maestro, es que es un tipo que tiene que estar pensando cómo comunicar lo que sabe y cómo ser mejor cada día.

También encontró escape en ‘Trinchera literaria’, ¿cómo fue?

Mi amigo Carlos Orlando Pardo, a quien siempre he querido mucho, porque es mi hermano, no sé si se lo propuse o él a mí, pero lo hicimos juntos él y yo y después se nos sumó Camilo Castellanos (Uno de los grandes tolimenses, uno de los mejores investigadores del país actualmente) y Pastor Olaya. Trinchera fue mi primer experimento literario cultural, teníamos mucho pelo en esa época, y tomamos ese riesgo, teníamos muchas ganas, e hicimos tres numeritos de esa revista, pero lo tomamos con felicidad, responsabilidad, despliegue, con mucha vanidad, como si fuera el New York Times.

Y luego también lo hizo con Astrolabio

Fue mucho después con Hugo Ruiz, ya se trató de algo mucho más serio…

En abril de 1985 su vida da un cambio completo.

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¿Cómo fue y qué significó para usted?

Estas cosas le pasan a los artistas, a nadie más. Un día estoy en mi oficina de abogado, y me llama la secretaria, que tenía una llamada de Medellín, y le dije que no tenía relación con Medellín pero que me pasara, y el que estaba al otro lado del teléfono me dice :

-“Usted es el doctor Álvaro Hernández”

- Sí señor, a sus órdenes.

-Pero ¿usted es Álvaro Hernández Vásquez?

- Sí señor.

- ¿Usted qué profesión tiene?,

-Eso ya me pareció raro-, y se lo dije, porque solo me llaman por ser abogado

-Justamente por eso me preguntaba.

Se presentó y me dijo: “es que le voy a contar una cosa, porque ha sido muy difícil ubicarlo a usted, y sobre todo saber si usted es usted” -Por supuesto que yo no entendía nada- Así que me dijo, que me iba a leer algo, y yo le dijera si lo había escrito, cuando me lee un párrafo de mi libro, me pregunta a qué pertenece, yo le dije que hacía parte de El Libro Cantor, que es mío, yo no tenía ni idea para donde iba todo esto, eran como las 11 am, me preguntó de quién era ese fragmento, y se lo dije. Ahí me dijo, que yo si era yo, pero yo no tenía ni idea, aunque ya entendía que se trataba de algo de mi libro, y ahí es donde me dice: “Doctor, quiero confirmar que usted es el autor, porque le estoy comunicando en este momento, porque usted es el ganador del premio ENKA de Literatura Nacional Infantil, le agradecí, pero no entendía por qué tanta vuelta, así que me contó una anécdota que nunca olvido:

Álvaro Hernández V es el ganador del premio, buscaron en el directorio, y llamaron a Álvaro Hernández V, un médico odontólogo que me conocía, lo despertaron muy temprano, y por supuesto que se enojó, y pues nos conocíamos de la Universidad, así que fue él quien les dijo que eso era para mí y les colgó, hasta que lograron llamar a mi secretaria, e hicieron ese contacto.

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¿Cómo nació El Libro cantor?

Fue un libro que me nació, fue como si me estuvieran dictando en el oído lo que quería escribir. Cuatro meses me tardé escribiendo en una finca, en tres más lo cuadré y lo pulí y sin ninguna expectativa lo envié al concurso.

Lo más increíble de la historia, es que estuve en la clínica del Tolima, y por los parlantes llamaron a Álvaro Hernández en la clínica, y yo pensé que era Álvaro, mi amigo, averigüe y no tenía turno ni siquiera, estaba en la clínica, porque dos días antes Gustavo Montealegre y Fabio Morales habían operado a mi papá de cáncer, por eso a esos dos tipos los adoro y tengo una deuda muy grande con ellos, me gané un premio nacional y al tiempo mi papá se estaba muriendo, con el dinero del premio, pagué la cuenta del hospital de mi papá, así que mi papá vivió, gracias a que me gané ese premio.

