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Las mamás se mueren para hacernos más fuertes? Un análisis a propósito de la polémica publicación de Mattelsa

Las mamás se mueren para hacernos más fuertes? Un análisis a propósito de la polémica publicación de Mattelsa

Mattelsa es una marca de ropa
 

La más reciente publicación de Mattelsa en Instagram —una reflexión que busca encontrar algo "positivo" incluso en la muerte de una madre— ha desatado una intensa discusión en redes sociales. La frase que más polémica generó fue: "Si tu mamá murió, tal vez era necesario para que tú fueras más fuerte". Para muchos usuarios, esto no solo raya en la insensibilidad, sino que ejemplifica de manera brutal lo que se ha denominado "positivismo tóxico", esa tendencia a revestir de enseñanza o sentido cualquier dolor, sin importar su crudeza.

Ahora bien, más allá de las miles de reacciones, conviene detenerse a pensar qué hay detrás de este tipo de mensajes. En primer lugar, es claro que la publicación fue un éxito en términos de impacto: logró exactamente lo que muchas marcas buscan hoy en día, que es convertirse en el centro de la conversación, aunque sea a partir de la controversia. En segundo lugar, el mensaje se alinea con una corriente ideológica que, aunque se viste de autoayuda y reflexión profunda, termina funcionando como una extensión del propio mercado: convertir el dolor en algo útil, en algo que se "capitaliza". Y por último, como han señalado varios críticos, no es casual que la reflexión remate con una cita de Arthur Brooks, un exponente de esta visión de las emociones como recursos productivos.

¿Por qué es tan problemático el positivismo tóxico?  

El concepto de "positivismo tóxico" no es nuevo. De hecho, remite a una vieja discusión filosófica que ya Voltaire ridiculizó en su célebre obra “Cándido”, al burlarse de la idea de que vivimos en "el mejor de los mundos posibles", como decía Leibniz. A lo largo de la novela, Cándido repite esa frase con fe inquebrantable, aunque en cada episodio la vida se encarga de desmentirla con crueldad. La lección de Voltaire sigue vigente: hay momentos en que el dolor no enseña nada, ni tiene sentido. Pretender lo contrario es ignorar las dimensiones humanas del sufrimiento.  

La versión contemporánea de ese optimismo ciego —el positivismo tóxico— consiste en negar o minimizar el dolor al tratar de atribuirle automáticamente una enseñanza. En ese sentido, afirmar que la muerte de una madre "te hace más fuerte" no solo invisibiliza el duelo real que atraviesan las personas, sino que las obliga a mostrarse resilientes de forma inmediata, sin espacio para la vulnerabilidad ni el quiebre emocional. No todo dolor se traduce en fortaleza, y no toda pérdida necesita ser "útil". A veces, las pérdidas solo dejan vacío, y está bien reconocerlo así.  

Capitalismo emocional: ¿qué nos dice la cita de Arthur Brooks? 

Uno de los elementos más reveladores de la publicación de Mattelsa es la frase final: "Nunca, nunca, nunca desperdicies tu sufrimiento", atribuida a Arthur Brooks. La elección de ese verbo —"desperdiciar"— no es inocente. En el marco de una sociedad profundamente marcada por la lógica de la productividad, desperdiciar se convierte en un pecado capital. Bajo esa óptica, incluso las emociones, el dolor, el duelo, deben ser herramientas de mejora personal, capital emocional que se invierte para "ser mejores". Si no lo haces, estás fallando.  

Esta visión encaja dentro de lo que algunos autores, como Byung-Chul Han, denominan "capitalismo emocional" o "sociedad del rendimiento", donde hasta las emociones se someten al mandato de la eficiencia. En ese mundo, sentir tristeza sin traducirla en un nuevo emprendimiento, en un aprendizaje, en un "yo mejorado", se ve como una falta. Así, el dolor ya no es un proceso humano, sino un insumo para la máquina productiva de la vida moderna.  

El mercado como fábrica de sentido: ¿por qué nos molesta tanto?

Que una marca de ropa y estilo de vida lance una reflexión de este tipo nos revela algo más profundo: el mercado no solo vende productos, también vende sentidos de vida, maneras de entender la existencia. Y ese "coaching emocional" que se cuela en marcas como Mattelsa funciona como un pegamento ideológico que refuerza los valores del sistema: productividad, utilidad, fortaleza ante todo. Por eso molesta tanto la publicación: porque en un momento íntimo y doloroso como la muerte de una madre, se cuela la lógica del consumo, del aprovechamiento, del rendimiento.  

Así, lo que debería ser un espacio para llorar, recordar y aceptar la ausencia, se convierte en una nueva obligación: salir más fuerte, más productivo, más preparado. No solo hay que sufrir, sino sufrir "bien". La molestia generalizada ante el mensaje de Mattelsa, entonces, no es solo por el tono, sino por lo que representa: una invasión del mercado en la esfera más privada de la vida humana.  

¿Podemos pensar el dolor de otro modo? 

Quizá este episodio nos invite a repensar cómo hablamos del dolor. Tal vez no todo debe tener una enseñanza inmediata. Tal vez podamos permitirnos el derecho a la tristeza, al llanto, a no saber para qué pasó algo. Hay, como sugieren las filosofías orientales —desde el taoísmo hasta el budismo—, un aprendizaje profundo en aceptar que las cosas son como son, sin forzarlas a encajar en una narrativa de "superación". Aceptar la vulnerabilidad puede ser, en sí misma, una forma de resistencia frente a un mundo que nos exige estar siempre "bien".  

En conclusión, la publicación de Mattelsa nos confronta con una pregunta incómoda: ¿hasta dónde estamos dispuestos a llevar el mandato de "ser mejores", incluso a costa de negar el dolor genuino? Y, quizás más importante: ¿qué pasaría si, simplemente, dejáramos de intentar hacer del sufrimiento un producto más?

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