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En los búrdeles le dicen no al día sin carros y motos
Los burdeles de la ciudad están casi vacíos. Una que otra mujer almuerza esperando un cliente incauto que pueda al menos ayudarles con la plata de los taxis que invirtieron el día sin carro y sin moto. Es un día malo, dice Pao, una de las chicas de la 17 con segunda, quien reniega el ir a trabajar hoy, porque no entra ni un alma en pena.
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Los restaurantes hacen su agosto, pedidos por todo lado, sus espacios totalmente ocupados con personas que tienen el distintivo de sus uniformes de la empresa donde trabajan. Otros haciendo fila, esperando almorzar en esta jornada continua donde las horas pasan más lentas de lo normal.
Los ambientalistas hablan del éxito de la jornada, los comerciantes exigen por derecho de petición resultados sobre la conveniencia económica de un día frío donde muchos sectores de la economía pierden. Funcionarios de la alcaldía se echan la bicicleta al hombro, esperando que su jefe los vea.
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Los taxistas se quejan. Muchos dicen que los motociclistas le hicieron conejo a la ciudad y sin agentes de tránsito impera la ley del más avispado. Los vendedores de calle como Aide se muestran satisfechos. El calor que hace en la ciudad se suma a los miles de ciudadanos que usaron transporte como la bicicleta y al llegar al destino necesitan refrescarse.
Quizás al llegar la noche la autoridad ambiental o la alcaldía nos refresquen sobre los beneficios del día sin carros y sin motos. Cuántos accidentes dejaron de registrarse, cuántos heridos. El ahorro en seguros y trámites y los diferentes compuestos que dejaron de ser emitidos a la atmosfera como lo señala Semana en los resultados del día sin carro en Bogotá.
Entró el alma que ella estaba esperando para hacer el taxi. Pao nos dice adiós, la hora del almuerzo ha terminado y ella espera ser el postre para el cliente que la llama.
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