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La quebrada El Espinal en crisis

La quebrada El Espinal en crisis

Por: Edgardo Ramírez Polanía


 

La humanidad ha tenido una unión permanente con el agua de la cual subsiste, y por eso le creó sus dioses desde Grecia hasta América, antes que el conquistador pusiera pie en el Nuevo Mundo.

Las quebradas milenarias de nuestros territorios eran abundantes y limpias, donde se podían ver los pequeños peces que parecían de plata con los visos del sol, y que sirvieron a los primeros grupos humanos para su sustento. 

El indio jamás contaminó la quebrada ni el río, porque era para él sagrado y sabía que era su vida y, por tal razón, en su uso, surgieron nombres mitológicos, que están en figuras de piedra en el Parque Mitológico de El Espinal. Algunos son: El Mohán, La Patasola, la Llorona, la Madre monte, La Candileja, El Poira y otros que requieren restauración.

La quebrada El Espinal, estaban a cielo abierto, excepto en los lugares de “El Picadero” y Las Tupias” donde el sol era tapado por las ramas de árboles frondosos que formaban un techo de hojas que temblaban ante el viento y por donde entraban los rayos de luz que reflejaban en sus aguas figuras indescifrables.

En la noche de los tiempos, en la quebrada El Espinal todo era silencio y se escuchaba el ulular de los búhos y el canto de las bandadas de loros que se asentaban en las copas de los algarrobos y las palmas reales desde su nacimiento en la vereda El Paso, en zona boscosa de Chicoral. Se formó por hilos de aguas calladas que venían de bosques profundos, hasta formar su recio caudal de 20 kilómetros de extensión, que cruzaba El Espinal, hasta desembocar en el río Magdalena.

Así era esa quebrada, fresca, de una corriente de agua transparente que acompañó a las primeras familias que se asentaron en el municipio y que luego se convirtió en un escenario íntimo de la vida cotidiana. En sus orillas, las lavanderas se sentaban en piedras amplias y grises con la serenidad de quien confía en la pureza de la naturaleza y conversaban con tabacos o “chicotes” para repeler los zancudos, mientras los niños crecían con el sonido de sus aguas cogidos de las raíces desnudas en una melodía elemental que acompañaba la inocencia de sus años.

Pero esa imagen, que aún persiste en la memoria de los mayores, se ha ido desvaneciendo como una fotografía que pierde color con el tiempo. La quebrada, que fue un cuerpo de agua claro y vivaz, hoy parece apenas una sombra de sí misma. Su cauce se oscureció, sus orillas fueron ocupadas, y su corriente libre de antaño quedó presa del abandono público y del descuido ciudadano.

El deterioro no ocurrió por azar sino el resultado silencioso de muchas acciones calladas que sumadas, produjeron un daño profundo. Primero fueron los vertimientos de aguas residuales que algunas viviendas comenzaron a descargar sus aguas negras en la década del 60. Después, la basura doméstica que los mismos habitantes arrojaban creyendo que el agua lo borraría todo. Más tarde, llegaron las construcciones en la ronda hídrica, levantadas en contravía de cualquier normativa ambiental. Y finalmente, el uso de la quebrada como canal de desechos agrícolas cargados de fertilizantes y químicos.

Esa acumulación de errores fue cercando su luz hasta convertirla en un cauce enfermo. Hoy, cruzar uno de sus lugares especialmente en los sectores más densamente poblados, es suficiente para sentir el olor agrio de la descomposición y una tristeza entrañable, como si la naturaleza nos hubiese pasado la cuenta de cobro por tantos años de indiferencia.

Recuerdo, con una mezcla de nostalgia y determinación, aquel año de 1986 cuando el Club de Leones de El Espinal de la época, me pidió intervenir ante CORTOLIMA, para continuar la canalización que había iniciado la exalcaldesa Carmenza Acosta Amorocho. El doctor Alberto González Murcia, Director de CORTOLIMA, que había sido mi mano derecha en el INCORA, escuchó la solicitud y dio su respaldo al proyecto para dar continuación a la obra de canalización y me acompañó hasta el lugar. Las obras se adelantaron desde la casa de la familia Fuentes hoy Mercacentro. Aquella obra tuvo la grandeza de un acto de fe en el futuro del municipio y se invirtieron 700 millones de pesos de la época. Sin embargo, el abandono posterior y la falta de continuidad estatal la dejaron a medio camino, como una promesa incumplida que se desvaneció en la rutina.

Décadas más tarde, cuando CORTOLIMA, realizó una intervención de emergencia, retiró más de cuatro toneladas de basura en apenas 72 horas y quedó al descubierto la dimensión real del daño. No solo había deterioro ambiental, sino una herida ética. Era la evidencia brutal de que la quebrada no se había contaminado sola, sino acompañada por la indiferencia de todos.

Los estudios recientes confirman esa realidad dolorosa. En varios barrios, como Belén, Arkabal, Balcanes, Betania y Esperanza, existen aún vertimientos directos de aguas residuales. En la zona rural, agricultores continúan drenando sus escorrentías hacia el cauce, cargadas de agroquímicos.

Pero la quebrada no está perdida. Su recuperación es posible a pesar de la contaminación. Sigue corriendo, como si guardara un último gesto de fidelidad hacia el pueblo que la vio nacer. Y ese gesto debe comprometernos a rescatarla como un acto de respeto hacia la naturaleza de donde venimos.

La recuperación es posible y urgente. Cada vivienda debe conectarse al alcantarillado formal, evitando que el cauce siga recibiendo aguas negras. Es indispensable limpiar sus márgenes, retirar los tubos que van a la quebrada desde las construcciones ilegales y reforestar con especies nativas que devuelvan sombra, frescura y estabilidad a sus orillas.

El municipio debe impulsar su rescate y debe construir un sistema de aguas lluvias independiente y establecer un monitoreo permanente con la policía, que permita vigilar a los infractores de la contaminación y la ciudadanía asumir el papel que le corresponde de cuidar, vigilar y defender la quebrada, no como un lugar para depositar deshechos, sino como una parte esencial de su historia.

Pero no es solo la quebrada de El Espinal la contaminada, sino la mayoría de las que se encuentran en el departamento del Tolima. La contaminación humana, agrícola y urbana ha transformado estos afluentes en cuerpos de agua degradados, algunos al borde del colapso ecológico, por la mala calidad del agua debido a las ocupaciones de sus orillas, donde construyen viviendas, talleres y hasta pequeños comercios que contaminan esas aguas que van a terminar en los ríos donde las ciudades captan el agua.

Salvar las quebradas no es solo un asunto ambiental sino una decisión moral, un respeto a nuestros recursos naturales que no debemos permitir que se extingan porque hacen parte de nuestra identidad. Y Si no tomamos decisiones para salvar los ríos y las quebradas será nuestro ser el que termine arrastrado por esa corriente eterna e inmutable.

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