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Cristian: del Ejército al infierno

Cristian: del Ejército al infierno

Parado, mirando el horizonte lleno de contrastes sociales que rodean su entorno, a su derecha un barrio estrato seis como es el Vergel y al frente una realidad espantosa, el vivir debajo de un puente en condiciones infrahumanas.

No es fácil para este hombre de 30 años de edad, exsoldado del Ejército colombiano. Cuenta con tristeza que fue rechazado por su mamá, cuando descubrió que “su hijo querido”, como día a día lo repetía, era un consumidor de sustancias psicoactivas.

 “Mi madre no sabe que vivo aquí desde hace un año, más bien ella desconoce de mi paradero y quiero que las cosas sigan así, pues lo único que me sacaría de este mundo cruel, es encontrar una buena mujer, con quien deseo formar un hogar”, dice este hombre flaco y de tez trigueña.

Él es Cristian, y por razones de seguridad no quiere que sea identificado ante la opinión pública, porque teme que de un momento a otro llegue la ley a esta cloaca y lo saquen de inmediato, pues ahora con eso de la prohibición de la dosis mínima, “se nos puso la situación peluda”, agrega.

“No soy ladrón, y los que hay aquí viviendo conmigo que son como cinco, tampoco lo son, pues ellos se dedican a la rusa o a recoger lo que encuentren en la calle para vender. Hace parte de la estigmatización de la gente creer que todos aquellos que consumen sustancias alucinógenas son ladrones”, manifiesta Cristian.

“Yo me gano a diario entre 10 a 15 mil pesos, porque me dedico a reciclar, cuando me da hambre recojo cualquier cosa o muchas veces traen carne descompuesta y aquí la cocinamos y nos la comemos así, de resto la plata la utilizo para comprar bazuco que es lo que me mantiene con energía”, añade.

Pese a todo tienen salud

Dice que no se siente enfermo y no teme que sus pulmones o su cuerpo comiencen a padecer los estragos de la droga. Quiere, seguir en ese inframundo que lo transporta a la falsa felicidad y después a la depresión; son momentos dónde se desconecta de su realidad, esa que no quiere que vean las personas que lo ayudaron en sus primeros años, porque sabe que a todos les duele su situación y más el día a día que vive su madre al no tener razón de su paradero.

Sin embargo, y pese a estar acostumbrado a vivir con los olores nauseabundos que expele la quebrada la Pioja que recorre el sitio, dice que baja hasta allí hacerse el aseo y luego sube y se mete a su cambuche y se cambia de ropa.

Pero ese entorno en que vive es muy arriesgado, debido a la presencia de mosquitos, ratas y serpientes, “pero hay que convivir con esto y ya me siento amañado aquí”, a veces siento angustia al estar debajo de un puente, pensando a qué horas puede suceder algo no bueno, pero mi vida debe continuar”.

Con esto de la prohibición de la dosis mínima, dice que “ello no debería ser así, pues el Gobierno debe atendernos de manera inmediata, yo quisiera, ser una persona no dependiente de esto que adquirí por un compañero cuando prestaba el servicio militar él fue quien me habló de la droga. Aquí me quedé y creo que ya no voy a salir”.

                                             

El infierno los vence

“Quisiera tener más oportunidades y salir de este encierro en que vivo, pero creo que no lo voy a lograr, lo dice con los ojos empeñados de  lágrimas”, esas que contagian a todos los que lo acompañan en el cambuche y creen que si los ayudan pueden salir de la cruda realidad que viven en medio de la Pioja.

Con nostalgia recuerda a su familia, su infancia y su entorno, ese entorno que ahora se ha convertido casi que, en un infierno, en medio del cemento, de la pobreza y de la incomprensión de una sociedad que lo mira con ojos de desconfianza y temor.

Su apariencia física ha cambiado mucho. De ese muchacho que salió para el Ejército con la ilusión de comerse el mundo, queda la fotografía del momento de su partida y el regreso ya de un hombre que se dejó llevar por la tentación de la “pruebita”.

Por eso cuando El Cronista.co, llegó hasta el sitio, Cristian y sus amigos pensaron que hacíamos parte de las autoridades quienes venían a detenerlos y a destruirles sus cambuches. Con el correr de los minutos ellos se fueron mostrando más accesibles a nuestro diálogo, el que se volvió ameno.

El perro de pedigree

Cuenta que el único que lo acompaña es su fiel amigo, un perro frensh poodle que quizá se extravió de su casa donde gozaba de mejores condiciones de vida, y que se lo encontró en la calle. El animal acostado al lado de su cambuche espera quizá algún bocado de comida de una alma generosa o la de sus compañeros de casa, esos que por la noche cuentan sus anécdotas y luego vuelven al mundo alucinante, que los saca de la podredumbre de su cama, llevándolos a lugares tan fantásticos como falsos que no imaginamos.

Su casa está armada con plásticos, láminas en madera y uno que otro elemento, busca protegerlo de la lluvia, que cuando cae de manera fuerte ve con temor, debido a que la Pioja se crece de manera vertiginosa.

Es ahí donde todos están en alerta porque pueden perderlo todo, y aunque sea poquito, es el refugio que les permite pensar que habrá un mañana.

Ese cambuche, que no quiso dejar que las cámaras registraran es oscuro, al ingresar allí encontramos una pequeña estufa de un solo fogón, unos plásticos en el suelo como haciendo de cama, igual sobre estos, unos harapos que sirven para cubrirse en las noches y una que otra prenda que sirven para cambiarse día a día, son las costumbres aprendidas en el Ejército, un buen baño e iniciar de nuevo en ese viaje que no se sabe si tendrá un final feliz.

                                           

La cloaca el paisaje cotidiano

Para muchos debajo del puente con el olor nauseabundo es sinónimo de porquería, para Cristian es convivir con ratas, zancudos y serpientes, hace parte de su pasaje cotidiano. Su lugar, ese espacio dónde llega por las noches para inhalar sustancias que tanto daño le hacen a la sociedad.

Dejamos su casa, al despedirnos no miramos atrás, pero es obligatorio, retomar en nuestra memoria esa imagen conmovedora de un hombre acompañado de un perro de raza fina, nos recuerda de manera insistente en proteger su identidad, porque no quiere que se mamá sufra más.

Esta es la mentirosa realidad que viven muchas personas atrapadas por el infernal vicio de las drogas, que prefieren vivir en un mundo de engaños alucionantes que chocar con la realidad de la vida, que aunque fuete, en sana y maravillosa.   

 

 

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