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La ibaguereña que convirtió su apartamento en un refugio para gatos abandonados

La ibaguereña que convirtió su apartamento en un refugio para gatos abandonados

El apartamento de Paola Andrea Falla Aldana se ha convertido en la única esperanza para cientos de gatos que no podrían sobrevivir sin el amor, la dedicación y los cuidados que ella les brinda. En cualquier rincón de su vivienda se encuentra un felino. Bajo las camas, en los baños, en los armarios, en la cocina, en la sala, en los sofás, en el comedor. Todo su apartamento es un santuario para los gatos, de todas las edades, tamaños, colores y condiciones físicas.


Ella es una ibaguereña que desde hace ocho años dedica todo su tiempo a rescatar y cuidar gatos abandonados, a quienes les brinda un hogar de paso, o, en ocasiones, se convierten en sus “hijos”  permanentes. “Recibo cualquier gato, no importa su condición. Los tengo hasta que alcanzan los dos meses más o menos, mientras se les hace el proceso de esterilización y desparasitación. Todos los bebés llegan en muy malas condiciones, porque vienen de las calles, de basureros, de las plazas de mercado; todos llegan con infecciones, con bacterias, heridas y más afectaciones. Los atiendo hasta que puedan iniciar un proceso de adopción”, cuenta Paola.

Se define a sí misma como una veterinaria frustrada. El puntaje del Icfes le impidió seguir ese camino, pues desde niña le apasionaron los animales. Aunque, llama la atención que un principio le atraían más los perros, los conejos, los pescados, los hámsteres, las tortugas, antes que los gatos. Intentó estudiar Arquitectura en la Universidad de Ibagué, pero no terminó su formación. En cambio, es diseñadora gráfica de la CUN; profesión que nunca ha desarrollado plenamente.


“Fue como una revelación. En mi casa tuve de todos los animales, menos gatos, porque a mi papá no le gustaban. Pero una vez cuando tenía como 20 años, cayó una gatita del tejado, así de la nada, y fue el primer contacto cercano con uno de ellos. Me tocó darle tetero, cuidarla, buscarle un hogar para darla en adopción. Ahí le perdí el miedo a la responsabilidad de cuidar un gatico rescatado de la calle y me nació la intención de hacer lo que hago ahora”, recuerda Paola.

A partir de ese momento decidió que se dedicaría su vida a rescatar y cuidar gatos abandonados. Es una labor que le demanda todo su tiempo y que compromete a todas sus relacionas interpersonales. Sus familiares, amigos y esposo han aprendido a convivir con esa realidad. “Yo me llevo a los más bebés para un restaurante, para un banco, a reuniones familiares; cuando salgo de rumba, vengo a vigilarlos y regreso a la fiesta. Así es mi vida”, relata.

De acuerdo con Paola, mientras encuentra un hogar para los gatos, todos los gastos corren por su cuenta. La comida, la arena y los medicamentos de cada gato pueden costar hasta $70.000 mensuales. “Lo único que cobro antes de entregarlos en adopción es la esterilización y la desparasitación, de resto todos los gastos los asumo. Los rescatistas todo el tiempo tenemos deudas, sobre todo en veterinarias. Por fortuna hay muchas que conocen la labor que hacemos, entonces nos fían mientras uno hace rifas, reciclamos u otras actividades. Pero así toca, es imposible hacer esto sin adquirir deudas”, reconoce ella.


En lo corrido de estos ocho años como rescatista, Paola ha tenido hasta 32 felinos en su vivienda. Lo que se convierte en una tarea titánica, al cuidarlos a todos ella sola. “Hay momentos en los que todo se convierte en un caos. Pero es cuestión de salirme del apartamento por un par de minutos, pedirle a mi esposo que me ayude un poco en ese momento, relajarme y volver. De todas maneras no creo que pudiera vivir sin hacer esto. Ellos para mí lo son todo”, expresa.

