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La literatura en América Latina

La literatura en América Latina

Por: Edgardo Ramírez Polanía


El evento de escritores que se llevará a cabo en próximo 6 de noviembre en la plaza Manuel Murillo Toro de Ibagué, la Capital Musical de Colombia, reafirma que en el vasto territorio latinoamericano, la literatura ha dejado de vivir bajo el peso de sus antiguas ilusiones y con mayor conciencia y madurez, ha aprendido a mirar más allá del mito de que sólo en otros lugares del mundo se producía buena literatura.

Actualmente, América Latina ha tomado carácter mundial y no se refugia en la solemnidad impuesta ni en los dogmas, sino se expande, se mezcla y se arriesga a emular en la búsqueda de legitimidad, de afirmación de identidad propia, plural, mestiza, y universal.

Durante mucho tiempo se habló de las falacias de nuestras letras, del prestigio vacío, de la originalidad forzada, del éxito efímero, pero esas sombras, lejos de anularnos, fueron el abono del cambio, y de esa fragilidad nació la fortaleza de una literatura que aprendió a reconocer su diversidad y avanzar en su forma y calidad.

Hoy, en lugar de imitar a las academias de España con Lope de Vega, Quevedo, Ruiz Zafón o Javier Marías, García Lorca o las modas de Europa, América Latina escribe, su experiencia humana, su historia dolida y luminosa, desde el pulso real de sus pueblos, con la autenticidad de sus valores y costumbres.

Nombres como Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa, Jorge Luis Borges, Isabel Allende, Octavio Paz, Pablo Neruda y Alejo Carpentier, Carlos Fuentes, y Alfonso Reyes, cimentaron en este lugar del mundo, un canon que dio al idioma español una de sus edades de oro. Pero su legado no fue el punto final, sino el punto de partida.

El idioma sigue expandiendo su territorio creativo con autores como Juan Gabriel Vásquez, Carlos Orlando Pardo, premio Gustavo Adolfo Bécquer y William Ospina ganador del premio Rómulo Gallegos. Y con ellos, se destacan con similares méritos, Jorge Eliécer Pardo, Piedad Boonett, PaSamanta Schweblin, Valeria Luiselli, Yuri Herrera, Lina Meruane, Selva Almada, Héctor Abad Faciolince, Alejandro Zambra, Mariana Enríquez, Eduardo Halfon y Gabriela Cabezón, demuestran que la narrativa latinoamericana se ha liberado de fronteras.

Cada uno escribe desde una geografía distinta, pero todos comparten la fidelidad a la verdad interior de la palabra, con la génesis literaria que se asombró a nuestros ojos, desde la colonización europea con las consecuencias de sus credos y costumbres.

También la poesía vive una renovación profunda.

Raúl Zurita convierte la herida en revelación; José Luis Díaz Granados que hace de la palabra un instrumento de fraternidad, Piedad Bonnett hace del dolor un acto de ternura; Gioconda Belli rescata el cuerpo y la libertad; Juan Manuel Roca devuelve al lenguaje su asombro primordial; Darío Jaramillo Agudelo mantiene viva la emoción íntima que ennoblece lo cotidiano y muestra que late con fuerza en medio de las amenazas del siglo.

El ensayo y la crónica se consolidan como las formas más lúcidas del pensamiento con William Ospina quien con su mirada civilizadora escruta para darle magia a la narrativa; Leila Guerriero, que transforma el periodismo en arte moral; Clara Obligado, Laura Restrepo, Sergio Ramírez, Antonio Muñoz Molina, Alberto Fuguet, Eduardo Galeano, ya en la memoria, todos confirman que la literatura sigue siendo una forma superior de conciencia y libertad.

Nuestra literatura ha superado los tiempos de la imitación y del complejo colonial. Ya no busca parecerse sino se pertenece y conviven lo indígena y lo urbano, lo mítico y lo tecnológico, lo íntimo y lo político, con las voces de las mujeres, de los pueblos originarios, de las minorías y de los nuevos migrantes que se han incorporado al concierto de las letras sin pedir permiso, ampliando el uso de nuestra lengua.

Hoy, el escritor latinoamericano ya no escribe desde la periferia, escribe desde el centro de su mundo, con plena conciencia que la emoción, la memoria y la imaginación son sus verdaderos territorios. La autenticidad ha reemplazado al prestigio artificial y la pluralidad, a la impostura del dogma.

Por eso, hablar del progreso de la literatura latinoamericana no es un gesto triunfalista, sino un acto de gratitud. Nuestra lengua, antes condenada a la imitación, se ha vuelto semillero de visiones que se forman desde la educación básica, por maestros con sensibilidad social.

Por las antiguas falacias de la educación escolástica nacieron los auténticos creadores; de la claridad, la plenitud de la verdad y ante todo, de la edición vertiginosa de las editoriales en la provincia como Pijao Editores en el Tolima, Angosta y Axioma en Medellín, Epidama Ediciones en Cali, y Editorial Educosta de la región Caribe.

Hoy, América Latina no solo produce literatura, también la encarna en lo hombres de los pueblos. Y mientras el mundo digital fragmenta la atención, nuestros autores insisten en la profundidad de sus obras que trascienden hacia otras lenguas, donde se leen bajo firmamentos de estrellas encendidas.

La literatura de este continente brota del dolor y la belleza, del mestizaje y la esperanza, y se ha convertido en una de las formas más altas de resistencia espiritual contra la barbarie de los pueblos. Porque escribir, en este lado del mundo, denunciando las atrocidades o los grandes acontecimientos, con el rumor de sus ríos y el misterio de las montañas, sigue siendo un acto de convicción con la magia de la naturaleza a través de las facultades humanas.

Y mientras exista esa convicción, la literatura latinoamericana no dejará de crecer, de transformarse y de progresar para continuar con sus grandes ejecutorias inmortales a través de los siglos.

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