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Pan y chocolate para habitantes de calle, la obra social de Max Cruz
Cada miércoles a las ocho de la noche, Max Cruz y un grupo de voluntarios se dan cita en la carrera 2 con calle 18 para compartir un vaso de chocolate caliente y pan con habitantes de calle, travestis, trabajadoras sexuales y quienes transitan a esa hora por el parque Andrés López de Galarza.
Esta obra social, a la que se suman distintas personas que están dispuestas a entregar, además del refrigerio, una sonrisa, se inició en la segunda semana de julio 2015.
“Días antes había comprado una estufa y una olla a través de OLX para iniciar. El primer día asistí con mi esposa y una pareja de amigos. Escogimos este lugar porque aquí se ve mucha gente necesitada. Esta es una forma de preservar el legado de mi papá, que fue comerciante en el centro de la ciudad y durante toda su vida fue un hombre bondadoso y altruista”, relata Max, quien es propietario de un taller de reparación y mantenimiento en fibra de vidrio en el barrio El Carmen.
Hoy, en promedio, unas 100 personas asisten cada noche a la obra social de Max y su equipo. Todos los voluntarios ayudan a poner la pipeta de gas, la olla, preparar el chocolate y a entregar el pan.
El presupuesto para comprar los ingredientes siempre sale del bolsillo de los voluntarios. “Cada quien aporta lo que puede. No se fija una cuota ni tenemos interés de usar esta obra para hacer política”, comenta.
El día de la madre, del padre y las fiestas de fin de año no pasan desapercibidos. “En esas fechas buscamos algunas personas que nos aportan dinero para compartir una cena especial. En la navidad pasada una señora nos donó 100 mil pesos y entregamos tamales que conseguimos con un descuento especial a $2500”, agrega.
Aunque Max sabe que las personas beneficiadas con esta obra difícilmente cambiarán el rumbo de sus vidas y solo lo anima el deseo de servir al prójimo en algún momento pensó en no continuar con su obra social.
“Un día estaba desmotivado, pero un cliente del taller me comentó que desde hace 15 años tenía un comedor comunitario que funciona sin ayuda del Estado. Eso me animó a seguir”, comenta mientras prepara la olla.
Los beneficiados agradecen la vocación de servicio de Max y su equipo de voluntarios para ayudar al prójimo. “Dios los bendiga y los proteja”, afirma una mujer de avanzada de edad que atiende una chaza en el parque López de Galarza.
Mientras tanto, Max dice que seguirá con su obra social mientras que tenga fuerza para compartir con quienes más lo necesitan. “El 2018 fue un año difícil económicamente pero aún así nunca he pensado en dejar la obra”, concluye.
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