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Los notarios de la muerte
No hay semana que termine sin registrar la muerte de un amigo o un conocido, incluso de un familiar. Prácticamente algunos periodistas nos estamos convirtiendo en especialistas de obituarios por este trabajo que súbita e inesperadamente se está volviendo rutinario. Nos estamos convirtiendo en los notarios de la muerte.
Nada más espantoso que este oficio, donde a través de un escrito elaboramos apresuradamente el texto para despedir a un amigo o conocido que, inesperadamente, partió hacia el Oriente Eterno.
Así como es su sepelio a las carreras y solitario, asimismo debemos escribir las notas, sin completar mucho detalle, pero poniéndole sentimiento, nostalgia y hasta miedo, en un escenario que tampoco nos habíamos imaginado vivir. Es cierta crueldad del oficio que escogimos, donde la tragedia tenemos que narrarla superando los pesares y los temores, las angustias y el llanto. Espantando fantasmas.
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Somos también los tanatólogos que le ponemos la buena cara y la sonrisa a la muerte, a través de unas cuantas líneas, de unos cuantos párrafos, cargados dolor y angustia.
Pero además de eso, pensamos que los desfiles fúnebres son tan desolados como la misma muerte. Con razón, cuando traspasamos la puerta de nuestra casa en esta epidemia sentimos miedo, temor y desconfianza. Recorremos las calles sin saludos ni apretón de manos al amigo o al conocido, mucho menos un abrazo fraterno: cualquiera nos puede contaminar, cualquiera nos puede dejar en riego. Es la zozobra, es el pánico que nos mortifica, que ya en vida nos está afectando. Es el suplicio que se vive a diario en el interior de cada persona.
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Infortunadamente, en mi caso, por ser el más viejo del grupo de este portal (El Cronista.co), me han encargado de elaborar los perfiles de la mayoría de los fallecidos bien por Covid-19 u otras patologías. Es así, como hemos tenido que registrar los nombres de amigos y conocidos que se nos han adelantado en este paso efímero por la tierra de nuestras querencias: Elvira Gaitán de Alvarado, Aida Saavedra de García, Carlos Alvarado, Abel Rodríguez, Miguel Naged Nieto, Mario Rodríguez, José Liborio Osorio, Jaime Salazar Gómez, Héctor Rivera, Félix Gentil Escobar, Julio César Cuitiva, Álvaro Ramírez, Jaime Roys Pichón, Marco T. Padilla, Gabriel Cuitiva Parra "Tolima es Malo", Plinio Valencia y los amigos de radio: Alonso Botero, Armando Monroy Castro, y Carlos Sepúlveda. Todos en su mayoría víctimas del temible virus.
En esta etapa trágica de la pandemia he recurrido, muchas veces a la memoria fiel, la cultura y el conocimiento de la historia y de sus protagonistas a nivel local, nacional y universal del exMinistro Alberto Santofimio Botero, para buscar su apoyo y luces en esta oscuridad de la que no se sabe cuándo saldremos; y luego de escucharlo por varias emisoras locales que los entrevistan, lo llamo para conversar sobre el tema y me dice: "Apreciado Humberto, siento angustia de las noticias que a diario me llegan sobre tantas víctimas amigas y conocidas de este maldito virus. Es un desfile fúnebre interminable y doloroso que lastima el alma. Es un final inmerecido de tanto afecto cercano. Siento pesadumbre, cierro los ojos y llego a la conclusión que mi amigo y maestro el poeta Eduardo Carranza, tuvo razón cuando en su célebre "Epístola Mortal", exclamó conmovido: "Somos arrendatarios de la muerte", concluye el exsenador Santofimio.
Y en efecto, en esta macabra danza de la muerte, como un barco fantasma no tenemos ni rumbo ni destino fijo, todo es alquilado, todo es prestado, todo es pasajero.
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