Historias

Ejemplo de una tragedia

Ejemplo de una tragedia

Omaira Sánchez se convirtió en el símbolo de la tragedia donde el municipio de Armero fue borrado del mapa en virtud a la erupción del volcán arenas del nevado del Ruiz. Su actitud positiva en medio de su prisión de lodo preocupándose porque debía estudiar para una clase de matemáticas, su capacidad de resistencia y de lucha hasta lograr entonar algunas canciones y su reicedumbre al saber que debajo suyo estaba su padre y su tía, la convierten en una heroína ejemplar, digna de ser evocada y de un monumento que eternice su valiosa memoria.

 

Germán Santamaría, quien la convirtiera en personaje mundial a través de sus crónicas en el diario El Tiempo, relató cómo la niña Omayra Sánchez, de doce años, comenzó su agonía con medio cuerpo fuera del lodazal, aprisionada de la cintura para abajo por rocas y ladrillo y decía estar pisando el cadáver de su tía o tal vez el de su padre. Ante las súplicas por medio de titulares del cronista donde clamaba que había que salvar a Omayra, se veía tan sólo la mirada asombrada de la niña ante los socorristas y los curiosos y su preocupación al expresar que “voy a perder el año porque ayer y hoy fallé a la escuela”.

 

Santamaría relata cómo conversó con ella durante más de dos horas mientras ocasionalmente le acariciaba la cabeza y ella les pidió que fueran a descansar un ratico para que después volvieran a sacarla de allí. Entonces le dieron la espalda para no llorar delante suyo como lo hicieron un puñado de periodistas, entre ellos varios norteamericanos que habían conocido la muerte en los arrozales del Vietnam. Sólo faltó una motobomba para succionar el charco de agua que se formó a su alrededor cuando lograron apartar la plancha de cemento que la tenía aprisionada. En medio de aquel caos infernal de los escombros de Armero nadie la consiguió en dos días y apenas tenía un neumático alrededor de su cuello para no hundirse definitivamente. Después de varios días comenzaron a ponérsele rojos los ojos, se le hinchó un poco la cara y sus manos muy blancas a pesar de ser morena crespa de cara redonda y labios gruesos. Fue perdiendo la alegría y empezó a sumirse en los delirios de la agonía sin saber realmente qué pasó, sin dimensionar que Armero fue borrado de la faz de la tierra por el río Lagunilla y sin sospechar que todos sus 39 compañeros de primero de bachillerato perecieron. Germán Santamaría sigue relatando que mientras el sol de las tres de la tarde pica inclemente sobre los escombros de la ciudad, Omayra, agachada sobre el neumático, al sentir voces, levanta la cara, intenta una sonrisa, los labios le tiemblan y sus ojos aún más enrojecidos parpadean. Sin embargo no llora ni mira con súplica ni se ve derrotada porque hay mucho de valentía cuando mira. Dice que siente frío y dirige una mirada profunda, se le ve tranquila y valiente, continúa Santamaría, porque es una niña toda coraje, aunque dice que tiene miedo que el agua suba y la ahogue porque ella no sabe nadar. Al final no pudo salvarse y la niña murió el sábado a las diez y cinco de la mañana después de contarles cuentos y chistes a los médicos y socorristas que la acompañaron durante la noche y tras haber luchado contra la muerte durante 72 horas. 

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