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A Eduardo Santa

A Eduardo Santa

Mi hermano llamó a Eduardo Santa, “Decano de los escritores del Tolima”, al intelectual que acaba de partir al Olimpo. 

Siempre lo vi como una persona llena de sabiduría. Vestía de traje y corbata, desempeñó cargos importantes en la academia, en la Universidad Nacional, director de la Biblioteca Nacional y, sobre todo, intelectual íntegro. Un liberal de la vieja data como lo fueron López Pumarejo y Lleras Camargo.

 Generoso con sus conocimientos; cuando nosotros, aún jóvenes, teníamos tertulias con él, nos hacía grandes monólogos llenos de anécdotas y referencias de la cultura universal.

 Escribió muchos libros. Nació en El Líbano hace noventa y tres años. Nosotros, oriundos del mismo pueblo, leímos “La provincia perdida” una bella evocación de todas las aldeas colombianas, con un lenguaje poético incomparable. Luego fueron muchos libros, novelas, poemas, ensayos, crónicas, columnas.

 Uno de sus últimos (publicados varios por Pijao Editores) es un profundo y filosófico diálogo entre los caballos memorables de la historia, entre ellos Rocinante, Babieca, Palomo: “Los caballos de fuego”. Su texto sobre la colonización antioqueña es uno de los más esclarecedores de esta etapa de nuestra nacionalidad.

Elegante, de lo que llaman finas maneras, la mayoría de sus contertulios lo saludaban, doctor Santa, por el respeto que infundía su presencia y palabra. Mi hermano, uno de los grandes conocedores de la obra del doctor Santa, lo acompañaba todos los años en su cumpleaños que celebraba en su bella casa de El Líbano, con un apetitoso almuerzo, al lado de su esposa Ruth, en su patio con flores y sus perros. 

Amaba su jardín, en Bogotá, en su casa, tenía muchas flores, orquídeas y siemprevivas.
Tuve con él un buen acercamiento en las últimas décadas de la vida de los dos. Siempre me gustaba que me repitiera la historia cuando compartió dos noches en las residencias universitarias de la Nacional con el Che Guevara, cuando el revolucionario se llevó en su mochila “La provincia perdida”, libro que se encuentra en el museo de Santa Clara. (Diarios de motocicleta).

 También le pedía que me relatara los sucesos del 9 de abril, la muerte de Gaitán y los episodios que no aparecieron en su libro sobre El bogotazo. Cuando salió mi primera novela bajo el nombre de “El jardín de las Hartmann” y fui amenazado de muerte, él, generosamente, escribió un artículo donde explicaba la relación entre ficción y literatura.

Se ha ido un hombre ejemplar, un verdadero decano, un intelectual íntegro. Invito a leer sus sabios libros (“El pastor y las estrellas”) y sus reflexivas apreciaciones sobre el tiempo que le tocó vivir.

Buen viaje querido doctor Santa.


Bogotá, mayo 2 de 2020

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