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Verónica resucitada: una de las mejores 64 novelas del mundo

Verónica resucitada: una de las mejores 64 novelas del mundo

Al lado de autores como William Faulkner, Juan Rulfo, Mario Vargas Llosa, Fiodr Dostoievski, Ernest Hemingway, Fránz Kafka, Julio Cortazar, Roberto Bolaño, Carlos Fuentes, Alejo Carpentier, entre otros como el colombiano Gabriel García Márquez y su hermano Jorge Eliécer Pardo, que en 2018 había hecho parte de este mismo escalafón con 'El jardín de las Weismann', reposa el nombre de Carlos Orlando, con su novela, que ha sido calificada como "una novela mayor", por expertos como Fernando Soto Aparicio.

Carlos Orlando, sin duda ha sido uno de los más exitosos exponentes colombianos en la última época, en la que ha compaginado su trabajo literario con la investigación de varios volúmenes en los que ha recogido la historia del Tolima y Colombia, convirtiendose en un referente mundial a la hora de investigar los autores locales y nacionales.

La crítica literaria Berta Lucía Estrada hace esta referencia sobre la obra del autor nacido en el Líbano, Tolima, Carlos Orlando Pardo y que se encuentra en el portal de Pijao Editores.

Pasé tres días inmersa en el último libro del editor y escritor Carlos Orlando Pardo, Verónica resucitada (Pijao Editores, 2014). Una obra que se entronca en el puzzle de la zaga El Quinteto de la frágil memoria* de su hermano Jorge Eliécer Pardo y que compite con ella en el dominio narrativo y en el lenguaje utilizado; ésto demuestra hasta que punto hay una simbiosis literaria entre los dos escritores. Lo que habla muy bien de su trabajo mancomunado en pro de la literatura y de su interés mutuo por la historia reciente de Colombia; pero sobre todo por el interés de narrar la época convulsa de la mal llamada violencia.

Por otra parte, las miradas de los dos escritores nos permiten ver mucho más que cuando acercamos el ojo a una cerradura. En este caso preciso es como mirar un prisma, donde pueden verse las mismas situaciones pero desde ángulos distintos, con sus consecuentes refracciones y descomposiciones de la luz; lo que enriquece considerablemente la visión histórica y la construcción narrativa de los escritores Pardo Rodríguez. Es algo así como mirar el pasado a través de un caleidoscopio, donde el mismo acontecimiento desfila raudo delante del ojo que lo escruta, pero narrado siempre de una forma diferente.

Podría también decirse que es una construcción cubista; o sea, se presenta lo que en esta escuela artística se denomina perspectiva múltiple; donde ningún aspecto del objeto, en este caso de la historia, queda en la oscuridad, todos pasan por el tamiz de la luz; lo que redunda en una mayor objetividad de los hechos, para que el lector pueda entrar y comprender más fácilmente la narración que se le presenta.

¿Cuántas veces debemos descomponer una idea, un recuerdo, una palabra, un acontecimiento histórico o personal, para poder entender finalmente lo que pudo haber sucedido? Los investigadores policiales manejan muy bien este proceso cognitivo; aspecto que no es ajeno a los escritores de novela negra. Agatha Christie y Georges Simenon indagaron bastante en este método.

En realidad es el trabajo de muchos escritores; puesto que la palabra es memoria. Sin ella corremos el riesgo de convertirnos en víctimas de la peste que azotó a Macondo, cuando todos sus habitantes comenzaron a perder la memoria y con ella a olvidar el sentido de las palabras.

Primer tópico: La guerra:

Y si digo mal llamada violencia es porque ese nombre ha sido un eufemismo para no decir claramente que se trató de una guerra civil nunca reconocida por las élites ni por el Estado colombiano ni mucho menos por las fuerzas militares, así muchos políticos liberales y conservadores, que hicieron parte del poder después del derrocamiento de Rojas Pinilla, me refiero al Frente Nacional, hubiesen participado en ese enfrentamiento bélico que nos dejó como herencia esta época de delirium tremens en que hemos crecido y envejecido millones de colombianos y para los que la paz es sólo una palabra carente de significado real; por lo que a algunos nos cuesta verdaderamente pensar en ella como una posibilidad que está casi a la vuelta de la esquina, para utilizar otro eufemismo.

Verónica resucitada se sumerge en la historia familiar y desde allí se relata la historia de Colombia y nos llega el eco de la Segunda Guerra Mundial. Al mismo tiempo que nos topamos con los discos de acetato que reemplazaron al gramófono o las primeras escuelas de teatro y de títeres o la llegada de la televisión y con ella programas que nos acompañaron por años como Yo y Tú, con la inolvidable Alicia del Carpio. Esa extraordinaria mujer que abandonó la España de Franco para venir a instalarse en las antípodas de su tierra y que entendió como pocas personas la idiosincrasia del rolo de los años 60 y 70 del siglo pasado.

