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Rafael Núñez entre la leyenda y la evocación

Rafael Núñez entre la leyenda y la evocación

Por: Alberto Santofimio Botero.
EXMINISTRO Y EX SENADOR DE LA REPÚBLICA.


En este “misterioso taller de Dios”, como supo llamar GOETHE a la historia, nos encontramos en nuestra plena juventud rebelde y contestataria con la singular figura de don RAFAEL NÚÑEZ, calificado en la época como el gran Reformador. En medio de los diálogos intensos de la campaña política el humanista Indalecio Liévano Aguirre, nos invitó al conocimiento de este personaje.

Para nosotros los integrantes de la JMRL, las entusiastas juventudes del Movimiento Revolucionario Liberal acaudilladas por Alfonso López Michelsen, a su regreso del exilio en México, don Inda, como cariñosamente lo llamábamos, más que un compañero de lucha fue nuestro sabio maestro y nuestro orientador en el estudio de tema cruciales de la economía y la historia, y más tarde nuestro colega en el primer gabinete del “Mandato Claro” en la presidencia del compañero jefe.

Liévano Aguirre sostenía, refiriéndose  a la controvertida personalidad de Rafael Núñez, a sus célebres propuestas de reforma política y a la habilidad pragmática con la que buscó fórmulas de cohesión unitaria, de convivencia y de superación de guerras y conflictos,  que esa tarea de Núñez se había facilitado no solo por el desgaste y los errores  de la llamada confederación, sino porque los partidos políticos no tenían entonces estructura organizativa, mucho menos ideas claras y programas seductores que les inspirarán una genuina voluntad de lucha y de justificación del ejercicio del poder. Como lo dice en su espléndida, juiciosa y objetiva biografía sobre Núñez: “Solo subsistían como agrupaciones unidas por el sentimentalismo y los odios atávicos para transitorios fines electorales. . . ¿Porque no dar el paso definitivo y salvador? ¿Porque no gobernar con independencia de los partidos?  ¿Porque, si los partidos se habían convertido en instrumentos ineficaces para la realización de una grande y necesaria transformación política, habría de sacrificarla para salvar tales instrumentos decadentes?”.

Recuerdo cómo armonizamos las charlas y la lectura del libro de Liévano Aguirre, con nuestras lecturas del entonces popular escritor Stefan Zweig nacido en Viena y muerto en el Brasil hace 80 años, que entre muchas cosas nos enseñó que “cuando nace un genio perdura a lo largo de los tiempos”. Este ha sido sin duda el caso de Núñez, que entre grandes contradictores como German Arciniegas o Marco Palacio y firmes defensores como Liévano Aguirre y Eduardo Lemaitre , mantiene  a los ciento treinta años de su muerte, mantiene plena vigencia en el centro del debate histórico, político e institucional.

La tozuda y terca insistencia de Núñez en su reforma, y el final feliz de la carta constitucional cuya vigencia superó los cien años, llevó al presidente Belisario Betancourt, con una mezcla de alabanza y exageración, a calificarla como” el acontecimiento político más significativo de la historia de Colombia”.

Como bien lo anota Gutiérrez Ardil, a en su reciente obra, “La Regeneración “es preciso desligar el creciente desprestigio del radicalismo y el consenso alcanzado en la década de 1.880 entorno a la necesidad de una enmienda constitucional, de la configuración definitiva y desencantada de una práctica de gobierno”. Agregaríamos nosotros, que, para juzgar con transparencia y objetividad, como corresponde al oficio de los historiadores, las virtudes y defectos y los fracasos en la práctica del modelo de los radicales y de las constituciones de 1.863 y 1.886. No caer en la tentación exagerada de Marco Palacios cuando se atrevió a afirmar que en 1.886 no hubo ninguna verdadera transformación institucional, ni en la del presidente Betancourt al considerar que fue lo más significativo y quizás perfecto del acontecer nacional de todos los tiempos.

Toda esta gran polémica arrancó cuando en la posesión del general Julián Trujillo, como presidente de Colombia, Núñez convencido de su derrotero y de su hazaña, persiguiendo la unidad Nacional y una estructura de convivencia y de paz, con centralización política y descentralización administrativa, en su célebre discurso planteó la disyuntiva” regeneración fundamental o catástrofe. Incomprendido por algunos, y seguidos por muchos con su llamamiento, las palabras de Núñez, consideradas “por un ardid con fines electorales”, terminó siendo el camino para una nueva institucionalidad con larga vida, y sucesivas enmiendas para procurar mejorarla y adaptarla al ritmo de los nuevos tiempos.

