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Economía y apariencia
Por: Edgardo Ramírez Polanía
La razón por la cual se hundió la reforma tributaria que buscaba recaudar 12 billones de pesos en impuestos, consistió en que establecía un dividendo presuntivo que los congresistas consideraron que podía generar una doble tributación sobre un 30% de las utilidades empresariales que desincentivaba la inversión, el aumento de las ganancias ocasionales en un 20% por herencia, la eliminación del régimen simplificado que afectaba a medianas empresas, la exclusión del IVA a los juegos de azar en que el gobierno dejaba de percibir 2 billones de pesos y las cargas impositivas al turismo, el transporte y la canasta familiar.
El Presidente Gustavo Petro es un estudioso, que expone bien los temas económicos y ha descubierto el intríngulis del destino de algunos dineros de la corrupción en el Estado desde hace varios años, pero no ha podido encontrar una fórmula que le permita convencer a las gentes que el dinero es asequible y que no escasea la oferta y la demanda de bienes y servicios, porque a los inversionistas los espanta la idea de la volatilidad del mercado, por las fluctuaciones de la inseguridad y la falta de respeto a los derechos adquiridos.
Una nación que no tenga seguridad jurídica, no tendrá seguridad de la inversión y la inflación hará aumentar los precios para los inversores y perder el valor del dinero rápidamente con la consiguiente falta de la riqueza y desarrollo sostenible, lo que genera la fuga de capitales, el estancamiento de la producción y la pobreza.
Se puede ser socialdemócrata, como una postura política respetable digna de imitar por la calidad de vida, como sucede en países avanzados de Europa occidental, pero arruinando a un sector necesitado, para darle a otro en iguales circunstancias, no solo es injusto sino arbitrario.
El impuesto lo deben pagar quienes tengan mayores utilidades, no los medianos empresarios o pequeños comerciantes, que no son culpables del gasto público de todas y todos los altos funcionarios con escoltas y camionetas blindadas con un presupuesto de 4 billones.
Ser abanderado de políticas mundiales en materia de extracción de hidrocarburos para utilizar energías limpias, es loable y enaltecedor, pero primero eliminemos el hambre y después filosofemos que es lo responsable. Colombia no puede dejar a un lado su política de ingresos para atender las necesidades urgentes del país, por sostener una tesis razonable a largo plazo de la sustitución de su economía extractiva.
Existe un titular de El Espectador de diciembre 11 de 2024, “Colombia, la sexta mejor economía de la OCDE según The Economist”. Pero, al leer el informe de ese organismo de septiembre 17 dice: “Las perspectivas de crecimiento a mediano plazo dependen de mantener un sólido marco macroeconómico y promulgar reformas para crear un entorno favorable para los negocios que pueda atraer altos niveles de inversión. Implementar la consolidación fiscal u adherirse a las reglas fiscales, evitaría el aumento de los costos de financiamiento y protegería la sostenibilidad de la deuda”… “son claves para una economía resiliente al cambio climático y alcanzar la neutralidad de carbono para el 2050”.
Son expectativas que nos llevan a pensar en mitigar a corto plazo las necesidades en lo poco que tenemos con el producto del petróleo, el carbón, el gas y el turismo, que no sólo es una necesidad sino elemental sensatez. Debemos alejar esa falsa costumbre de aparentar riqueza, que nos dejaron los prestamistas españoles en la colonia, de mostrarse ricos sin trabajar, que ha sido la madre de la corrupción estatal.
El despilfarro a lo Juan Manuel Santos, cambió con las exigencias de la cordura, por aparentar ante otros países y estar a la moda que ofrece el consumismo de los tratados de libre comercio y los comerciales de la televisión privada sin control, por el dislate de cualquier extraviado de costumbres que sabe que los consumidores no tienen criterios comparativos y por lo mismo, ayudan a que los precios no correspondan a las realidades de los mercados.
Las apariencias han llevado al despilfarro estatal y al saqueo rampante de algunos servidores públicos que llegan a esquilmar el erario público, porque tienen que sostener costosas y extravagantes maneras de vivir, así se conozca que esas apariencias son producto de la apropiación indebida, la coima y el sobreprecio, que tienen arruinado al país y hace que se requieran mayores impuestos y empréstitos impagables.
El gobierno nacional aparenta que todo es color de rosa y que los males son causa de la oposición. Es cierto, que quienes hoy hacen oposición, en su mayoría, se dedicaron desde 1991, a vender todas las entidades del Estado que le producían recursos y hasta las reservas de oro del país a través del Banco de la República en el gobierno de Iván Duque. Y el país calla, no se sabe si de impotencia, desdén u otro sentimiento incalificable contra la clase política.
Los fanáticos permanecen enceguecidos según en el bando en que se ubiquen mentalmente, porque las imágenes y los pensamientos se forman en el cerebro y los ojos son solo un lente. Para unos, Petro es un hado maligno que debe eliminarse. Para otros, es un Mesías, a quien se debe seguir hasta su último suspiro porque encarna la igualdad y la fraternidad de los pueblos del mundo.
Mientras tanto, la galería de espectadores de siempre, que van a las urnas a elegir a los mismos con la mismas, esperan otro Mesías que redima al país de los males que reaparecen cada cuatro años por arte de magia y prestidigitación, como Melquíades en la novela de nuestro nobel para mostrar los pergaminos de la familia Buendía.
Es conveniente para el Estado y la salud mental de sus ciudadanos, vivir la realidad, adaptarse a los cambios del mundo y no vivir de las apariencias gastando sin planeación ni control, que perjudica la economía y el desarrollo de la sociedad.
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