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De la más terrible isla prisión a ejemplar parque arqueológico

De la más terrible isla prisión a ejemplar parque arqueológico

Cecilia Castillo de Robledo, contra viento y marea, logró convertir a la isla prisión Gorgona en parque ecológico, un patrimonio de la humanidad. A lo largo de una década y con la paciencia de una hormiga, la bien llamada Mamá Ceci por los prisioneros y la prensa, llamó la atención de comunicadores y funcionarios sobre la realidad macabra de aquel supuesto paraíso de seguridad. Convirtió así a la isla prisión Gorgona en una noticia de grandes titulares y por fin, tras antesalas y ruegos, tuvo la satisfacción de ver cómo, por unanimidad, el congreso aprobaba una ley que no vino a firmar sino Belisario Betancourt.

 

 

Cuando funda el Almacén de Artesanías que daría durante varios lustros a la ciudad la imagen de laboriosidad y destreza de nuestros compatriotas, un destino especial la aguardaba: un día llegan a ofrecerle una muestra de cerámica hecha en Gorgona. La visión de aquella isla prisión que guardaba según la leyenda a los más peligrosos presos del país, se abrió como una puerta luminosa. Los trabajos realizados con gracia pero saturados por las imperfecciones naturales de quienes no han tenido orientación, pronto la llevaron  a pensar que valdría la pena conocer mejor esos productos. Desde las cinco de la tarde en un  viaje de largas doce horas hasta aquel edén saturado de terror, el coronel Delgado Mallarino le extendió el permiso, le daba franquicia para atravesar puentes, pasar por los puestos de guardia e ingresar a cambuches y patios. Se sintió cómoda, ganó la confianza de los presos que al principio la veían con extrañeza, conoció sus problemas y secretos y se hizo un personaje. Acababa de llegar de la isla cuando un noticiero de  televisión le informa que su amigo, Alberto Santofimio Botero, ha sido designado Ministro de Justicia. A los dos meses, con su autorización, empezó su estadía en Gorgona. Preparar una exposición mientras anota a diario los atropellos presenciados en unos cuadernos que más tarde le servirían de guía en el recuerdo para escribir su libro, la envuelven plenamente.

Muchos especulaban sobre su presencia. Algunos afirmaron que se trataba de una millonaria excéntrica,  que  era una espía disfrazada del Ministerio de Justicia, otros que debía tener un familiar hundido en su condena, ser una mujer en busca de aventuras o simplemente  una loca de remate. Su eterna pañoleta para evitar que el viento la despeinara, sus batolas guajiras,  le crearon fama de que provenía de raza gitana. Un diciembre, por encima del  escepticismo de los condenados, llegó como Papá Noel cargada de regalos que escasamente cabían en un barco. La llamaron mamá Ceci y organizando lunes culturales, grupos de música para los cuales consiguió acordeones, tiples, guitarras y cancioneros, contribuyendo a tejer una esperanza, quitándole  el gris a la prisión para dejarla llena de colores vivos, enseñándoles jardinería, fueron transcurriendo las semanas hasta ser perseguida por las autoridades de la isla, viendo obstaculizada su labor, amenazada y advertida de que no la dejarían regresar, organizó el itinerario de los trabajos artesanales de los presos por las principales ciudades de Colombia. Desde allí montó una trinchera y llamó la atención de periodistas y funcionarios sobre la realidad macabra de aquel supuesto paraíso de seguridad y convirtió la isla prisión Gorgona en una noticia de grandes titulares.

 

 

Las grandes alambradas con electricidad, los calabozos estrechos, la pésima alimentación y toda una verdadera antología de tristezas, fueron continuamente denunciados por Cecilia de Robledo a lo largo de los 10 años que permaneció en un ir y venir de la isla donde la veían llegar cuatro o cinco veces en el año. Diapositivas, ayudas de ecólogos, dieron a la postre con la necesidad de pensar en una campaña para el acabose de aquella pesadilla. Acudiendo a Representantes y Senadores, logró que dos interesadas comisiones fueran a estudiar en serio los problemas. Prendida la hoguera del inconformismo, consiguió la aprobación de un proyecto de ley que ella, como invitada especial, contempló en todos sus debates desde un palco de honor.

Un país concientizado alrededor de las ocurrencias de la isla, las incansables declaraciones de Mamá Ceci a lo largo de años por la televisión, la radio y la prensa, resultaron en lo que ella esperaba: se aprobó la ley por unanimidad. Meses más tarde, el primer mandatario y sus ministros, una nube de periodistas y  camarógrafos, celebraba en la playa el tan esperado punto final por Mamá Ceci. Gorgona pasó a convertirse en parque ecológico, a ser centro de atención de entidades internacionales y a dejarle a su agitadora el más desgarrador y en ocasiones tierno número de paisajes de vida y muerte sobre aquellos con quienes compartió parte de su existencia.

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