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El renacer de Camilo

El renacer de Camilo

Camilo Gutiérrez pasó de dormir en los andenes, presa de la inclemente noche y con nada más que alcohol etílico en su estómago, a descansar en una cama digna, junto a otros hombres que, al igual que él, están disputando una batalla personal contra la drogadicción, esa que los llevó a convertirse en habitantes de calle.

Sin embargo, el de Camilo es un caso aparte. Entre otras cosas, por el cariño que le promulgan cientos de estudiantes de la Universidad del Tolima. Los últimos años como habitante de calle los pasó en las inmediaciones del barrio Santa Helena, ese mismo al que iba “Camilito”, de niño, para visitar a su tía Luz Estela, la mujer que lo acogió después de la muerte de su madre, antes de perderse definitivamente en la drogadicción.

Por su manera de ser, extrovertida, sincera y afable, se ganó un lugar en el corazón de los jóvenes. A quien le pedía una moneda y no le daba, le respondía con una sonrisa. A quien notaba nervioso por un parcial que iba a enfrentar, con entusiasmo le deseaba un ¡5.0! A quien veía en aprietos, no dudaba en tenderle la mano; no pocas fueron las jóvenes que acompañó en las noches a tomar el transporte público, por temor a que fueran agredidas sexualmente en el camino.

‘Camilito’ y sus demonios

A muchos les sorprenderá saber que Camilo nació y creció en el seno de una familia con mucha solvencia económica. Sus años de miseria rodando por las calles de Ibagué, harapiento y sucio, nada tienen que ver con una infancia llena de lujos. Estudió en el prestigioso Colegio Tolimense, entre tantos otros privados, y él mismo se ríe al recordar la extravagancia de tener su primer carro cuando solo tenía 15 años de edad.

Era muy buen estudiante. Me encantaba estudiar y aprender. Yo sé muchas cosas, de danza, de música, sé tocar flauta, sé tocar piano; ahora me gustaría aprender a tocar guitarra y tambores, porque descubrí que tenía el talento para la percusión. Era bueno para los deportes, el teatro, para todo”, cuenta con entusiasmo.

El amor de su vida fue su madre. A ella le debe los mejores, y tal vez los peores momentos de su vida. “Mi mamá trabajaba para una editorial, le iba muy bien, pero después se independizó y montó su propia editorial, ahí nos empezó a ir todavía mejor. Ella tenía bastante dinero y sabía conseguirlo”, recalca Camilo.

Camilo tenía 11 años de edad cuando conoció a su padre. Recuerda que fue un encuentro frío y distante. Sus padres eran separados, por lo que nunca desarrolló una relación afectiva con su papá. A partir de ese momento Camilo tuvo un primer vacío en su vida, que ahora llama “demonios”, esos que le carcomieron el alma hasta arrojarlo a las calles.

Él (su padre) no me quería, ninguno de su casa me quería. De todas maneras mi mamá me decía que los debía querer, porque eran la familia de mi papá. Los visitaba en vacaciones, y me daban huevo mientras todos comían carne, me daban un cuarto solo en el fondo, me trataban como un bicho raro, pero de niño no me daba cuenta, solo lo vine a notar hace como un año”, relata.  

Más adelante, a sus 17 años, llegó Mario a su vida, el tercer y último padrastro que tuvo. Por él fue que supo lo que era la marihuana, por él descubrió las drogas. “Fue la persona que llevó la droga a mi casa. Yo no fumaba marihuana, y cuando supe que el esposo de mi mamá lo hacía… pues lo hice. No lo conocía y empecé a averiguar, me dijeron que metía perico, fumaba de todo, tomaba alcohol, que era una joyita”.

Mario era un joven apenas dos años mayor que Camilo, y ya convivía con su madre, y era su padrastro. Con el pasar del tiempo sintió que le arrebató el amor de su madre. Lo más fuerte que viví fueron esos celos, porque yo era deportista, me gustaba el teatro, me gustaba la música, izaba bandera constantemente, me esforzaba para que mi mamá se sintiera orgullosa de mí. Pero sentía que no le importaba a ella y que quería más a Mario”, subraya melancólico Camilo.

Mientras anidaba esos celos enfermizos en su corazón, en su cotidianidad se acostumbró a compartir actividades con Mario, hasta el punto de tomarle cariño. “En una época de nuestras vidas andábamos mucho tiempo juntos. Fumábamos marihuana los dos, metíamos perico los dos, tomábamos trago los dos, nos volvimos los mejores amigos”.