Verónica resucitada parte pues de la historia de una familia. Pienso por supuesto en Cien Años de Soledad de Gabriel García Márquez, no sólo porque la novela de Pardo es un soberbio homenaje a esa gran obra colombiana, tal y como lo señalaré más tarde, sino porque al leerla recordé una de sus frases recurrentes; me refiero a cuando hacía alusión a que nada extraordinario le había ocurrido después de la muerte de su abuelo acaecida cuando él sólo contaba ocho años. Este recurso no es nuevo. Pienso en Coplas a la muerte de mi padre de Jorge Manrique; esa elegía fundacional de la poesía castellana, donde el poeta se conduele por la muerte de su padre, al mismo tiempo que recuerda y ensalza su vida y reflexiona sobre la fugacidad de la existencia. Por supuesto que también recordé al vasco Kirmen Uribe con su magnífica zaga familiar Bilbao-New York-Bilbao** (Editorial Seix Barral 2009); y Ru (Éditions Liana Levi, 2010) de Kim Thúy, escritora canadiense de origen vietnamita, en el que narra su infancia en Vietnam y la huida en un boat-people con toda su familia y su posterior exilio en Canadá.

Y si traigo a colación a estos autores, para hablar de Verónica resucitada de Carlos Orlando Pardo, es porque a veces olvidamos que un autor escribe generalmente sobre lo que mejor conoce; y que mejor que el microcosmos familiar para narrar la universalidad e indagar en los vericuetos de la condición humana.

El libro de Pardo narra la lucha de una familia por mejorar su nivel de vida, sobre todo lo que concierne a la educación de los hijos, brindarles un futuro mejor y hacerlos ciudadanos de bien en un país sacudido por los vaivenes de la violencia política. Es así como el lector asiste de la mano de Arturo a las correrías por los Llanos Orientales o a las reuniones clandestinas con el fin de asesorar a los obreros o campesinos en la creación de sindicatos o para hablarles sobre la necesidad de luchar por sus intereses laborales y sociales. Al mismo tiempo que le toca asistir a esa gran debacle que fue el bogotazo y el asesinato de Gaitán.

Arturo, acompañado de una de sus hijas, huye de Bogotá, mientras su yerno se oculta de los pájaros que llegan a su hogar del Líbano (Tolima). Los dos, en realidad toda la familia, son como las hojas sacudidas por la tormenta de las que nos habla Lin Yutang, con la diferencia que no se quiebran ni nadie las aplasta con sus botas untadas de fango color ocre. Salen indemnes de la guerra, eso si, con cicatrices invisibles y perennes, pero al fin y al cabo salen vivos y con deseos de seguir en la lucha. Algo que miles de nuestros compatriotas no lograron, ya que muchos de ellos fueron cayendo por la furia del vendaval que quiso borrarlos de la historia, al mismo tiempo que dejaba la tierra arrasada, quemada, colonizada por aves rapaces.

Segundo tópico: El amor y el desamor:

Verónica resucitada es también un libro sobre el amor y el desamor, sobre el encuentro y el desencuentro, sobre la libertad del presente y las cadenas del pasado. Sobre el libre albedrío y las consecuencias que trae consigo, no siempre las que se esperaban; tal vez porque la educación, la sociedad y la religión impiden romper las esposas que nos atan a ellas y nos hacen prisioneros eternos de sus designios aparentemente imperecederos.

Su personaje principal, Verónica, es una mujer cuasi legendaria, pero también es una especie de fantasma que se niega a caer en los brazos de la muerte, tal vez para evitar el olvido que termina por instalarse en algún amanecer. En otras palabras, ella encarna la lucha entre la memoria y el olvido.

Verónica, feminista convencida cuando la palabra aún no se conocía, va tras sus propios sueños, así caminar en pos de ellos le cueste dejar atrás marido e hijas. Así le cueste acostumbrarse a la idea que para él ya no existe y que sus hijas crecerán con la imagen de una madre muerta prematuramente. Ese olvido impuesto, marcado a fuego como si se tratara de marcar a una fiera indómita, es la venganza de un marido, que si bien la ama y la desea, no acepta que ella prefiera una vida diferente a la del hogar.

