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Petro vs. Banco de la República: el capricho contra la razón

Pipe Ferro
Diputado
Asambla del Tolima
En el ajedrez económico del país, hay una pieza que debe moverse con prudencia, con técnica, con mesura: el Banco de la República. Pero mientras la Junta Directiva se afana por proteger el poder adquisitivo de los colombianos, Gustavo Petro, como un jugador impulsivo y pendenciero, lanza sus piezas al tablero sin calcular consecuencias, intentando doblegar con gritos lo que no puede controlar con argumentos. Su arremetida más reciente contra el emisor, por mantener la tasa de interés en 9,5%, no es solo una muestra de irrespeto institucional, sino un peligroso intento por politizar una entidad que, por mandato constitucional, debe ser independiente.
Petro, en su habitual tono confrontacional, acusó a la Junta de actuar con sesgo político y no con criterio técnico. Lo irónico es que más de la mitad de esa Junta ha sido nombrada por él mismo. Pero cuando alguno, como Olga Lucía Acosta —su propia designada—, se atreve a votar con sensatez técnica y no con servilismo ideológico, se convierte de inmediato en blanco de sus ataques. El “dictador tropical”, como muchos lo han llamado, no quiere funcionarios con criterio, sino fieles escuderos que acaten sin chistar sus órdenes.
El verdadero interés político no está en el Banco, sino en la Casa de Nariño. Es desde allí donde se lanza una ofensiva constante para cooptar una entidad que ha sido bastión de estabilidad económica por más de 25 años. Gracias a la estrategia de inflación objetivo —que busca mantenerla cerca del 3%— y a decisiones como la reciente de mantener la tasa en 9,5%, el país ha evitado un disparo descontrolado de precios. La inflación, aunque sigue siendo alta, ha venido cediendo, y eso no es mérito del Gobierno, sino de la política monetaria seria, rigurosa y fundamentada del emisor.
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Mientras otros países han logrado reducir más rápidamente su inflación, Colombia enfrenta obstáculos estructurales como la indexación de salarios. Pero la respuesta no puede ser ceder al populismo económico, sino mantener la guardia alta. Y eso es precisamente lo que hace el Banco: actuar con responsabilidad, con el mejor equipo técnico del país, que trabaja con estudios, datos y evidencia, no con arengas y sofismas.
Es delirante sugerir que la Junta actúa con motivaciones políticas. Esa acusación es, más bien, un espejo que refleja la forma en que Petro toma sus propias decisiones: con vísceras y sin razón. Si el Banco cediera a sus caprichos, estaríamos al borde del abismo inflacionario. Lo que Petro no entiende —o no quiere entender— es que bajar la tasa de interés sin control podría disparar el consumo artificialmente, encarecer los bienes básicos y afectar, paradójicamente, a los que él dice defender: los más pobres.
La Constitución es clara: el Banco de la República debe representar el interés de la Nación, no el de un presidente con delirios de caudillo. La independencia del emisor no es un lujo, es un dique contra la arbitrariedad. Y mientras ese dique resista, habrá esperanza de que la economía colombiana no naufrague en el mar de la demagogia.
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