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Cuando el cura del Líbano se enojó y amenazó con maldecir al poblado
Padre español José Miro
En el año de 1939 llegó al Líbano el médico Rafael Morales. Este galeno venía de la región del Caribe departamento de Bolívar con su señora y su hija, contratado por el gobierno nacional para ejercer su profesión en el centro de salud.
Después de varios meses de servicio a la comunidad, ya era conocido por su alegría, temperamento expresivo y muy generoso, se colocaba camisas de colorines y también de color negro con corbata y saco caribeño. Interpretaba hermosas sinfonías clásicas con su. violín.
Contaba con un buen número de amigos con quienes hacían reuniones, vivía muy feliz con su familia, un día se le ocurrió hacer una reunión en honor al Festival Multicultural de los Montes de María, que se celebraba en el Carmen de Bolívar de donde era oriundo. Su residencia quedaba cerca de la iglesia, esa noche acudieron todos sus invitados al festejo a eso de las 11 de la noche y como buenos costeños, los anfitriones para mostrar a la concurrencia sus habilidades artísticas se colocaron el vestuario del porro.
Él médico con pantalón blanco enrollado, en la mitad de la pierna; camisa blanca, con mangas también enrolladas, sombrero vueltiao y su señora blusa cuello de bandeja, sin puños, falda larga de faja estampada, con vuelo; sus cabellos los lució con llamativos adornos, lo mismo hizo su hija, todos descalzos. Sacaron los discos que eran reproducidos mediante un gramófono acústico a cuerda, de 1930, con formato de 78 RPM, apagaron las luces, sacaron las velas, se dispusieron a bailar un “Porro” con el grito UEPA JE” y acompañamiento de palmas de los asistentes, porque sin bulla ni gritos el porro no es porro. Música que no se conocía y no había sonado en estas montañas.
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El ruido y el baile causó alarma y comentarios desobligantes entre la gente de la sociedad y fue el plato del día, pues las costumbres eran muy atrasadas y puritanas, y en ese momento nadie conocía la Costa Caribe y sus prácticas y menos la música y sus bailes.
Por vía confesionario, el chisme llegó rápidamente al párroco por boca de algunas señoras beatas, de confesión y comunión diaria. ¡Ahí fue troya!. Lo que le contaron, enfureció al cura.
El párroco era el español José Miro quien pasó por alto que ya el territorio no pertenecía a la corona española y en la misa mayor del siguiente domingo de las 11 de la mañana con iglesia llena de feligreses, subió al pulpito, dirigiéndose a los asistentes arremetió contra el médico y su familia y contra todos los asistentes al baile, llamándolos enviados de satanás, mensajeros del infierno y otros horribles calificativos y amenazando el poblado con una lluvia de fuego y tres días de completa oscuridad sin ver el sol, si no se hacían actos de arrepentimiento y penitencia. Al galeno y familia los amenazó con la excomunión, castigo peor que la pena de muerte si ese macabro baile se volvía a repetir. Manifestó que presentaría denuncia ante el alcalde y solicitaría una investigación y una sanción ejemplar
El facultativo muy asustado por el castigo anunciado y sus consecuencias, presentó renuncia de su cargo, empacó sus maletas, y salió del pueblo bien entrada la noche, sin despedirse de nadie y en silencio, abandonó el pueblo con su familia y emprendieron viaje hacia Bogotá.
Gracias a este médico y su familia y olvidándose del cura, en el Líbano se aprendió a bailar porro, cumbia, mapalé, bullerengue, paseo vallenato y todos los ritmos costeños que más adelante interpretaba magistralmente la Orquesta RITMO. “UEPA JE”.
El cura también sacó provecho y lleno las arcas, pues la gente hizo grandes colas para confesarse y comulgar, aglomeraciones para comprar velas que puso en venta, rezada y reforzadas con tres bendiciones, pues era lo único que servía en contra de la terrible oscuridad que se avecinaba y el terror aumentó, pues ordenó hacer sonar las campanas cada media hora con el aterrador y tétrico toque de difuntos.
La gente compraba agua bendita por garrafas y en botellas para tener con qué apagar la lluvia de fuego que ya se venía venir y pagaban misas, novenas y oraciones sin pedir rebaja.
Las indulgencias plenarias o pase directo para el cielo se dispararon de precio y se agotaron los escapularios, todo esto para poderse librar del castigo anunciado. El tal baile satánico trajo sus beneficios.
El Líbano de ese tiempo era un pueblo muy creyente y respetuoso y el cura tenía mucho poder sobre los feligreses.
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