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Un cuarto perfumado
Por Karem Sophía Morales Villamizar
Melisa tiene varios tatuajes, pero ninguna tinta puede calar más en sus entrañas como el momento en que despidió al ser que más amaba. Tenía 17 años cuando recibió la noticia, pero sus ojos vívidos retienen el recuerdo como si su fruta nunca hubiese madurado en los últimos cuatro años. Una mujer le arrebató un pedazo de felicidad, una mujer le arrancó de sus brazos, le eliminó del mundo terrenal, como si no tuviese ningún valor, al que consideraba su hermano… una mujer había asesinado a su primo.
Conocí a Melisa una tarde del 25 de febrero del año 2022. El día estaba despejado y la ciudad se movía con la rapidez acostumbrada de un viernes. Las busetas corrían con estruendo mientras el árbol posado al frente de la gran casa me vigilaba en su inmensidad. Esperé a que me abrieran con paciencia infinita escuchando del otro lado el sonido de las chanclas acercándose. Recuerdo haber cruzado el umbral de la puerta para ir subiendo al apartamento con nerviosismo disimulado. En la entrada me esperaba Mateo, un tipo delgado, con cabello corto y unos ojos que transmitían tranquilidad y confianza. Su esposo estaba con él y salía de vez en cuando al balcón del lado izquierdo para admirar la montaña que se visualizaba en la distancia. Se repartían miradas juguetonas mientras me acomodaba en el sillón azul pegado a la pared.
—Ya sale la muchacha —me avisó Mateo sonriendo desde el escritorio de enfrente.
En el rellano derecho apareció una pelinegra. A pesar de tener el cabello recogido en una cola alta se notaba que era largo y brillante. Se acercó saludando con una media sonrisa y prosiguió a sentarse mientras sus brazos se cruzaban. Logré distinguir sus ojos profundos y mirada tímida cuando se recostó en la parte de atrás y su cuerpo hizo un ovillo al subir los pies. Me miró por unos segundos insignificantes y añadió:
—Bueno, ¿qué vas a preguntar?
Un cuarto perfumado no muy grande guarda memorias disgustadas y llenas de derrota de la pelinegra. En su interior se siente la pesadez de una persona que conoce la habitación como la palma de su mano. En ese espacio cargado de disolventes aromáticos artificiales y rodeados no más que de luces azules que cuelgan del techo, Melisa atiende a sus clientes a 120 mil pesos la hora.
Según la ENDS (Encuesta Nacional de Demografía y Salud), el 34,8% de los colombianos —un poco más de 5 millones de hombres entre 13 y 59 años— han pagado alguna vez en su vida por tener relaciones sexuales. Para estándares internacionales, esta es una de las cifras más altas del mundo. Quienes más recurren a un mercado en donde pueden comprar relaciones íntimas son los hombres. El Código Penal y el Código de Policía en Colombia reconocen a la prostitución como una actividad comercial lícita en la que se requiere el cumplimiento de las siguientes condiciones: ser ejercidas por mayores de edad, ser voluntaria, consciente y realizada bajo las normas vigentes.
Un estudio realizado por el Programa Mujer y Equidad de Género de la Secretaría de Bienestar Social de la Alcaldía de Ibagué encuentra que el 59% de las mujeres en ejercicio de prostitución oscila en un rango de edad entre los 27 y 46 años. El 17% tienen edades entre los 18 y 26 años y el 6% son mujeres adultas mayores.
Melisa tiene 21 años recién cumplidos y nunca le habían preguntado que se describiera a ella misma. Sin embargo, la luz que irradia, por pequeña que parezca a simple vista, transmite la cantidad suficiente de esperanza por una vida mejor. Su mirada siempre evita cruzarse con la mía, parece que intenta huir a otra dimensión como cuando se encuentra en ese cuarto perfumado con algún cliente.
Amaba a su primo más que a nada y sentía que su pequeño mundo se desmoronaba cuando descubrió que la compañera sentimental de él, lo había asesinado. La injusticia tomó parte de sus días, pero el amargo recuerdo no borró de su mente la infancia feliz que tuvo con olores verdes y frescos cargados de naturaleza. Tenía entre 8 y 10 años cuando jugaba en ese parque recreacional cerca de su casa en Armenia, Quindío. Los frijoles que hacía su mamá eran los mejores que había probado y se convirtieron en su comida favorita, junto con ese sancocho colombiano bajado del mismísimo cielo. Recuerda la vida descomplicada. Recuerda la felicidad despreocupada. Recuerda mucho…
A Melisa no le atraen los hombres, o por lo menos no lo suficiente como el 80% que describe sentir por las mujeres. Cuando se acuesta con ellos piensa en la plata. Cuando se acuerda de sus olores húmedos y evita las arcadas piensa en la plata. Cuando la tocan sin ella anhelarlo piensa en la plata. Cuando le embisten sin siquiera desearlo piensa en la plata y no para de pensar en la plata hasta que acaba la tortuosa hora.