Transcurrieron diez años en esa dinámica. Camilo cada vez sentía más celos, y lo único que hizo fue refugiarse en las drogas. Hasta que a sus 27 años su mundo se destruyó por completo. A su madre le diagnosticaron cáncer en la matriz, al mismo tiempo ella se sumió en la tristeza por la separación con Mario y, para colmo de males, su único hijo, Camilo, estaba perdido en su adicción a la heroína.

Empecé a consumir más marihuana, perico, heroína, bazuco, licor, lo que fuera. Empecé a robar la empresa, a desangrarla, y con eso me sustentaba la droga. Por eso nos quebramos, diariamente nos gastábamos 800 mil pesos en las quimios de mi mamá y yo 100 mil pesos en mis adicciones. Le pedía a Dios que me salvara a mi mamá, y como no me cumplió, me enojé con él”, reconoce.

  • ¿Has visto cómo muere una persona?, pregunta Camilo.
  • No, creo que me daría miedo.
  • La primera persona que vi cuando vine al mundo fue a mi mamá, y yo fui lo último que ella vio cuando murió. Es la única persona que he visto morir. Empezó a exhalar, como si se le estuviera saliendo el alma. Le di un vaso de agua, y cuando volví a sentarme, tuve que ver cómo daba su último suspiro, rememora, mientras convulsiona su pecho para escenificar el fallecimiento de su madre.

Tras la muerte de su mamá, quedó sin dinero, adicto especialmente a la heroína y sin un rumbo qué tomar. Por suerte, momentáneamente apareció su tía Luz Estela, hermana de su madre. Empezó su vagar por hogares de rehabilitación, en algunas ocasiones lujosos y con profesionales calificados, pero, ninguno le funcionó para dejar atrás sus adicciones, sus rencores, sus tristezas, sus frustraciones, sus demonios. En últimas, no le quedó otro refugio más que las calles, se convirtió en un habitante permanente de ellas.

La UT, su hogar, su familia

La Universidad del Tolima fue la casa de Camilo Gutiérrez desde mucho antes de ser habitante de calle. Primero trató de estudiar Administración de Empresas, sin mucho empeño, lo mismo que después sucedió con una Ingeniería en Sistemas.

(Camilo retratado por el fotógrafo ibaguereño Camilo Toro, cuando todavía era habitante de calle.)

En los años de bonanza junto a su madre y Mario, se fueron a vivir a Pereira. Allí Camilo trabajó como agente inmobiliario, después del terremoto de Armenia, con el Fondo Para la Reconstrucción del Eje Cafetero (Forec). Cuenta que vendía hasta cinco casas diarias, y obtenía comisiones de hasta 500 mil pesos por cada una.

“Ese era mi punto: yo quería que mi mamá me admirara, que dijera ¡qué berraquera mi hijo! Pero yo sentía celos, sentía que quería más a Mario. Solo ahora entendí que ella luchaba sus propias batallas, que tenía miedo de perderlo a él, porque yo estaba asegurado en su vida”, enfatiza y se lamenta al mismo tiempo Camilo.

En su memoria guarda la anécdota de la ocasión en la que, por muy poco, se convierte en el contador público de la Nacional de Chocolates, sin tener ningún conocimiento o experiencia en esa área. Entre risas cuenta que no lo logró, porque en su última entrevista olvidó el ‘perico’, que sí había consumido en las anteriores audiciones.

En ese, como en tantos otros episodios, tuvieron que ver mucho los efectos de la cocaína, pero, en el fondo, lo que afloraba era su habilidad natural para congeniar con los demás. Ese mismo don que le dio una particularidad entre los demás habitantes de calle que rondaban la Universidad del Tolima. Ese es tal vez el único don que me dio Dios: la gracia, la capacidad de conectar fácil con las demás personas”, dice el modesto Camilo.

En su memoria guarda innumerables recuerdos junto a sus “niños”, como llama a los estudiantes de la UT. Cuenta que una “chica afro” le pedía que la acompañara hasta su casa, pues ya habían intentado abusar de ella al interior del alma mater; en otra ocasión, a “una parejita” los persuadió de no suicidarse, porque recuerda con amargura que un amigo alguna vez le advirtió que lo haría y al otro día lo cumplió.

