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El tsunami de Ibagué

El tsunami de Ibagué

Por Ricardo Oviedo Arévalo

*Sociólogo, historiador, docente


Desde los tiempos coloniales, el Tolima y en especial su capital Ibagué, era reconocida por ser camino obligado al alto Magdalena y por el accidentado cruce del llamado “camino del Quindío”, en el siglo XIX por ser cuna del pensamiento liberal que exigía la modernización de un país que se resistía en cambiar.

No en pocas ocasiones fuimos protagonistas de primera fila en casi todas las guerras civiles que sacudieron a Colombia, incluyendo la actual, que aún se resiste a terminar, pero la que aún no podemos ganar es la batalla por el cambio de su “clase política”, que parasita sobre viejos conceptos políticos y económicos desarrollistas que nos han hecho retroceder, en los últimos cincuenta años como protagonistas y como región en la vida del país.

De tener una élite gobernante y empresarial propositiva y de cambio, pasamos a tener una dirigencia que se auto destruye con aceptar calladamente las nefastas políticas neoliberales de los últimos gobiernos, que hicieron de su próspera y productiva agroindustria, un montón de chatarra y de sus campos, lánguidos potreros donde en promedio pasta una res por cada tres hectáreas, como lo dice un informe del Banco de la República del año 2007, que hoy cobra gran actualidad, y donde identifica las causas de los altos índices de desempleo y de empobrecimiento de la ciudad.

Como los síntomas de depresión económica generadas por políticas “neoliberales” que arruinaron su economía:  El elevado y persistente desempleo que ha exhibido Ibagué ha sido una manifestación sistémica de la baja calidad del empleo (la alta informalidad); los bajos ingresos laborales y la pobreza de la ciudad y no admite soluciones particulares por grupos poblacionales. Para reducirlo se necesita modernizar el empleo y elevar la productividad y los ingresos, se requiere de la movilización de las fuerzas sociales locales y el concurso del Gobierno Nacional.

Sus actuales gobernantes, al contrario de las recomendaciones de los expertos, reman río arriba, llevando inútilmente la contraria, no movilizan las fuerzas sociales y productivas en lograr grandes consensos frente a las políticas nacionales, sino que cogen el camino más corto y fácil, como es, ideologizar las relaciones con el gobierno central, satanizándolas y monetizándolas. Con razón su gran enemigo, el presidente Petro, en un elegante salto de garrocha les “rompe”, la emblemática plaza Manuel Murillo Toro, llenándola hasta las banderas, paradójicamente el día anterior de la marcha, cuando pastores de diferentes iglesias evangélicas, se reunieron cerca a la tarima donde el presidente iba a hablar, haciendo un ritual religioso, regando aceite de oliva (irónicamente de Palestina) y orando para que la manifestación fuera un fracaso, en este caso como en otros, Dios no los acompañó.

Esta manifestación nos recuerda, que solo algunos personajes llenaron esta plaza, en 1968, el ciclista chaparraluno Pedro J. Sánchez, al ganar la Vuelta a Colombia; diez años después, el candidato liberal, Alfonso López M. y también, en los años setenta, en las primeras campañas de Alberto Santofimio Botero; por eso este evento se ha convertido en un verdadero tsunami para la derecha colombiana, que había creído que el actual gobierno estaba totalmente aislado, haciendo que el ex presidente Juan Manuel Santos llame urgentemente a sus huestes a fortalecer el centro político para evitar que la izquierda retenga el poder.

Lo mismo hizo el ex fiscal Francisco Barbosa, que llamó a no votar por el candidato Abelardo de la Espriella, al no vaticinarle un buen futuro electoral, cuando manifiesta en el periódico El Tiempo, “Creo que no es la persona adecuada para el país, creo que se necesita de otro tipo de opciones…. en ese sentido, no comulgo con esas ideas. Ojalá surjan candidatos serios y que puedan tener alguna viabilidad, pero también asustó el Consejo Nacional Electoral (CNE), cuando trata de impedir, sin éxito, la realización de la consulta del Pacto Histórico para el 26 de octubre.

Esta concentración también ha despertado un sentimiento odioso y de incapacidad de la incestuosa “clase política local”, que en unísono ha dicho que los asistentes a la concentración fueron acarreados en buses, al son de sanjuaneros, tamales y lechonas, siendo pocos autocríticos con su pésima gestión, plagada de casos de clientelismo y escándalos financieros, dejando un tufillo de que el Tolima es un departamento vedado para las ideas progresistas; lo que vimos en la plaza, nos dice todo lo contrario, un pueblo que se desborda ante su cansina dirigencia política tradicional, que nos ha hecho perder protagonismo nacional y nos ha empobrecido.

Mientras tanto, el pueblo, rompiendo el redil conservador, llena la plaza agitando sus banderas progresistas de renovación y cambio; por eso me llamó profundamente la atención el día viernes, antes de iniciar los discursos, un chamán (Mohán) de la etnia Pijao, vestido de plumas, collares y alpargatas, proveniente del sur del Tolima, rezaba ceremoniosamente en el contorno de la plaza, en una mano sostenía un grueso tabaco encendido y en la otra, un ramillete de pringamoza y paico, espantando con sus oraciones a brujos y demonios-presentes y ausentes- de la plaza, por lo tanto, creo sinceramente, que en esta ocasión, sus dioses tuvieron la razón y a lo mejor, están ganado esta batalla. 

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