Pese a que muchos críticos acusan a Núñez de falta de claridad en su programa político lo cierto es que el prócer Cartagenero logró con persistencia admirable crear un clima propicio con sus escritos  en los periódicos “ La luz y” El Porvenir”, con una capacidad atrayente consiguiendo penetrar en la voluntad de gentes de distintas tendencias imponiendo la virtud de su estilo literario, y metafórico, para hacer populares planteamientos supuestamente abstrusos sobre temas económicos, técnicos y sociales.

En un país cansado de inestabilidades, guerras, conflictos, por las regiones soberanas enfrentadas las propuestas de Núñez se fueron abriendo paso como una panacea de avenimiento, de concordia y de futura reconciliación.

Como lo anotó en una oportunidad José María Samper, con las propuestas de Núñez, y los desmanes generados en la práctica por la vigencia de la propia constitución en 1.863, ésta quedaba arruinada y sepultada. Le cobraron lo que muchos proclamaban como una carta política generadora de zozobra e inestabilidad, y esta fue la puerta abierta, por la experiencia, y la realidad, que Núñez supo transitar con pulso y habilidad, hasta imponer su reforma política.

Para justificar todo lo anterior se acudió para desacreditar la constitución de Rionegro y abrir el cauce a una nueva, para que la sustituyera, a la frase del escritor Víctor Hugo de que esta era “una constitución para Ángeles”, y no para manejar la autoridad en los tiempos turbulentos difíciles y complejos, que entonces se vivían.

Recordando este fenómeno tantos años después, evocamos al ya citado STEFAN ZWEIG “en esos instantes sublimes que la historia configura a la perfección, no es necesario que ninguna mano acuda en su ayuda. Allí donde ella impera como poetisa, como dramaturga, ningún escritor tiene derecho a intentar superarla”

La memoria histórica del cuatro veces presidente de Colombia don RAFAEL NÚÑEZ, se mantiene intacta a partir de su obra más que de su intensa leyenda personal. Vilipendiado por plumas de varias generaciones, defendido con convicción y ardor por otras entre las que sobresalen las de Indalecio Liévano Aguirre, su biógrafo por antonomasia y la del devoto guardián de la heredad nuñista el historiador también cartagenero Eduardo Lemaitre Román, Núñez no ha tenido reposo ni paz en su tumba del Cabrero.

El ejercicio del poder, sus meditaciones filosóficas, sus disciplinas económicas, su reforma política, sus versos y hasta sus amores han sido, por décadas continuas el terreno propicio para las divagaciones, las versiones encontradas, las calumnias, toda suerte de apasionados conceptos en pro y contra del paso de Núñez por la vida pública y de su impronta de poderosos reformador de las instituciones colombianas en el pasado siglo.

Se inició como joven diputado por el istmo de Panamá, cuando esté obviamente hacía parte de Colombia y fue político, diplomático, ministro varias veces antes de entregar en la esfera suprema del poder que ejerció cuatro veces con fuerza, con creatividad, con astucia y a contra pelo de sus copartidarios, los liberales, que lo abandonaron hasta obligarlo a continuar su propia política independiente.

Enfrentado el grupo de los radicales, y por ende aclamada constitución de Rionegro, la de 1.863, a la cual se les distinguía por aquella época atribuyéndole al poeta francés Víctor Hugo la sentencia de que era carta política “para ángeles”. Como quien dice poca idónea para imponer en su país convulsionado por las guerras, las dificultades económicas, las diferencias regionales, el difícil imperio de la paz, el orden, la seguridad, el derecho y, sobre todo, la unidad nacional. Jamás se comprobó que el poeta Víctor Hugo hubiera dicho la frase terrible sobre la carta, pero la usaron eficazmente sus adversarios en el proyecto de calificarla de utopía y de inapropiada para garantizar el manejo de la nación. Núñez era el abanderado de esa corriente en dura oposición a los liberales que se enorgullecen de haber realizado la Carta de Rionegro.

Sin importarle la opinión de su propio partido Núñez con el propósito de rescatar la unidad nacional, en medio del caos de los estados soberanos y con el lema, de “centralización política y descentralización  administrativa,” fue atrayendo a la sociedad civil,  a la Opinión no comprometida hasta imponer la urgencia de realizar una gran transformación hacia unas instituciones  solidadas que le dieran a la gente una garantía cierta del ejercicio de la autoridad del orden, de la “ libertad y los derechos fundamentales para todos. El visionario cartagenero logró convencer al país sobre el fracaso de la Carta Constitucional de los radicales en virtud a la anarquía reinante bajo su alero y las hondas contradicciones que crecían en una sociedad convulsa y perpleja.