—La vida es una gonorrea —dice Melisa con un tono fuerte y seguro, creyéndose cada una de las letras de la frase—. Si usted no tiene plata, no es nadie.
La vida es un negocio y Melisa cree que todos tenemos un precio, que con dinero el caminado siempre va a ser otro. Al graduarse en 2017 del colegio quiso estudiar Astrología. La belleza de las estrellas, del universo y los planetas era demasiado costosa para poder costearla, así que empezó a trabajar. Le tocó de mesera una temporada y entró a un call center en otra. También conoció la vida de las ventas por su propia cuenta, pero el salario no alcanzaba, se quedaba corto frente a los gastos diarios, por lo que decidió buscar a Mateo.
—Ella es bien —describe él con voz despreocupada—, pues es muy alegre y tranquila. La mayoría del tiempo tiene que ser feliz o el trabajo la consumiría.
Mateo y Melisa se conocieron desde pequeños, pues vivían en la misma cuadra en Armenia. Él fue el que le tomó las 10 fotos, junto a otras cinco mujeres, que debía publicar en su página web hacía 8 meses atrás para poder acordar los servicios con posibles clientes. Ambos están de acuerdo en que la mayoría de ellos son bastante serios. Afortunadamente para ella, no ha tenido mayores problemas.
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El estudio realizado por el Mecanismo Coordinador de País-Colombia reporta el estudio del maltrato y abuso que se presentan en una proporción considerable de trabajadoras sexuales; el tipo de maltrato verbal es el más frecuente, aunque un número superior al 30% reportó también maltrato físico, siendo el cliente el principal agresor. Aunque ese tipo de experiencias no han afectado a Melisa, tiene en su mente unas cuantas historias de insultos desenfrenados.
—Un cliente me escribió que hola, perra… —menciona ella entre indignada y jocosa—. Yo sí le dije que la perra era su madre.
Me relató aquella vez en Quimbaya —pueblito que considera el más hermoso de Colombia—, donde la esposa de un hombre, que estaba vinculado con el famoso parque Panaca, la amenazó. Melisa se había acostumbrado a que el hombre le enviara audios cuando quería comunicarse con ella, por lo que el día en que no lo hizo e insistió en un encuentro, empezó a sospechar. La mujer llena de ira le mandó unas notas de voz cargadas de odio y rabia. La amenazaba con encontrarla mientras la trataba de perra y moza de su marido. Melisa recuerda aquel hecho como una anécdota interesante, pero con su privacidad intacta agradece no haber sido expuesta.
Con todas sus fuerzas quiere creer que su madre no sabe de su trabajo, pero el pajarito de la racionalidad le recuerda que ella no es ninguna ingenua y que sus instintos maternales tienen una idea de lo que hace. Cuando habla de su mamá los ojos se le recargan de lágrimas justo en el borde de sus cuencas, pero no permite que sigan su camino por sus mejillas y logren desahogarla. Jamás le ha preguntado lo que hace y en sus planes tampoco estará hablar de ello ni discutir detalles. Cada cierto tiempo sale por 15 días o un mes, llega con dinero suficiente para pagar un arriendo junto con los servicios esenciales y vuelve a partir. En esa casa acogedora se acostumbraron a sus idas y venidas, como ella se acostumbra a estar en ese cuarto perfumado.
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Dejar la prostitución atrás se convierte en algo remoto que se desvanece con el pasar de los días, no solo por la dependencia del dinero, sino también por la exclusión y discriminación hacia las trabajadoras sexuales en otro tipo de escenarios laborales. En varios casos, las mujeres reportan haber hecho intentos por dejar atrás la prostitución sin tener éxito debido a las realidades económicas y sociales que deben enfrentar. Se convirtió en una lotería sin futuro el intentar escapar. No obstante, el ingreso que sagradamente recibe Melisa ayuda a construir un sueño.
Su novia hace un mes partió a España en busca de una vida mejor y el amor de su vida no iba a quedarse atrás. Su mayor miedo es no tener con qué sobrevivir, así que el impulso de recaudar seis millones de pesos para un viaje y una vida en el exterior se convirtió en una propuesta tentativa. Melisa no lo duda ni un segundo y se imagina reuniendo cada centavo para un pasaje de ida que no tiene regreso. Se concibe comprando una casa para su madre y montando un negocio, sospechando que tendrá obstáculos, pero no enfrentándose a ellos de la manera en la que lo hace ahora. También presiente estar alejada de ese cuarto y del olor a perfume rancio y el agrio de los cuerpos que ha tenido encima por un tiempo que se le ha hecho eterno. Pese a todo, Melisa sigue soñando. Una, dos, tres veces… lo hará siempre.
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