(El pasado 31 de octubre 44 personas, entre ellas estudiantes de la UT, visitaron a Camilo en la Fundación, para celebrarle su cumpleaños número 40.)

Julián Aldana es uno de los tantos “niños” de Camilo. Es egresado de la Licenciatura en Ciencias Naturales. Hace un mes, por iniciativa propia, junto a más estudiantes, visitó a Camilo en la Fundación donde actualmente afronta un nuevo proceso de recuperación. Como una familia, le celebraron sus 40 años de vida, de los cuales trece los pasó en las calles.

Camilo es bastante especial por su amabilidad, por su empatía. Él podía estar sucio, en las circunstancias propias de su condición, pero nunca generaba miedo, mucho menos repudio, porque su rostro, su manera de hablar, siempre te generaba confianza. Sin lugar a dudas es todo un personaje de la UT, ¡con decirles que habla inglés!”, subraya Julián.

Personas como Julián, a Camilo le recuerdan una frase que le decía su madre: “Es mejor tener amigos que plata. Era una mujer muy inteligente”, acto seguido, esbozó una sonrisa cargada de nostalgia.

  • ¿Camilo, los estudiantes de la UT son lo único bueno que le dejó ser habitante de calle?
  • Sí, es una perspectiva muy cruda de ver las cosas, pero es la verdad. Son lo único para rescatar de esa etapa de mi vida, son una bendición. A los niños de la U los adoro.

Una nueva oportunidad

Hace cuatro meses a Camilo Gutiérrez la vida le ofreció una nueva oportunidad. Eran días más difíciles de lo acostumbrado, debido a la pandemia. Apareció en su camino la Fundación Rescatados por su Sangre, que le ha cambiado su vida como no lo lograron hacer los costosos y sofisticados hogares de rehabilitación en los que antes estuvo.

Se trata de una pequeña y apacible finca en el sector del Totumo. La rodean frondosos árboles, de los que cuelgan frutas y flores. Hay una piscina cristalina que pueden disfrutar solo los domingos y los lunes, los otros días son de jornadas laboriosas y espirituales. Hay libertad de culto, pero, todas las mañanas al despuntar el alba hacen una ceremonia cristiana para los que deseen asistir. Allí, cada amanecer, siempre está Camilo.

(A la izquierda, se ven las lamentables condiciones en las que estaba Camilo cuando llegó a la Fundación. A la derecha, se le ve cuatro meses después, junto al alcalde de Ibagué, mientras vendía sus manís en el centro de la ciudad.)

Los martes y sábados, Camilo y sus compañeros, se turnan para asistir a la Plaza de Mercado de la calle 21. Una placera generosa les regala un bulto de papa, el verdulero de más allá les obsequia una caja de tomates, el carnicero de más acá les da unas bolsas de vísceras, y así, ayudan con su supervivencia.

También, diariamente elaboran llaveros o empacan maní, para después salir a comercializarlos en el centro de Ibagué y apoyar su autogestión. En uno de esos recorridos comerciales fue que estudiantes de la Universidad del Tolima se percataron, con agrado, de la recuperación de Camilo.

Rescatados por su Sangre es una fundación cristiana, con presencia en varias ciudades del país, entre ellas Ibagué, que trabaja para devolverle la dignidad a los habitantes de calle, generalmente absorbidos por la drogadicción. Allí, Camilo dice que por fin encontró a Dios, quien le dio las respuestas que no supieron darle ni siquiera los profesionales más calificados.

En cierto sentido es peor que una cárcel, porque todo depende de mí, no hay quien me retenga. Menos mal no he tenido ni un solo intento de irme, porque me prometí un año, esperando la promesa de Dios; quiero saber qué dispone Él conmigo. Ya no tengo voluntad, antes se la dejaba a la droga, ahora a Dios. Que Él haga lo que quiera conmigo, yo estoy colocando todo de mi parte, ahora soy su instrumento, y soy feliz así”, finaliza Camilo, quien no descarta convertirse en pastor o predicador.

  • ¿Camilo, por qué esta ocasión es diferente a los intentos de rehabilitación que tuvo anteriormente?
  • Porque ahora Dios está conmigo. Antes no. Es la primera vez que estoy en un proceso basado en Dios. Soy feliz orando, me encantan las alabanzas. Soy feliz en Dios.
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