Verónica, como las serpientes que siempre se muerden la cola, regresa a sus orígenes, al menos a uno de ellos. En lo más oscuro de su conciencia sabe que no siempre se llamó así, sabe que en algún momento una mujer que la amaba la llamaba Esperanza. Pero también sabe que fue robada de sus brazos por otra mujer, esta vez una gitana. Es ella la que le da una nueva identidad, un nuevo nombre, Verónica. Ella, la gitana, le enseña el amor por los caminos y por los amaneceres con paisajes diversos. Le enseña la trashumancia, la libertad que ofrece el cielo abierto, así a veces se tropiece con montañas. Para luego ser raptada otra vez por otra mujer que desea arrancarla de la errancia y educarla bajo sus propios códigos de buena conducta, apegados además a los preceptos católicos que para esa nueva madre son fundamentales. Sin embargo, Verónica buscará nuevamente la libertad de los caminos y la incertidumbre de nuevos amaneceres en tierras desconocidas. Es cuando decide huir de su tercera madre, no porque ella la maltrate, sino porque el horizonte le hace guiños, la llama, la acaricia para que lo siga en su loca e infatigable carrera donde nadie, que no sea ella, puede asirlo.

Y la forma más expedita de llegar a él es huyendo con el circo que una vez más pasa por su pueblo, allí donde perdió a su segunda madre.

Es cuando encuentra a Arturo y él le enseña otro horizonte, el de las alturas, donde volar es posible. Él le pone alas y la recoge en el aire antes que el sol le derrita la cera con las que ha pegado las plumas. Uno diría que es una Ícara. Verónica-Ícara. En otras palabras libertad-vuelo-horizonte sin límites. ¿Y cuando se ha recibido ese obsequio y se ha bebido su néctar, cómo olvidarlo al lado de un fogón de leña?

Es lo que Arturo no pudo predecir porque no quiso descifrar las volutas de humo o leer las cartas que narraban el futuro. En otras palabras se negó a consultar a Pilar Ternera; tal vez porque siempre supo que nada ni nadie podría nunca encerrar a su amada Verónica detrás de los barrotes de la posesión, y que amar es precisamente dejar volar, así sea en otros horizontes y en otros cielos.

Arturo decide escapar a la ausencia de la amada; le huye al saudade declarándola muerta, huye del pasado lanzándose por los acantilados del olvido; aunque el olvido se niega a darle cobijo. Es por ello que siempre guardó la foto de su esposa debajo del colchón, una forma de tenerla siempre consigo, de asir lo inasible, de escapar a la pérdida, y de no caer en las trampas del olvido; esas que finalmente cubren los rostros de las personas que hemos amado detrás de brumas de desolación.

Verónica se entronca con María Rebeca y Arturo con Carlos Arturo Aguirre, dos de los personajes de La baronesa del circo Atayde de Jorge Eliécer Pardo. Y es aquí donde armamos el rompecabezas que los escritores Pardo han puesto en la mesa para ser descifrados y para que sus piezas se unan en un perfecto mapa que dibuja múltiples aspectos que van desde la vida familiar propiamente dicha, pasando por el mapa político colombiano hasta llegar al occidental.

Verónica María Rebeca sigue las sendas del aire como eterna funámbula que se resiste a la caída y al olvido.

Y en el caso de Arturo Carlos Arturo se recuerda su hermoso oficio de ebanista; aunque prefiero hablar de arquitecto de muebles a los que les imprime los sueños de la familia y el amor por las máscaras. Y es cuando decide hacer estos muebles para su hija y su yerno, que habían dedicado su vida al teatro, que Arturo se encuentra de nuevo con el mundo de los Buendía. Al igual que Amaranta, que tejía su mortaja despacio para alargar un poco su vida, él esculpe las máscaras en los espaldares de las sillas del comedor tomándose su tiempo, a sabiendas que cuando las termine ya no le quedará nada más por hacer y que luego se acostará para no volverse a levantar nunca.

Las máscaras también son un reflejo de su propia vida y de los secretos que lleva por doquier y que le recuerdan a la esposa aventurera que ha declarado como occisa o a los intríngulis políticos a los que debe hacer frente y que nunca están exentos de peligro. Lo que lo hace caminar nuevamente, ya no como Carlos Arturo Aguirre sino como Arturo, por su antiguo oficio, el de acróbata de circo; el mismo en el que Verónica María Rebeca escapaba a la muerte gracias a sus manos que la atrapaban en el aire, evitándole una segura caída ante los espectadores que asistían a las presentaciones de la carpa y que como gitanos recorrían los pueblos polvorientos; llevándoles de esa forma algo de ilusión a sus vidas marcadas por la abulia y la eterna repetición a las que estaban condenadas. No en vano Aureliano Buendía pensaba que el tiempo “daba vuelta en redondo”.

Esto nos lleva inmediatamente a recordar a Melquíades y a los gitanos que lo precedían; los mismos que trataban de vender ilusiones o vender el hielo como uno de sus tantos insumos mágicos.

