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Catherine Gallego: la valentía de darle sentido a cada día

Catherine Gallego: la valentía de darle sentido a cada día

Catherine Gallego, directora de la fundación ‘Tapitón y las calvas’. 

A Catherine Gallego los golpes de la vida la hicieron tambalearse pero nunca la derribaron. Ni el abandono, ni la soledad, ni el abuso, ni la violencia, ni el cáncer la dejaron tendida sobre la lona. Siempre pudo levantarse y continuar.

Pese al cáncer terminal que le diagnosticaron, a sus 42 años Catherine es una de las gestoras sociales más valiosas del Tolima. Con su fundación ‘Tapitón y las calvas’ le ha cambiado la vida a más de 300 niños con cáncer, discapacidades y enfermedades huérfanas. Su propósito en lo que le resta de vida es ayudarle a tantas personas como pueda.

Su legado sin duda será el amor y la generosidad. Aprovecha cada día como un regalo divino, una oportunidad para dejar su huella en la sociedad. Ella recuerda aquellas palabras de Gabo: “La vida sigue, y tal vez sea más preciosa cuando hay que sobrevivir a diario”.  

Catherine en la reciente inauguración de la nueva sede de la fundación en Ibagué


Los orígenes

Catherine nació en Medellín en el año 1981. Le tocó vivir las turbulentas décadas de los 80 y 90, tan marcadas por el narcotráfico. Creció en San Javier La Loma, un sector marginal encumbrado entre las montañas de la populosa Comuna 13: quizá la zona de Medellín más azotada por las inclemencias de la violencia.

A tientas aprendió a vivir. Su madre prefirió abandonarla. Su padre casi nunca estaba en la casa. Era hija única. Creció en medio de la soledad y el hambre. Con cierta amargura recuerda cuando se desmayaba en la escuela, adonde iba con el estómago casi vacío.

“De ahí nace mi deseo de querer ayudar a muchos niños. Considero que los 5 primeros años de una persona son definitivos. A mí me pasó que un día antes de cumplir 5 años fui abusada sexualmente por un tío. Eso marcó mi vida para siempre”, recuerda con lágrimas que empañan sus ojos.

Más adelante, a los 12 años, fue víctima de otro abuso sexual. Ese fue el detonante para querer abandonar Medellín. La vida la llevó a Bogotá, a trabajar cuidando a una anciana. Todavía era una niña, pero desde siempre tuvo que enfrentarse a la vida como una mujer.

En su conversación Catherine sorprende por su generosidad. Ni el rencor ni el resentimiento anidan en su corazón. La comprensión parece ser su único refugio. Cuando recuerda a sus padres evita juzgarlos.

“Creo que todavía no me recupero del todo; pero mientras crecía entendí que una persona no puede dar lo que no tiene. Tal vez mis padres no recibieron afecto ni amor, y por eso tampoco tenían para darlo. Prefiero pensar que tal vez pasaron por mi vida para enseñarme muchas cosas y ser la persona que soy hoy en día”, sostiene.

Por fin una familia

A los 17 años llegó Juan Felipe a la vida de Catherine. Su primer hijo, su primer amor. “Era la primera vez que sentía que algo era mío, que tenía por quien vivir. Su sonrisa me devolvió las ganas de vivir. Entendí que el amor era una decisión y decidí amarlo para darle la vida que yo no tuve”, remarca.

Cuando Juan Felipe cumplió su primer año Catherine decidió regresar a Medellín. Era finales de los 90. Hizo de todo para sacar adelante a su hijo. Vendía frutas en una plaza de mercado. Después manejó un taxi por varios años. Hasta que pudo comprar un camión y todo empezó a cambiar.

La vida ya no le hacía muecas, ahora le sonreía. La prosperidad asomó a su hogar. Llegó Juanita a su vida, su segunda hija. Era madre soltera, pero el hogar con sus hijos la hacía feliz. Por fin tuvo la familia que siempre anheló.  

“Hasta que me empezaron a extorsionar. Me empezó a ir tan bien que llamé la atención de las Bacrim, grupos armados. Tuve que pagar vacuna durante muchos años, hasta que ya no pude más y todo se salió de control”, cuenta.

