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El cumpleaños de mi pueblo
Por: Guillermo Pérez Flores
Llevo a mi pueblo en la sangre. Descubrí cuánto lo quería una tarde de junio en un lugar de la mancha, al darme cuenta de que los áridos parajes de Don Quijote y Sancho Panza, con sus molinos de viento y sus atardeceres veraniegos, llenos de historia y de aventuras de caballeros andantes y de doncellas a espera de amores de ensueño, no eran nada al compararlos con la fertilidad de los valles y montañas de la tierra amada en donde Dios quiso que yo viera la luz de la vida.
En 2006 decidí hacer una parte (solo una parte) de la Ruta del Quijote en la comunidad de Castilla – La Mancha, un recorrido de casi 2.500 kilómetros y 148 municipios, que enlaza los principales espacios naturales y culturales de esa comunidad, a través de vías pecuarias, caminos históricos, riberas fluviales y vías férreas en desuso. Esta ruta se creó con ocasión de los 400 años de la publicación de la obra de Cervantes. Y por supuesto que es un recorrido que permite al visitante descubrir una región mítica e histórica, llena de villas centenarias, caminos históricos y espacios naturales magistralmente descritos en la famosa novela.
En ese recorrido en el que me detuve varias veces para fotografiar los molinos, las posadas y las tabernas literariamente habitadas por Dulcinea y los demás personajes de El Quijote, no hice más que pensar, imaginar y fantasear con mi pueblo. Allí podría hacerse esto, más allá esto otro, y así volé de regreso a mi solar natal. Estaba en la llanura manchega pero veía la Ermita y su Cristo moreno, veía la Laguna del Silencio, veía las ruinas de Santa Lucía, veía las Cataratas del río Medina, veía a Riosucio, veía la casa de la Moneda, el balneario de Lumbí, el cerro de Santa Catalina y la Cruz, la casas de los Pintores y de la Segunda Expedición Botánica, las casas inglesas del ferrocarril y las casas de tabla parada de la avenida Quesada, la clínica del doctor Gutiérrez Rico, en donde nací. Veía la plaza principal llena de gente cantando como en agosto y octubre 1973, el año en que el tiempo casi se para y la vida se me partió en dos. En esa tarde de junio comprendí que el vínculo con la tierra en donde uno nace es indestructible, aunque la relación que se tenga con ella haga parte de la historia de los amores contrariados.
- (Puede leer: ‘Enamórate de Ibagué’)
Ahora estoy de regreso, como en la fábula de Tom Sawyer, después de recorrer el mundo casi, en busca de la felicidad no encontrada, simbolizada por un pájaro azul, descubriendo que ese pájaro estaba en el solar de mi casa. Bien sé que no existe dicha completa en la tierra, y que amor que no duele no es amor. Mañana volveré a La Mancha de Cervantes, por un breve tiempo, pero nada ni nadie podrá alejar de mi corazón a este pueblo que llevo metido en el cuerpo, en mi ADN, y cuyas fronteras se proyectan más allá de las actuales para extenderse a las del siglo XIX, a las de la Provincia de Mariquita.
Feliz cumpleaños a mi pueblo. De momento, esta nota es todo cuanto le puedo dar. Pero Dios y los míos saben qué lo daría todo para verlo reverdecer como lo merece.
28 de agosto de 2021.
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