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En agosto nos vemos

En agosto nos vemos

Gabriel García Márquez nació el 6 de marzo de 1927 en Aracataca Magdalena y falleció en México el 17 de abril de 2014. ‘En agosto nos vemos’, para algunos es un cuento largo, para otros, una novela corta. Lo cierto es que se trata de texto con toda la impronta del máximo creador literario que ha dado Colombia y uno de los más grandes de la lengua hispana.

‘En agosto nos vemos’, García Márquez en 1999 había leído un fragmento, lo que significa que es una creación que el nobel de literatura había venido trabajando desde hacía mucho tiempo y que en los últimos años antes de empezar a padecer la ‘enfermedad del olvido’, estuvo trabajando en ella.

Valga decir, que ‘En agosto nos vemos’, es la esperada novela póstuma de la que tanto se habló y que hoy sale a la luz pública en todo el mundo. La novela recuperada del olvido y quizás de la censura del mismo García Márquez quien en varias ocasiones manifestó no estar satisfecho

En agosto nos vemos, la última gran creación del también inmenso Gabriel García Márquez, es la historia sobre el viaje que cada año, en el mes de agosto, realiza  Ana Magdalena Bach a la tumba de su madre, pero en esa visita en la casualidad del destino encuentra un hombre con el que encaja un apasionante romance donde más que el amor florece el deseo frenético de entrega sin fin y sin límites, pero de meditación en búsqueda de aventuras insospechadas.

La novela fue presentada de manera oficial en el Instituto Cervantes de Madrid, por  los dos hijos del escritor, Gonzalo y Rodrigo García Barcha, quienes estuvieron acompañados de Pilar Reyes, directora literaria de la editorial Penguin Random House, sello editorial con el que circulará ‘En agosto nos vemos’.

Fragmento

“…El bar del hotel estaba abierto hasta las diez de la noche y había bajado a comer cualquier cosa antes de dormir. Notó que había más clientes que de costumbre a esa hora, y el mesero no le pareció el mismo de antes. Ordenó, para no equivocarse, el mismo sanduichede jamón y queso de otros años, con pan tostado y café con leche.

Mientras se lo llevaban cayó en la cuenta de que estaba rodeada por los mismos turistas mayores de cuando el hotel era el único. Una niña mulata cantaba boleros tristes y el mismo Agustín Romero, ya viejo y ciego, la acompañaba con amor en el mismo piano decrépito de la fiesta inaugural.

Ella terminó de prisa, tratando de sobreponerse a la humillación de comer sola, pero se sintió bien con la música, que era suave y sedante, y la niña sabía cantar. Cuando terminó sólo quedaban tres parejas en mesas dispersas, y justo frente a ella, un hombre distinto que no había visto entrar. Vestía de lino blanco, con el cabello metálico. Tenía en la mesa una botella de brandy y una copa a la mitad, y parecía estar solo en el mundo…”

 

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