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La artista ibaguereña que superó las discapacidades
El movimiento que todavía conserva en el dedo índice de su mano derecha, tal vez es lo único que la une con el mundo. Es con lo cual Shirly Acosta Bonilla, ibaguereña de 43 años, escribe poemas en sus días más tristes y pinta cuadros en sus ratos de alegría. Vive atada a una silla de ruedas, en el barrio Sorrento.
A sus 13 años se percató de un tic en el índice de su mano izquierda. Después le empezó a temblar toda la mano. Meses más tarde perdió su voz. Hasta que a sus 20 años perdió el control de todo su cuerpo. Los médicos le dijeron a su abuela paterna, Amelia Aramendiz, que todo fue culpa de múltiples infartos cerebrales. Aunque, los numerosos especialistas nunca descubrieron los motivos de los infartos.
“Era una niña muy alegre, demasiado activa. Ella montaba bicicleta a mil, corría, jugaba, era muy avispada. Disfrutaba mucho la vida. De un momento a otro se enfermó, todavía no se sabe por qué”, cuenta la abuela de Shirly.
A los problemas físicos, se sumaron las penas del alma. La relación con sus padres siempre fue inestable, marcada por vacíos afectivos. Especialmente con su madre. “A mis padres la droga y le alcohol nunca les dejó tiempo para quererme”, le dijo al diario El Tiempo en 1997. En la actualidad es un tema que evita, al cual prefiere no referirse.
Cuando su enfermedad empezó a agudizarse, su abuela Amelia la acogió definitivamente en su casa. Sus padres desaparecieron de la faz de la tierra durante siete años. Les dejaron toda la responsabilidad a sus abuelos. En su poema titulado Un ser incomprendido, Shirly expresó:
Son penas blancas;
Olor a melancolía.
En mis manos…
Existen ilusiones pulcras.
¡Infames!
Mis recuerdos…
Mis pies han soportado,
Tantas, pero tantas incertidumbres
Al igual que el motivo de los infartos o la enfermedad que le cambió su vida para siempre, su vocación y talento artístico también es un completo misterio. “Ella era una niña muy creativa. Para navidad se inventaba tarjeticas. Nosotros nunca le dijimos o enseñamos nada. Ella solita se inventaba poemas y empezó a pintar”, recuerda su abuela. “Es un misterio la verdad. Tal vez sea porque heredé esa sensibilidad de mi padre, para todas las cosas de la vida”, escribe Shirly.
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Ella se comunica a través de una pequeña tablet, en la que teclea con su índice derecho. Es el único movimiento sobre el cual tiene cierto control, pero le basta para comunicarse con el mundo. Así, relata que el primer poema que conoció fue Desiderata, de Jorge Lavat. Texto que le cambió su vida y la enamoró de la poesía. Se lo enseñó su padre, a quien, pese a todo, lo consideró su mejor amigo. El texto dice:
Cultiva la firmeza del espíritu
Para que te proteja en las adversidades repentinas
Muchos temores nacen de la fatiga y la soledad
(…)
Tú eres una criatura del universo
No menos que las plantas y las estrellas
Tienes derecho a existir
Shirly se reconoce como una persona solitaria. El arte es su único y gran refugio. Su mejor compañera. “Cuando estoy triste solo escribo y escribo. En los días de alegría me dan más ganas de pintar”, explica. Por eso, tiene poemas nostálgicos, aunque, también muchos que le cantan al amor. Sus cuadros están llenos de color y escenas románticas. “Mi vida sin arte sería a blanco y negro. Cuadriculada, amargada, sin color ni sentimientos, sin poesía ni melodía”, manifiesta.
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En agosto del año 2000 Shirly publicó El mundo a través de mi ventana, que contiene 106 de sus poemas. Sin embargo, asegura que tiene cientos de versos más. Le gustaría publicar más libros. “Ella es muy guapa, siempre es con esas ganas de salir adelante, de luchar. Aunque no se conoce a ciencia cierta, se sabe que su enfermedad es muy grave, muy severa. Pero ella no se rinde”, resalta su abuela.
A doña Amelia le preocupa por estos días que, al parecer, las sacaron del Sisbén. Lo que las obligaría a asumir los medicamentos de Shirly, que cuestan cerca de $120.000 cada mes. Sobreviven únicamente con los $160.000 mensuales del programa de subsidios Adulto Mayor. De vez en cuando sus hijos le dan algo de plata. “Somos muy pobres”, dice la anciana de 83 años.
En algunas ocasiones Shirly vende sus obras. Hay cuadros de $40.000, y algunos que llegan hasta los $150.000. Cada copia de El mundo a través de mi ventana cuesta $10.000. Con eso se ‘bandean’, como se dice coloquialmente.
En los días más difíciles, el dinero no alcanza para los materiales y herramientas que necesita Shirly para pintar. A propósito, el procedimiento consiste en cortar el pincel en dos partes, lo pegan a una masa de plastilina que se fija a su dedo índice de la mano derecha, y deja que las imágenes de su mente pasen al lienzo. Sus discapacidades son físicas, no mentales y mucho menos psicológicas.
En medio de todas esas adversidades, Shirly encuentra momentos de felicidad. A menudo sus carcajadas retumban en la casa. Expresa que el amor, por el arte y por las personas, la mantiene con vida. “El amor es el eje central del ser humano, me enamoro todos los días”, teclea. Es un claro ejemplo de tenacidad, persistencia y amor por la vida. En uno de sus poemas, escribió:
Los médicos piensan, piensan;
Dicen: “caso raro es”,
¿Será que muere este año?...
Algo que alcanzo a oír…
Le clamo a Dios…
No quiero partir.
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