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Los nuevos concejales
Por Carlos Pardo Viña[1]
La temporada de sonrisas se extiende por toda la ciudad. He recibido 56 tarjetas, 18 llamadas y 85 mensajes de textos invitándome a votar por uno de los sonrientes y ya no hay lugar en esta ciudad en la que uno no se tope con un afiche y una valla promocionando un candidato al Honorable Concejo de la ciudad. Como en cualquier zoológico, me he encontrado con personajes de todas las especies.
- ¿Y cuál es su propuesta? —le dije a un candidato desconocido que aprovechó mi cercanía con uno de sus amigos para invitarme a apoyarlo.
- Voy a trabajar por el deporte —dijo.
- ¿Y cómo? —repliqué como para no parecer grosero y terminar la conversación abruptamente, como realmente quería.
- No se. Eso depende del alcalde —dijo sin que ningún rubor apareciera en su cara.
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No pude menos que sonreír. El tarjetón está lleno de gente que no tiene idea la función de un concejal, más allá de ir a pedir puestos a cambio de los votos positivos a los proyectos que presente la administración. Bueno, creo que me pasé, eso jamás ha pasado en esta ciudad ni en ninguna otra.
- ¿Sabe cuál es el presupuesto de la ciudad? —le pregunté intuyendo que la iba a cagar.
- 250 mil millones —dijo con suficiencia.
Y la cagó. El hombre no sabe que el presupuesto es más de tres veces esa cantidad. Cuando lo dije, guardó un profundo silencio y la tarjeta que tenía en la mano para entregarme, volvió a su bolsillo.
Luego de la catástrofe del actual concejo —de 19, en ejercicio de sus funciones terminaron sesionando sólo cuatro: los 15 restantes fueran suspendidos por la Procuraduría—, el futuro no es halagador. Seguramente cambiarán algunos nombres y se repetirán otros que sí tienen bastante claro para qué sirve ser concejal: para colaborar con el desarrollo del municipio (cómo se estaría riendo Jaime Garzón).
Mientras tanto, toca soportar la temporada. Un día después de elecciones, dejarán de sonreír. Los perdedores jurarán no volver a la política, los ganadores tomarán airecito de gerente y comenzarán con los mañana te atiendo, claro, claro, ando muy ocupado, ya veremos, usted tranquilo. En cuatro años se volverá a saber de ellos. Estarán tiempo completo consolidando las microempresas electorales en que se convirtió la política local.
No tendremos un concejo como los de antes, llenos de verdaderos juristas y humanistas, y no sólo de abogaditos que ahora andan con camisa blanca y su nombre bordado en el pecho, de esos que no han hecho nada por la tierra y ahora quieren que la tierra haga algo por ellos.
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Pero también hay jóvenes, gente nueva sin las mañas de la política vieja que sigue empotrada en la ciudad. Seguramente, la mayoría no alcanzará a llegar. No tienen la plata ni la maquinaria que hoy en día vale una curul en el desprestigiado concejo. Pondrán sus ahorros y los amigos intentarán ayudarlo con sus familias. Los otros, lo que saben todo lo que representa política y económicamente ser concejal, se asociarán con empresarios que le dan la platica de la campaña, para afiches, para publicidad, para contratar a un pequeño grupo que mueva sillas y grite arengas, para convencer a algunos líderes barriales.
Los buenos, no llegarán. O de pronto sí, pero como algunos saben, soy un pesimista profesional.
Y así nos va.
[1]Escritor y periodista
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