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La caravana del adiós

La caravana del adiós

No hay tiempo para el adiós. Muchos familiares saben que una vez se ingresa a una Unidad de Cuidado Intensivo, UCI, las probabilidades de volver a abrazar a ese ser querido disminuyen, aunque siempre se esté aferrado a la esperanza. 

Las UCI se convierten en el nuevo hogar de los pacientes con Covid19, en una estancia promedio de 15 a 30 días, intubados y sedados, luchan por sobrevivir. Personal de la salud minucioso, activo, amoroso ataca con medicamentos los órganos que están siendo afectados en cada paciente, los adoptan como si fueran sus padres o hermanos. 

Las pantallas de los celulares se convierten en la mejor forma de comunicación. Esa imagen quizás pueda ser la última, puede ser el adiós. Y la fortaleza de los que están en casa para brindar a ese ser querido tranquilidad una vez se cuelga se convierte en un castillo de arena donde el dolor del alma no se puede calmar. 

Desde el inicio de la pandemia, hace ya 10 meses, más de mil 500 familias tolimenses han recibido esa última llamada, la noticia que nadie quiere escuchar y que nos negamos a creer porque guardábamos la esperanza. 

Pero en diciembre 2020 y enero de 2021 todo cambio, en algunos casos misas virtuales y en otros el llamamiento a familiares, amigos y allegados para que acompañen la caravana del adiós que inicia cuando se ubican los carros y motos en la clínica u hospital, esperando que salga el carro fúnebre con ese ser querido que solo podemos identificar a través de la cinta violeta que lleva su nombre. 

Las calles donde están los centros hospitalarios se congestionan, ya no hay flores como se acostumbraba, quizás algunas bombas de color blanco. Ya no hay trajes de color negro, no hay rituales ni ceremonias. Todo debe ser rápido. 

El abrazo solidario cuando se es responsable se hace desde la ventanilla del carro, otros aún con sus tapabocas necesitan expresar el afecto colocando su hombro para llorar en conjunto en ese adiós. 

"Ya sale, ya sale" informa siempre un familiar. Todos a sus carros, a sus motos. Se prenden los motores y uno a uno con las luces estacionarias empiezan a sumarse en la fila que inicia con el carro de la cintilla violeta. 

En algunas ocasiones, como cuando muere alguien del sector de la salud, la caravana está acompañada del sonido de las sirenas que buscan llamar la atención del ciudadano de a pie. 

En otras, de acuerdo con el número de carros se empieza a murmurar cuántos amigos y familiares tenía. Y se busca siempre el nombre de la cintilla para ver si era un conocido nuestro, o con el nombre se busca la fotografía en redes sociales. 

El carro fúnebre llega a Los Olivos, los demás poco a poco estacionan al lado derecho de la vía Panamericana y se bajan en la puerta donde se quedan por unos minutos para que puedan despedirse. Son minutos que parecen solo segundos.  

Muchos hacen sonar el claxon y dan vuelta para regresar a sus casas, es la caravana del adiós, la que nos obligan a vivir en el día a día por cuenta de la Covid19 que nos quitó hasta el derecho al duelo cuando alguien de nuestro corazón muere. 

El carro fúnebre es el único que puede ingresar hasta el horno crematorio, la mirada de nietos, hijos, hermanos se pierde en las rejas del jardín y ahora solo queda esperar la caja con las cenizas y la cinta violeta. 

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