La pérdida de credibilidad en la justicia, la profunda crisis económica y el creciente descrédito de las instituciones que habían consolidado los radicales. Desde 1.863, terminó imponiendo el proyecto de Núñez. Con la bandera de  la “regeneración fundamental o catástrofe” como programa de una disciplina  social,  que pusiera fin al tremendo  desorden causado por la permisividad excesiva de las normas de la Carta de Rionegro, Núñez logró su victoria histórica y terminó saliendo al balcón del Palacio de San Carlos  a decretarle la muerte a la Constitución e imponiendo la de 1.886, que con el aliento de continuas  reformas y de fundamentales innovaciones, prolongó su imperio por más de  cien años, hasta la promulgación de la constitución de 1.991.

La conmemoración de los ciento treinta años de la muerte del cuatro veces presidente de Colombia Rafael Núñez servirá para refrescar el debate histórico sobre su genialidad de visionario político, la cual pretenden oscurecer caprichosamente jóvenes escritores como Daniel Gutiérrez Ardila, en su libro reciente “LA REGENERACION”. Desconocer la capacidad de estadista y visionario de NÚÑEZ para hallar en el poder constituyente la fuente de una transformación institucional para buscar poner fin a las guerras civiles, al desorden administrativo y fiscal y al enfrentamiento de ideas y competencias entre regiones y de liderazgos civiles y militares que conspiraban contra la unidad de República, resulta una solemne tontería.

Con todos sus defectos y virtudes esta estructura constitucional, logró bajo su alero de concordia, la clave de excepcionales tiempos de concordia y de paz. Y sobre ella, rompiéndole algunas de sus vértebras esenciales bajo la conducción afortunada de Alfonso López Pumarejo y de Darío Echandía, la Nación Colombiana avanzó a fórmulas progresistas particularmente en la concepción de la función social de la propiedad, de la universidad pública y del sindicalismo.

Las críticas a la inestabilidad del país, atribuida al régimen de los Estados Unidos de Colombia sirvió de fundamento para buscar la proscripción de los enfrentamientos y conflictos, apelando a la voluntad de los ciudadanos contra la continuidad del poder de la Carta que nos gobernó de 1.863 a 1.885. Con la inteligencia cautivadora y pragmática Núñez propuso, como lo dice Nicolas del Castillo en su libro” El primer Núñez” una serie a la vez corta y selecta de reformas. Con este estilo intuitivo y conocer del alma colombiana logró que personalidades tan ariscas, altivas e independientes como la de Antonio José Restrepo, el célebre caudillo antioqueño Ñito Restrepo a nombre de líderes liberales resolvieron secundar a Núñez en el “propósito honrado de modificar las instituciones Nacionales”. Protagonistas como Murillo Toro y José María Samper habían admitido los abusos de poder en el régimen imperante en el manejo del orden público y de las garantías y libertades individuales. Incluso protagonistas como don Justo Arocemena, activo interviniente de la Convención de Rionegro “juzgo muy duramente la constitución de 1.863 a la luz de la experiencia”

Como lo trae en su libro ya citado Gutiérrez Ardila. Todas estas situaciones contribuyeron a que el persistente y terco empeño reformador de la regeneración de Núñez llegará a buen puerto en 1.886

Constitucionalistas tan respetados como el expresidente Alfonso López Michelsen así lo admitieron en la celebración de los cien años de vigencia de la carta política inspirada e impulsada por Núñez.

Ante el fiel guardián del legado Núñista, el admirado y respetado Eduardo Lemaitre Román, así lo expresó el ilustre colombiano en aquella trascendental efeméride, en la propia casa del prócer.

Juzgados con objetividad su legado institucional, sus libros, su dilatada actuación en la vida colombiana, se puede proclamar sin mezquindad, que el expresidente Rafael Núñez es una de las grandes figuras de la historia colombiana. En mi caso personal, es tan grande mi reconocimiento por su visión y su trayectoria de inmenso conductor político y reformador de instituciones, como mi distancia crítica de sus condiciones de poeta y de autor de la letra del himno Nacional.

En la iglesia del Cabrero, al lado de la mujer admirable con la cual vivió la tempestad y el fuego de su singular amor apasionado y conflictivo, y luego del decantado reposo de la felicidad y de las tristes horas finales, permanecen las cenizas de Núñez, arrulladas por el golpe interminable de las olas del mar Caribe.

Desde las sombras infinitas de la eternidad, Núñez podrá repetir, con don Antonio Machado, en sus célebres cartas a Pilar, al oído en doña Sola: “lo mejor de la historia se pierde en el secreto de nuestras vidas”.

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