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De sufrir bullying a ser campeón nacional de artes marciales mixtas

De sufrir bullying a ser campeón nacional de artes marciales mixtas

Harold Cardona en el gimnasio Fight Gym Club de Ibagué. 

Muy temprano comprendió Harold Cardona que los golpes de la vida duelen más que cualquier otro. La violencia intrafamiliar, el bullying y el desarraigo dejaron huellas más profundas que los castigos de la carne en un rin. A todo se sobrepuso. A sus 28 años se convirtió en doble campeón nacional de artes marciales mixtas.

Harold tiene la timidez atávica del campesino. La serenidad congénita de quienes crecieron entre el aire puro y la naturaleza sabia. Nació en Rioblanco, Tolima. Con una sonrisa taciturna recuerda su niñez de gitano junto a sus padres. Iban de finca en finca, saltaban de montaña en montaña. Estuvieron en todos los pueblos del mítico sur del Tolima.

Hasta sus 10 años la patria de Harold fue la Colombia profunda. Corrían los años aciagos del conflicto armado. Era la placidez de la niñez en el campo. Era el temor a las descargas de metralla. “Manteníamos de finca en finca porque mis papás las administraban. Me encantaban las vacas, coger café, echar machete. En todo lo que podía ayudaba a mi papá. Son recuerdos bonitos”, remarca.

Al igual que los palos de café y el ganado, los camuflados y las balas también anidan en la memoria del campeón. El pequeño Harold fue testigo directo de la pugna sangrienta de las Farc con el Estado. “Llegaban helicópteros. Buscábamos al avión fantasma en el cielo. Se escuchaba el plomo en las montañas. Pero uno de niño no era muy consciente de lo que ocurría, daban nervios, pero salíamos a chismosear”, recuerda y ríe.

Sin embargo, los combates más dolorosos ocurrían de puertas para adentro, en su casa. La violencia intrafamiliar era un fantasma peor que el conflicto armado. La figura de su padre infundía más temor que los hombres de camuflado y botas de caucho. “Mi papá le pegaba a mi mamá, hasta que él un día la dejó muy mal de tantos golpes y ella decidió venirse para Ibagué. Nos vinimos sin nada, a iniciar de cero”, cuenta.

Las golpizas de su padre a su madre marcaron para siempre al niño que presenciaba las escenas entre las brumas del llanto. Él mismo padeció en carne propia el ímpetu de esa violencia ciega.  Descubrió Harold que las cicatrices del alma nunca terminar de sanar.

La ciudad

Harold, su madre y sus dos hermanos menores llegaron a Cerros de Granate, un barrio popular en el sur de Ibagué. Del sur rural al sur de la urbe. Dejaron atrás los cañones legendarios del sur por el pequeño cuarto de un familiar que los recibió para que hicieran borrón y cuenta nueva, lejos de los fantasmas.

Ingresó a estudiar en la Institución Educativa Técnica San isidro, donde se graduó de bachiller. En esos años de escolar su refugio fue el deporte. Por un corto tiempo el fútbol, después el boxeo.

Un día entró a la fecunda sede de la Liga de Boxeo del Tolima en el barrio Galarza, hogar de los mejores pugilistas tolimenses, y se quedó por 12 años. Lo acogió el patriarca del boxeo tolimense, Ernesto Ortiz. En realidad, llegó hasta allá para refugiarse de otros tantos golpes que también dejaron marcas indelebles.

“Sufría mucho bullying en el colegio. Se aprovechan por lo noble, por lo tímido, por no decir nada. Me daban calvazos, me empujaban, me metían zancadillas, se burlaban. Y un día recordé la ubicación de la Liga y me fui caminando hasta allá. Nunca más me volvieron a molestar en el colegio”, sostiene.

Era la oportunidad de vengarse, de devolverles los golpes a quienes atormentaron sus años de escolar. “Pero no lo hice. Sentía que no era lo correcto. Eso mostraba lo que ellos tenían en el corazón, la clase de personas que eran, y yo no podía ser igual a ellos”. Harold dejó que su fama de buen boxeador apartara a los cobardes abusadores de su camino.

