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La voz que consuela en los sepelios
Por Óscar Viña Pardo. Director creativo de Lunarvi SAS.
María del Rosario Duque cantó por primera vez el Ave María en el sepelio de su padre Carlos Duque Zapata.
Su voz y sentimiento expresado en ese momento íntimo marcaron un nuevo derrotero para esta intérprete que lleva 20 años entre las iglesias cantándole a los muertos lo que los vivos quieren dejar como último recuerdo.
Luego del novenario, una de sus amigas, Clara Pardo, se le acercó y le regaló unas tarjetas de presentación. Al entregárselas le dijo que su voz era su empresa, y no se equivocó.
Su disciplina, carisma y devoción son parte de la carta de presentación de esta ibaguereña que visita cada familia antes de cantar en la iglesia, muchas veces las consuela y les habla de la muerte con la propiedad de vivir con ella diariamente.
Reconocimiento
Poco a poca fue ganando confianza y reconocimiento de la gente, y las tarjetas empezaron a surtir efecto, su voz es una bendición de Dios, esa que inició acompañada de Ferney Gómez, su compañero desde que cantó la primera vez. En el camino se hicieron más fuertes hasta formar una orquesta conformada entre otros por violinistas, flauta traversa, saxofonista, entre ellos, Carlos Emilio Díaz, Néstor Fernández, Cristian Barrios y Darío Fernández.
Cada uno aparece en escena de acuerdo a lo que quiera la familia del fallecido.
No saben cuántas veces han estado en cada iglesia, pero si recuerdan anécdotas que han marcado sus vidas, como aquella vez que los llamaron a participar en el velorio de una niña de 6 años, la misma edad de la hija de Ferney.
Emociones encontradas en ese momento permanecen aún en la memoria de todo el grupo, porque cada vez que canta en una ceremonia para niños, llega ese episodio a la memoria.
Un tango y nada más
Pero hay momentos menos tristes, como el vivido en otro sepelio, donde uno de los familiares se le acercó y le preguntó que si sabía cantar tangos. Ella dijo no pero me los aprendo. Llamó a Ferney y empezaron a ensayar Caminito de Gabino Coria Peñaloza e interpretada magistralmente por Carlos Gardel. “Lo cantamos y la gente empezó a aplaudirnos. El señor me abrazó y me dijo, no cante más sino tangos”.
Rosario tiene tres hijos, el primero con 42 años de edad, el segundo y el tercero son sus dos discos compactos, vendidos todos. Del primer disco ordenaron mil copias y del segundo tres mil, de los cuales quedan como unos 30 no más, dice Duque, que agradece a Carlos Orlando Pardo, el escritor, quien la provocó a grabar cuando la invitó a participar en uno de sus coleccionables de la serie de discos Sobre Todo Amor.
Duque le canta a todos con el mismo sentimiento, ameniza reuniones especiales, eventos como las novenas navideñas, día del amor y amistad, día de la madre; serenatas. Se le mide a todos los géneros que puede cantar con esa voz que, como dice ella, se la regaló Dios, porque "es un don que el Señor me ha dado, que influye en mi espíritu, este corazón vive lleno del amor de Dios y cada vez que canto me siento más cerca de él".
Canciones que marcan
Y volvemos a hablar de la muerte, nos reencontramos en un sepelio en donde estoy ayudando a seleccionar las canciones para la tía de mi esposa.
Ella se acerca a ellos y les dice con la ternura de siempre, ¿Qué quiere que yo cante en la iglesia?. Y empieza ese diálogo fluido donde da consejos y hace sugerencias, porque como dice Rosario, "yo canto cosas que marquen el corazón de los que se quedan, que mitigue el dolor cantando. Siento que cuando empiezo a cantar la gente se desdobla y puede despedirse de ese ser querido".
La muerte, dice Rosario, es el estado ideal, de paz, de tranquilidad, todos tenemos que morir de acuerdo a la voluntad de Dios.
Recuerda el episodio vivido en el mes de abril cuando perdió la vida David Duque Nuñez, su sobrino de 22 años, y le pregunto a Dios, ¿Por qué él?.
Esta vez la muerte tocaba nuevamente a su puerta, y, era ella junto con su hermano y cuñada que seleccionaban las canciones para su sobrino. No se le quebró la voz, sacó todo ese chorro de voz, se llenó del Espíritu Santo e interpretó el Ave María de manera magistral, como la última serenata a su sobrino.
Nos encontramos nuevamente en la iglesia y luego abajo en Los Olivos donde terminó la ceremonia con la canción 'Amor Eterno', esa que también hace que su voz se quiebre por las anécdotas vividas.
Se baja del escenario y da ese abrazo a quienes se quedan. Se siente alegre de ver que su voz cumplió otra vez su cometido, llevando paz a los corazones de quienes se quedan dando ese último adiós.
Suena el teléfono y vuelven las preguntas de siempre, ¿Cómo se llama su mamá?, ¿Dónde la están velando?, ¿A qué horas podemos vernos?, ¿Qué quieren escuchar?. Arranca nuevamente a otro espacio para hablar de la muerte y de la vida a través de su voz, ese don que Dios le regalo.
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