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Un Intento de Atraco
Por: Óscar Javier Arciniegas Garzón
Amanecía el 29 de Diciembre del año anterior, obviamente ya se sentía el ambiente de finalización de año, a pesar de lo atípico, con algunos sonidos de pólvora y música de festividades propias de esta fecha. Como parte de mi rutina en las mañanas, me disponía a ejercitarme en la bicicleta estática que adquirí hace un par de años para complementar las caminadas y trotadas que en ocasiones realizaba hacia la montaña, ya llevaba varios días que no me adentraba hacia la naturaleza, sin embargo, estaba dudoso si me quedaba en el apartamento o salía.
En ese mismo instante recordé que se avecinaba tres días de resguardo en casa decretado por la primera autoridad municipal a causa del incremento de contagio de Covid-19 en el último mes en la ciudad y eso era inevitable. Fue así que finalmente tomé la última opción y preparé mi indumentaria, canguro para guardar el celular, audífonos, tapabocas, agua y el reloj.
Coloqué en ceros mi cronómetro y empecé mi recorrido por la carretera destapada la cual conduce a diferentes zonas de recreación del norte de la ciudad cuyos nombres empiezan con villa y se complementan con nombres de mujeres (Katherine, Andrea, Marcela etc). El reloj marcaba el tercer quilómetro y la respiración era más acentuada, saludé a un señor que le llaman el “mono” quien hace ya parte de esa naturaleza o mejor se aprovecha de esa naturaleza para sacar arena de la quebrada desde hace muchos años, incluso antes de que su cabellera tornase blanca y las líneas de expresión del rostro aparecieran con mayor notoriedad.
Seguía mi recorrido y ya me acercaba a una de esas villas, faltaban aproximadamente unos 50 Metros cuando una moto con dos hombres a bordo se detuvieron y me realizaron una pregunta, inmediatamente frené para escucharla con atención pero reconozco que también con algo de ingenuidad. En ese preciso momento, el parrillero se baja y saca con la mano derecha un cuchillo tipo cocinero con cacha de color café opaco y una hoja de tamaño extra grande y con la otra mano me sujetó fuertemente la camiseta y empezó una cantidad de improperios para diezmarme el cual logró con éxito en segundos.
El atracador gritaba sin cesar que le entregara el celular y fue ahí cuando empezó aparecer en milésimas de segundos imágenes de la muerte del vigilante en Bogotá en un bus para quitarle el celular hace pocos días, también la imagen de mi esposa e hija mientras miraba con muchísimo temor el cuchillo al frente de mi rostro y muy cerca del pecho, yo no opuse resistencia y le decía que por favor no me hiciera daño y tomara el celular, sin embargo, el celular se encontraba estrechamente en el canguro y no salía, mientras el atracador se desesperaba, lo alcanzo a recordar en su mirada y en su respiración, porque los segundos pasaban sin obtener su cometido.
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En ese instante resbalé y caí en el suelo con el atracador encima de mi humanidad, mientras él tiraba fuertemente el canguro con la mano izquierda y yo continuaba en mi tarea tratando de sacar el celular. Esa escena no sé cuánto tiempo trascurrió pero fue suficiente para pensar en la muerte y puede sonar un poco exagerado pero así lo sentí.
Enseguida sonó el motor de una moto que bajaba por esa vía destapada y el atracador se asustó y se levantó de mi cuerpo rápidamente, no sin antes de lanzarme una puñalada que la recibió la parte anterior de mi mano izquierda. Los atracadores emprendieron su huida por aquel camino en mal estado y yo deseaba en ese instante que se cayeran por la velocidad que llevaban, pero no fue así, huyeron del sitio.
El conductor de la moto que bajaba se detuvo y obviamente me preguntó lo sucedido mientras la sangre recorría mi mano y no dejaba observar la gran herida que tenía. El conductor de la motocicleta era una persona joven y se notaba que habitaba esa zona rural, muy amablemente se ofreció bajarme y llevarme a un centro de salud para la atención pertinente. Mientras bajábamos nos encontramos una señora de unos 40 años de edad y con un casco negro en la mano gritando que la acababan de robar dos personas en moto, es decir, los atracadores tenían que robar a alguien ese día, pero lo más importante es que la señora se encontraba solamente conmocionada y sin ninguna herida o pérdida de una vida que lamentar.
La anterior situación (atraco) es muy frecuente en el país, ocurre más de 33 casos por hora, alrededor de 800 al día, más de 292 mil al año y el dato más escalofriante cada día dos personas sonn asesinadas para robarles, según cifras de la Fiscalía (2019).
Por otro lado, según el Grupo de Investigación de Seguridad de la Universidad Central, en 2019 se usaron elementos contundentes o violencia física en 30 % de los hurtos, armas blancas en el 18 % y armas de fuego en el 11 %. Esto significa que en más de la mitad de hurtos (59 %) hubo violencia física y la víctima resultó, por lo menos, con lesiones como me ocurrió a mí.
Realmente la vida no es sagrada en este país y eso lo demuestra estos datos y otros de violencia que ocurren a diario en diferentes regiones de Colombia.
Por ahora, mi caso será uno más que alimentará las cifras del año 2020 y el intento de atraco me dejó una herida en mi mano izquierda afortunadamente sin lesión de tendones pero una sutura de 10 puntos evidentes y quedó marcado mi cuerpo con una experiencia más que le puede pasar a cualquier persona en el país.
Por eso debemos cuidarnos y aumentar la percepción de riesgo de nuestros familiares y de nosotros mismos y más aún este año 2021, que avizora algunas dificultades económicas donde los atracadores estarán al acecho y según el Grupo de Investigación de Seguridad de la Universidad Central el aumento de hurtos tiene una explicación económica, pues cada vez resulta más rentable. Calcula que si un ladrón roba un celular de gama media o alta cada día, de lunes a viernes, se asegura dos salarios mínimos mensuales, pero lo que no puedo asegurarles si es el salario mínimo del Gobierno nacional o el verdadero salario mínimo de los Colombianos.
Ps. Oscar Javier Arciniegas Garzón
Docente Orientador y Universitario
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