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La Ibagué perdida
Por: Humberto Leyton
Recorriendo la ciudad en taxi, buseta o a pie, encontramos a una Ibagué amurallada en concreto, lejana de aquella pastoril población que conocimos hace más de 60 años, donde sus monumentos y edificaciones históricas sobresalían a esa maraña que hoy la secuestra las ventas de cachivaches, música estridente y una que otra cagada de perro en sus andenes.
Mi ciudad en ocasiones guiada por gente decente, otras por politiqueros de turno, y en épocas oscuras por bandidos escapados de las cuevas de Alí Babá, ha sobrevivido a más de un saqueo, y hoy sus casi 600 mil habitantes contemplan con desespero e impotencia que su destino se les va nuevamente de la manos, cuando un mandatario sin escrúpulos y el sanedrín que lo acompaña preparan un nuevo asalto a sus arcas para llevarse un multimillonario botín.
Pero además de ser acechada por personajes siniestros, es una urbe de contrastes. En su parque principal tres gigantes árboles, ubicados en triangulo, son testigos mudos de inconfesables pecados o de gloriosas hazañas. En su entorno, se construye el relato primigenio de la ciudad, conservando aún ese sabor pueblerino que deja un domingo, aromatizado por el sonido de las campanas y los recuerdos monacales de una iglesia que, aunque en crisis, resiste el paso del tiempo y los fieles con sus penas a la espalda, exculpan sus faltas para volver de nuevo a la rutina de pecar.
“Esta es mi ciudad, en la que contradictoriamente se erigen monumentos y estatuas que recuerdan una historia de grandeza, pero que a la vez, nos transporta a una realidad inobjetable donde todo es caos, desidia y corrupción”.
Frente a la iglesia mayor, se encuentra la edificación habitada por quienes tienen el mando de la ciudad. Allí, cada cuatro años se alternan el poder, rojos, azules y saraviados. También funciona el Concejo Municipal, esa corporación que se elige para hacerle control político a la Administración Local, pero que en la mayoría de los casos, termina aliada a esta en un oscuro maridaje ligado por la mermelada, contratos, puestos y dádivas que les ofrezca el mandatario de turno.
En la actualidad esta corporación de elección popular cumple más el papel de alcahueta que la misión de control que le establece la ley; salvo uno o dos de sus integrantes que se destacan de este sucio contubernio.
El otrora Concejo Municipal, donde tomaban parte personas inteligentes, capaces y probos, hoy está tomado en su mayoría por incapaces, incompetentes, mercaderes y cómplices de una administración cuestionada por la opinión por actos de corrupción.
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El alcalde viajero, un hombre con trastornos de personalidad narcisista, que en principio se quería parecer al exalcalde de Barranquilla Alejandro Char, y no se bajaba de su cachucha y de uno que otro contratista, hoy se deja crecer el pelo y hace todo lo posible por parecerse a Fico, del que es jefe de campaña en Ibagué.
Infortunadamente, la capital del Tolima, tiene un alcalde que le preocupan más las cirugías plásticas para arreglarse el mentón, los cachetes, las orejas, las cejas y los labios; además de lucir ropa, zapatos y tenis de marca, que por esmerarse en gobernar de la mejor manera.
Es un funcionario que nunca aparece en los momentos críticos de la ciudad, y que además de incapaz e incompetente, se cree un adonis más preocupado por su belleza que por los verdaderos problemas de la ciudad.
El Alcalde Diamante, como le dicen algunos, comparándolo con su homólogo de los Simpsons, es un fiel representante de ese sórdido mundo de la baja política, de la componenda, la fantochada, de la trampa y la corruptela.
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La Ibagué actual, es una ciudad sucia, abandonada en todos los órdenes, la carrera tercera, su principal vía, es el reflejo del miasma que corre en sus calles y que desemboca en la Alcaldía.
Esta es mi ciudad, en la que contradictoriamente se erigen monumentos y estatuas que recuerdan una historia de grandeza, que nos hace evocar grandes gestas, pero que a la vez, nos transporta a una realidad inobjetable donde todo es caos, desidia y corrupción.
Una Ibagué olvidada, donde la historia de mejores épocas desapareció, y hoy sus días transcurren en medio de la mediocridad, el interés ilícito y el discurso demagógico y promesero de su nefasto alcalde.
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