Un día aciago Catherine decidió denunciar a los extorsionistas. Les tendieron una celada y capturaron en flagrancia a tres de ellos. Ese fue el principio del fin. La organización criminal cobró venganza. Les quemaron su camión. Les robaron una camioneta que habían comprado. La familia tuvo que abandonar Medellín. Se convirtieron en desplazados. Vino de nuevo el desarraigo.

“Tuvimos que dejar atrás nuestra vida, nuestra tierra, nuestra gente. Tuvimos que romper con ese pasado. Hoy pienso que eso fue el detonante de mi enfermedad. El colapso emocional que eso me produjo terminó de sacar a flote el cáncer que tal vez tenía de tiempo atrás”, apunta.

Una nueva vida… en Ibagué

Otro giro del destino la llevó a Ibagué. Su fama de ser una ciudad tranquila la convirtió en el mejor destino para una familia que huía de la violencia y deseaba empezar de cero. Corría el año 2017.

Tuvo que comenzar de nuevo. Reponerse al desarraigo, al miedo, a la depresión y ahora al cáncer. Sin embargo, otra vez Catherine tuvo la valentía para sobreponerse a los inexplicables designios de la vida.

Desde el 2015 sentía afecciones respiratorias. Nunca pensó que era cáncer. Hasta que un día, ya en Ibagué, fue al médico por cierto dolor en el pecho. El diagnostico fue fulminante: cáncer de mama. Otro día aciago en su vida. De inmediato la ingresaron a un quirófano y le extirparon sus senos.

“Siempre tuve una autoestima muy baja. Crecí con falta de afecto, sola. Después vino la extorsión, el desplazamiento. Llegar a una ciudad desconocida, y encima de todo me quitan mis mamas. Me sentía media mujer. Me preguntaba por qué a mí. Por qué me pasaban a mí tantas cosas malas. Le cuestionaba muchas cosas a Dios”, reconoce.

Todo ocurrió en un mismo año. Ese 2017. El desplazamiento, el cáncer, la separación de su pareja sentimental, la mutilación de sus mamas. Solo le quedaba encontrarle un sentido a la vida. Allí nació ‘Tapitón y las calvas’, que primero se llamó ‘Las calvas están de moda’. Una fundación que inicialmente quería apoyar a los niños y mujeres con cáncer.

“Aprendí a vivir un día a la vez, a darle a cada uno su sentido e importancia. Con Juan Felipe y Juanita decidimos aportar nuestro granito de arena para que ningún niño volviera a sufrir lo que sufrimos nosotros. Quería regalar sonrisas y cambiar vidas”, enseña.

Tapitón y las calvas

Así ocurrió. En la actualidad Tapitón y las calvas apoya a más de 300 niños en el Tolima. Ya no solo niños con cáncer, sino también con enfermedades huérfanas, con discapacidades y hasta en condiciones de vulnerabilidad económica. También apoyan a mujeres y ancianos.

La principal fuente de subsistencia de la fundación es el reciclaje. Lo que recolectan lo venden para conseguir fondos. Cuentan con un consultorio jurídico en el que guían a los pacientes por los vericuetos burocráticos del sistema de salud. Dictan charlas y cursos de empoderamiento femenino. Llegan hasta los colegios y escuelas rurales con jornadas de concientización. Entregan ayudas humanitarias.

Hace poco, la gestión de Catherine ayudó a que 16 niños del Tolima con diferentes enfermedades viajaran hasta Cartagena para conocer el mar. La Policía Nacional puso a su disposición un avión. El sector hotelero quiso sumarse a la iniciativa. “La mejor recompensa fue ver la sonrisa en el rostro de esos niños. Ese es el propósito de mi vida ahora“, expresa.

Todos los días Catherine se levanta a las 6:00 de la mañana. Sus jornadas son intensas. Viaja a los municipios. Llega hasta las veredas más inaccesibles. Visita colegios privados. Se reúne con dirigentes políticos. Acompaña los conversatorios para mujeres. Busca apoyo de entidades y empresas. Se dedicada a tocar puertas.

“Para los expertos de la salud científicamente no hay nada que hacer. Ya no recibo quimioterapia, voy a algo que se llama cuidados paliativos. Es cuando solo queda aliviar el dolor y esperar que muera; por eso le pido mucho a Dios que me regale vida para trabajar porque ningún niño sea vulnerado. Ese ahora es mi propósito en la vida “, sentencia.


Catherine en Cartagena junto a los niños en la orilla del mar.

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