La intertextualidad:

Ya se hizo alusión a la historia nacional e internacional como eje narrativo de Verónica resucitada. No obstante, aún no he desarrollado un aspecto, entre muchos otros, que no quisiera dejar suspendido en el aire, me refiero al diálogo con otras obras literarias; aspecto que contribuye a armar el puzzle con las piezas de la zaga El quinteto de la frágil memoria de Jorge Eliécer Pardo, en este caso preciso con El pianista que llegó de Hamburgo. El entronque no sólo está dado por el bogotazo sino en la narración que nos pone a viajar a los Llanos Orientales en compañía de Arturo. Allí no sólo es un espectador y protagonista de los movimientos campesinos, sino que de una u otra forma encarna, como ya lo había hecho Hendrik Joachim Pfalzgraf en la obra referenciada, a ese otro Arturo que sostiene la base de la ficción colombiana, me refiero a Cova, el protagonista de La Vorágine.

Y por supuesto reaparecen Las Alondras del Llano que había encontrado Pfalzgraf en ese viaje que terminaría en delirio. En verónica resucitada las alondras son las hijas de Arturo, el comunista que recorre los caminos del Llano con su máscara de ebanista:

«De ahí en adelante estaban en la primera fila actuando en las representaciones teatrales del colegio, realizando secretamente los resúmenes de los libros que recibía Arturo del Partido en forma clandestina y conociendo las fotos de Europa donde se realizaba el contraste entre la clase trabajadora y la realeza con una propaganda escrita en letra roja. Su padre les explicaría que los postulados del Partido eran como los de Jesús que quería proteger a los humildes, pero les tocaba estar como el divino maestro y sus discípulos, simplemente escondidos en las catacumbas para evitar la muerte ». (Verónica resucitada, pág. 79).

No hay que olvidar que las obras de Carlos Orlando Pardo y de Jorge Eliécer Pardo, a las que hago mención, son un elogio profundo a algunas de las obras fundacionales de la literatura colombiana. Me refiero no sólo a La Vorágine de José Eustasio Rivera sino a la obra de Vargas Vila.

Ese gran contestatario que vivió a caballo entre dos siglos, de 1860 a 1933.

El influjo de la rebeldía de Vargas Vila marcó el inicio de un cambio social, religioso e ideológico de una sociedad que pugnaba por salir de una época cuasi feudal. No en vano Vargas Vila, anticlerical por excelencia, siempre se consideró como anarquista. Al mismo tiempo que supo identificar el gran peligro que significaban los Estados Unidos, y abogó, como lo haría Arturo Carlos Arturo, por la libertad de los pueblos y por una verdadera justicia social.

Arturo, al igual que Vargas Vila, se refugia por un tiempo en el Casanare, escapando así a una posible muerte. De esta forma el personaje de ficción sigue los pasos del personaje histórico. Se convierten en uno solo y nos recuerdan que aunque “el tiempo de vueltas en redondo”, no todos los pueblos están condenados a su desaparición. No en vano Pilar Ternera decía que “un siglo de naipes y de experiencias le había enseñado que la historia de la familia era un engranaje de repeticiones irreparables, una rueda giratoria que hubiera seguido dando vueltas, hasta la eternidad, de no haber sido por el desgaste progresivo e irremediable del eje”. (Cien años de Soledad, Gabriel García Marquez).

Arturo, digno discípulo de Vargas Vila, sabe que al menos hay que intentar romper con esa maldición.

Mientras que Verónica María Rebeca abandona su vida de trashumante y encuentra un trabajo sedentario también como ebanista, lo que le permite finalmente instalarse en una vivienda propia y ser independiente, no necesita de un hombre en su casa que la mantenga; así los fines de semana, después de unos vasos de cerveza, decida llevarse a alguien que le caliente un poco las sábanas que permanecen frías toda la semana. Verónica decide un buen día buscar a las hijas que abandonó cuando una de ellas tenía solo unos pocos días de nacida, se reconcilia con las dos y finalmente abandona el mundo rodeada de la familia que siempre la había creído muerta. Otra forma de regresar a los orígenes, como si fuera la protagonista femenina de Viaje a la semilla, pero sobre todo la protagonista femenina de Los pasos perdidos de Alejo Carpentier.

Bibliografía:

GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel. Cien Años de Soledad. Editorial La Oveja Negra, 1982.

PARDO, Carlos Orlando. Verónica resucitada. Pijao Editores 2014.

PARDO, Jorge Eliécer. El pianista que llegó de Hamburgo. 3ª edición, Pijao Editores 2014.

—————————-. La baronesa del circo Atayde. 1º edición, Cangrejo Editores, 2015.

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