El rioblancuno se convirtió en uno de los pupilos predilectos de los Ortiz, la familia más célebre del boxeo tolimense. Creció viendo entrenar en el mismo ring al gran Óscar Escandón. Descubrió su vocación por los deportes de combate.

“Empecé a traer triunfos para el departamento. Ocupé primeros, segundos y terceros lugares en torneos nacionales. Obtuve muchas medallas. Pero no sé qué me pasaba, porque siempre que llegaban los Juegos Nacionales me enfermaba y no llegaba en mi mejor nivel”, detalla.

En esos 12 años Harold también probó suerte con algunos negocios, pero se quebró. La depresión lo hizo tambalearse. La vida lo puso contra la lona. Buscó a su padre, ahora en Bogotá. “Eso me sirvió para confirmar qué clase de persona era. No le guardo rencor, lo quiero mucho, pero no es una buena persona”.

Contrario a eso, resalta la figura de su madre Romira Rojas Riaños, quizá el mejor de tesón para sobreponerse a los embates de la vida. De ella es quien se acuerda siempre antes de subirse al ring. “Es todo para mí, el ser más importante de mi vida”, sentencia.

Luego Harold regresó a Ibagué, a la Liga de Boxeo. Tenía más de 20 años. Se convirtió en monitor. Estuvo allí hasta el 2022, cuando dio un paso al costado por diferencias con el presidente de la Liga, Raúl Ortiz. “Nos pedía $200.000 mensuales a cada uno, supuestamente para darle a los compañeros que no recibían nada. Nunca me pareció justo, el temor nos hacía callar, hasta que un día decidí irme”, revela.

El campeón nacional

Por unos meses Harold se alejó del deporte. Hasta que un viejo conocido del boxeo lo invitó a entrenar artes marciales mixtas, una disciplina incipiente en Ibagué, e incluso en el resto del país. A los puños había que sumarles las patadas y las llaves.

“No sé, en los deportes siempre todo me ha salido bien”, admitió Harold con relación a sus inicios en el fútbol y el boxeo. Lo mismo ocurrió con las artes marciales mixtas. En el 2023, en su primer torneo, y con apenas dos meses de entrenamiento, salió campeón nacional en la categoría 90 kilogramos.

“Es un deporte de mucho más cuidado. En el boxeo uno no se preocupa de patadas, o de que lo tiren al suelo. El boxeo es más exigente físicamente, aunque en artes marciales mixtas se debe tener mucha más atención”, explica.


Harold después de coronarse campeón nacional el pasado mes de junio.


En agosto del 2023 Harold fue medalla de bronce en el Panamericano de Artes Marciales Mixtas. Su talento para la disciplina saltaba a la vista.

Casi un año después, en junio del 2024, Harold revalidó su título de campeón nacional y fue convocado por la Selección Colombia para los Juegos Mundiales de la Amistad, que se consideran el Mundial de Artes Marciales Mixtas. Sus triunfos causaron entusiasmo en las redes sociales y medios de comunicación locales.

“Me di cuenta que en las artes marciales hay más puertas abiertas que en el boxeo. No me salieron las cosas en el boxeo, porque iba a ser en las artes marciales mixtas. Aparecieron muy buenas personas dispuestas a ayudarme. Personas que me valoran y que quieren ayudarme sin esperar nada a cambio”, recalca.

El próximo destino es Rusia, sede de los Juegos de la Amistad. Habrá empresarios, ojeadores, cazatalentos. Allí estará Harold representando a Colombia. “Ahora el reto es ser campeón mundial", advierte.

Harold dedica una mitad de su vida a la enseñanza. Es monitor de boxeo del Imdri. Lleva su experiencia a los barrios populares de Ibagué. “Hay demasiado talento y mucho desperdiciado”. La otra mitad la dedica al entrenamiento. “Nunca pensé que la vida me fuera a cambiar tanto en año y medio. En poco tiempo ser el número uno de Colombia en mi peso. Increíble”.

La vida ahora le sonríe. Ya no le hace muecas como otras veces. “Los golpes de la vida son más bravos, esos lo marcan a uno de por vida. Los otros tienen que sanar algún día, los de la vida son para siempre. Pero hay que levantarse y seguir, seguir, todos somos capaces de hacerlo…”.

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