¿Y ese fue el estímulo más grande para ser escritor?

Me fui un año largo para España, me doy cuenta que si bien pude escribir un libro con éxito, siendo mi primer libro, tenía que probarme a mí mismo que podía ser escritor, decidí cerrar mi oficina, dejar de ser abogado, lo cual era muy costoso económicamente y profesionalmente, pero lo decidí, vendí varios bienes que tenía, reuní un dinero, vendí mi carro, y me fui con toda mi familia a jugarme el pellejo de aprender a escribir, porque sabía que había ganado un premio, pero tenía mucho que aprender y a eso me fui, y creo que eso fue lo que ocurrió, me jugué por irme para allá, dejando una exitosa carrera que tenía en Ibagué, y ese riesgo estoy seguro que no lo corren, ni lo han hecho muchas personas, por llegar a ser un escritor ignorado.

¿Fue como usted pensaba?

Fue la convicción que tuve, me di cuenta que ser abogado en ejercicio, me exprimió demasiado, cada noche me sentía agotado en mi casa, leía y no entendía, tenía mucha responsabilidad con mis clientes, y entendí que si en fines de semana, podía ganarme un premio nacional, sí que podía ser escritor, aunque por eso no creo que haya que ser profesional para tener éxito, si en el directorio del año 1985 había 11 mil autores afiliados en Alemania, y conocíamos 5, pues lo mismo pasaba en Colombia, y eso no me desanimó, al contrario.

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¿Por qué pasó de cuento a la novela?

Es hora de confesiones (risas), siempre pensé que para ser novelista debía experimentar con el cuento, y de todos modos, si se mira de otra manera El Libro cantor es una novela, solo que yo no era novelista, nunca dije que fuera una novela, sino un libro de cuentos. Pero hay autores que han escrito siete cuentos seguidos y dicen que son novelas. Nunca había escrito una novela consciente, hasta que publiqué ‘Tiempo sin nombre’, en la colección de pijao editores 50 novelas colombianas y una pintada, que se publicó en versión condensada. Eso se debe a Carlos Orlando Pardo, que me pidió que publicara, y yo muy emocionado le dije que sí, porque sí él no me lo pide, yo se lo pido, gracias a nuestra comunión con Hugo Ruíz, que en 25 años, sus mejores amigos fuimos Carlos Orlando y Yo, solo le pregunté, ¿cuál es el formato?. Años después, Pijao me postuló para ser uno de sus autores publicados en España y acaba de salir la versión completa de 'Tiempo sin nombre' que fue presentado en la Feria Internacional del Libro en Madrid, adonde estuvimos varios autores de este fondo editorial, que ha sido mi casa y a quien le hice hace 46 años el logo de la editorial.

¿En qué está trabajando?

Estoy culminando los últimos detalles de una novela precolombina, y estoy esforzándome por entender el lenguaje de la época precolombina, entonces no puedo usar palabras similares a nada de tecnología, máquinas, cosas que vienen cuatro y cinco siglos después, consciente que un arco, una flecha, son materialidades concretas.

¿Qué libros lo marcaron para ser escritor?

Yo no habría sido escritor, sin Robinson Crusoe, fue el libro que más incidió en mi vida, ‘Colmillo blanco’ de Jack London, ‘Moby Dick’ y ‘La isla del tesoro’. Esos cuatro libros tienen la culpa de que yo sea escritor, porque si no los hubiera leído, sería bancario, o gerente de una empresa, pero esos cuatro tipos me marcaron la vida.

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¿Qué le diría hoy a sus otras versiones en el transcurso de su vida?

Le diría al pequeño, que fuera músico y no pensara en nada más, al de 14 años le diría a ese muchacho que quería ser pintor, que era muy malo, incluso al que iba a ser músico le diría lo mismo. Pero no podría decir mucho más, pero sí trato de pensar, que quise ser músico y lo intenté, pintor y lo intenté, a lo mejor ni ser escritor sea lo correcto, quizás debí ser físico o matemático puro, pero siempre lo he intentado.

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