La valiente y abnegada labor de Paola requiere de múltiples sacrificios. Incluso físicos, que ponen a prueba su estado de salud. Padece fuertes alergias a causa de algunos gatos, sufre ataques de asma y debe resistir fuertes dolores en su columna vertebral, que se agudizan por las labores que conlleva el cuidado de los felinos. A los más pequeños los debe alimentar cada dos horas. Constantemente debe limpiar el apartamento. A los más enfermos debe llevarlos al veterinario. Todos los días se acuesta a la medianoche, hasta que todos los gatos estén dormidos.   

La mayoría de médicos lo primero que me recomiendan es que deje a mis gatos, que ya no los puedo tener conmigo por mis problemas de salud. Pero eso es imposible. Para mí esto no es un trabajo, sino un estilo de vida que ya elegí. No me veo haciendo otra cosa, sin importar las afectaciones físicas o equivalencias monetarias. Ser rescatista me llena como ninguna otra cosa”, enfatiza.

 


Sin embargo, la única retribución que recibe por su labor, es la satisfacción de hacer lo que más desea y le apasiona. “Lucrarse de esto es imposible. No hay nadie que te done tanto, como para cubrir todos los gastos y que te quede un excedente. Hay algunas personas que pueden ser de mal corazón, que piden ayudar para causas que en realidad no existen. Pero una persona que realmente sea animalista, es imposible llegar a lucrarse u obtener un beneficio económico de esto. Más allá de sus caritas felices y verlos bien, no hay otra recompensa”, manifiesta.

A sus 37 años Paola no tiene hijos. Al menos no humanos. Porque hijos felinos tiene cinco: Dante, Milo, Simón, Eva y Pimienta, quien es paralítica. Los tres primeros fueron planificados y las dos últimas fueron rescates que se quedaron en el apartamento para siempre. Paola ha contado con la fortuna de encontrar a un compañero sentimental como Ernesto Valderrama, quien la apoya incondicionalmente con su labor como rescatista.

No queremos hijos. Fue una decisión que tomamos juntos hace mucho tiempo y con el pasar de los años nos hemos ratificado. Ninguno de los dos se ve como padre, al menos no como padre humano. De todas maneras yo me siento como mamá. No de humanos, pero soy mamá. Yo amo la labor que hago y mi esposo me apoya. Este estilo de vida nos parece maravilloso para los dos”, revela Paola.

Después de todos los sacrificios que conllevan los rescates, Paola no está dispuesta a entregar sus gatos ‘de buenas a primeras’. Es estricta al momento de elegir una familia para sus “bebés”. “Siempre hago una entrevista con las personas. Les pregunto dónde viven, con quién vive, a qué se dedica, los datos de dónde estarían los bebés. Se hace un contrato de adopción; les hago seguimiento. Pido fotos, videos. Y verifico que los amen mucho, les recalco que es una responsabilidad para toda la vida, que son un miembro más de la familia”, explica.


La eutanasia nunca es una opción para Paola Andrea, pese a las condiciones más nefastas en las que pueda recibir un felino. Hace de todo con tal de salvar la vida de los gatos que llegan a su apartamento. “En ocho años solo lo he hecho una vez y me costó mucho, duré mal mucho tiempo, porque pienso que siempre hay algo por hacer. Siempre hay una opción. Después que un bebé atraviesa la puerta de mi casa, yo me la juego hasta el final”.

La labor de Paola Andrea es todavía más trascendente en una ciudad y en un departamento donde se presentan altos índices de maltrato animal. A la portería del conjunto residencial donde vive llegan gatos que dejan abandonados en pésimo estado de salud o que todavía tienen el cordón umbilical y están bañados en placenta. Lo cual, para ella, se debe a paradigmas culturales que no estiman la vida de los animales en su real dimensión.

Siempre he querido impulsar que en los colegios se enseñara una especie de cultura para frenar el maltrato animal. Como procesos se sensibilización. No digo que a todo el mundo le deba gustar o querer a los animales, pero tampoco tienen porqué hacerles daño. Falta involucrar a los niños en un proceso más animalista y ambientalista. Es como cambiarles el chip a los niños, porque con los adultos ya es complicado. Hace falta es conciencia y cultura. Debemos sensibilizar a los niños”, concluye.

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