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De sufrir el desplazamiento forzado a graduarse con honores en la Universidad del Tolima
Héctor Lozano nació en 1996 en el corregimiento Tres Esquinas, municipio de Cunday. Era una época en la que arreciaba el conflicto armado. La extinta guerrilla de las Farc sembraba terror en el suroriente del Tolima.
De allí su familia se tuvo que ir a los dos años, por las acciones del grupo insurgente. A la abuela paterna de Héctor por poco la alcanza la explosión de una bomba. Al igual que cientos de campesinos en el país, que desde la época de la violencia se vieron obligados a abandonar sus tierras, Héctor y su familia encontraron refugio en Bogotá.
Después de permanecer unos pocos meses en la capital de la República, Héctor, junto a su familia, se trasladaron a Purificación. Se asentaron en una finca ubicada en la vereda La Samaria, que era propiedad de su abuelo. Tiempo después, en el 2002, otra vez tuvieron que dejar el campo debido a los riesgos del conflicto y bajaron al casco urbano del pueblo.
“Otra vez nos desplazó la guerrilla de las Farc. Y vinieron años muy difíciles, porque mis padres perdieron la oportunidad de trabajar la tierra, eso trajo problemas económicos, escasez para acceder a buena educación, a salud, y todo lo demás que conlleva el desplazamiento. Había temporadas en las que mis dos hermanos mayores y yo no estábamos con mis padres”, cuenta Héctor.
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Hacia el año 2008 sus padres intentaron regresar a la finca en la vereda La Samaria, pero nuevamente fueron desplazados. Sin embargo, en esa oportunidad no fueron las Farc, sino el hostigamiento del propio Ejército.
“Ellos entraban a investigar, hacían cosas que no estaban dentro del debido proceso, y empezaron una persecución con los campesinos de la zona. El Ejército acusaba a mi padre de tener ganado de la guerrilla, permanecían en la finca, fue tanto el hostigamiento, que vio difícil seguir trabajando la tierra y decidió venirse del todo”, explica.
A Héctor se le quedó en la memoria el recuerdo indeleble de la violencia en medio del campo. Recuerda los enfrentamientos entre las tropas del Ejército y las Farc, el sonido del avión fantasma, la manera en que corrían a esconderse detrás de una gigantesca puerta, para ponerse a rezar el padrenuestro ante un altar. “Son imágenes grabadas en mi memoria, que me han acompañado toda la vida”.
Una vez en Purificación hizo el bachillerato en el colegio Clemencia Caicedo y Vélez. Tuvo que crecer viendo que los útiles escolares de sus compañeros eran mejores, que ellos tenían para comer algo en el recreo, mientras que él tenía los bolsillos vacíos. “Habíamos perdido todo lo que medianamente nos daba una mejor calidad de vida”.
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Héctor trabajando en la vereda La Fila, de Icononzo, otra zona del Tolima afectada por el conflicto armado.
Él mismo considera que fue un estudiante indisciplinado en el colegio. Culpa de esto a la metodología aburrida de la mayoría de profesores y a la ansiedad que le provocaban las difíciles condiciones socioeconómicas de su familia. Algún tiempo quiso ser soldado, después no tuvo ni idea de qué hacer con su vida. Hasta que llegó el grado 11, el embarazo de su hermana adolescente y decidió que saldría adelante por el bien de su familia.
A las pocas clases a las que Héctor asistía con gusto en el colegio, eran las de geografía, sociales, historia. Por eso decidió formarse en las ciencias sociales. Ya no quería ser soldado para tomar venganza de las Farc, ahora deseaba comprender el conflicto que destruyó su infancia rural, campesina.
La universidad
En el 2014 pudo entrar a la Universidad del Tolima, para estudiar Sociología. Se pagó el PIN con sus propios recursos, después de trabajar en un taller de latonería y pintura. Una vez obtuvo el cupo, vino la preocupación de sus padres para poder sostenerlo en Ibagué, mientras ellos permanecían en Purificación. Los recursos económicos eran escasos.
“Pasé muchas necesidades. Me tocó dormir en el piso, a veces no desayunaba ni cenaba. Pero si uno no se lanza, si uno nunca toma la iniciativa, las cosas nunca van a fluir”, asegura.
Por fortuna, años más tarde conoció el Programa Para la Paz, de la Oficina de Proyección Social. La institución lo apoyó en su proceso formativo. Alcanzó becas que lo exoneraron del pago de la matrícula. Vendió dulces en una ‘chaza’. Así, con los recursos que le podían enviar sus padres desde Purificación y con lo que ganaba en los empleos de vacaciones, sobrevivió.
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“Todos los logros que he conseguido hasta ahora, se los debo a la Universidad del Tolima, especialmente a la Oficina de Proyección Social. Y a mis padres, Leonidas Lozano e Hilda Baracaldo, que fueron el motor para alcanzar el importante logro de mi graduación”, expresa.
Héctor se graduó hace pocas semanas, a sus 25 años de edad. Ese día también recibió el reconocimiento al Alto Espíritu Universitario, por su talante de liderazgo que dejó ver durante los años que estuvo en el campus de la UT. Un reconocimiento de ese tipo también le otorgó la Alcaldía de Purificación, sabe lo que es trabajar con la Comisión de la Verdad, ha participado en congresos internacionales.
“A los jóvenes les digo que luchen por sus sueños y trabajen por ellos. Cuando piensen en renunciar a sus sueños, recuerden cuando los querían de niños, eso les va a dar fuerzas para seguir”, sentencia.
Si bien las condiciones de seguridad han mejorado en el suroriente del Tolima, tras la firma del acuerdo de paz con las Farc, todavía quedan problemáticas por resolver, como el pésimo estado de las vías terciarias, la cobertura del sistema de salud y las posibilidades de recibir una educación de calidad. Para ayudar a resolver todo eso, Héctor Fabio sueña con llegar a ser concejal o alcalde de Purificación. Permanecer en el territorio.
“He decidido tomar este camino, fundamentalmente por todo lo que he vivido en mi vida y no quiero que nadie repita lo mismo. Es decir, que nadie sea despojado de sus tierras, que nadie tenga que sufrir a raíz de eso”, finaliza.
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