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‘Lejanías’, es música, es poesía, es literatura
Para estos días de desasosiego, qué mejor lectura que el libro ‘Lejanías’ del cantautor tolimense, Óscar Arboleda, quien desde Barcelona, España, donde reside, comparte un bello y profundo texto poético en el que ambienta rincones, costumbres del pasado para que nunca mueran en el presente.
Son nueve historias, nueve cantos que se convierten en poesía y también en cuentos. Óscar Arboleda con este trabajo hace honor a su origen, el Líbano de torres blancas, de grandes escritores y poetas, de rebeldes y cultores de la inteligencia.
El Cronista.co publica el ‘Canto número 1’, la historia que da origen a la primera canción del álbum ‘Lejanías’, que se llama ‘Después de las montañas’. El álbum completo lo encuentran en la plataforma de Youtube.
- (Puede leer: Y el pueblo sonaba y ese pueblo era el Líbano)
Canto uno
“Dicen en mi pueblo que, antes de la invención de los números, el tiempo era redondo como las naranjas. El sentido de los andenes estaba determinado por la costumbre de andarlos y las direcciones postales se indicaban con las manos y las caras de las personas: “la calle de don Elías, la casa de doña Gladis, la tienda de…”. El pueblo era una masa informe de casas dispares que se iban acomodando como dientes torcidos según la destreza de sus constructores. La gente se contaba leyendas para ganarse el salario y la lentitud de los días hacía que el café creciera de todos los colores. La morronga infinita de estas tardes la rompían los gritos de los vendedores de cobijas, vajillas y cachivaches de cocina (en cómodas dos cuotas mensuales), hombres agrios con olores a chucha y a especias, de miradas puntiagudas que embrujaban a las mujeres para obligarlas a cambiar piecitas de oro por ollas pitadoras o repisas de mimbre. En sus bocas, ellos también traían, como reliquias, rumores de tierras remotas. Nosotros aprovechábamos la estafa del oro para sacar partido preguntando a los vendedores por más detalles de esas otras gentes.
Luego pasábamos tardes de punta a punta agregándole una que otra hipérbole a las historias de los cuoteros, tanto que convertimos esos relatos en monedas con las que pagábamos el uso de las cosas o que cambiábamos por jarras de leche…Una mañana inesperada nos levantamos con un circo monstruoso en la esquina del barrio. Unos gitanos con perros saltadores y mujeres elásticas que se retorcían en las alturas, con actos de magia y con gatos enormes, terminaron por sembrar en nuestros corazones sedentarios el relato de los vendedores de repisas y ollas pitadoras”.
…De repente,
El pueblo universal y los pliegues de
las cordilleras
descomunales
que sostienen
este mundo nos
parecieron miniaturas.
Se nos encogieron
los calzoncillos
y un bombardeo de
sangre a chorros
cataráticos nos empujó
el corazón
hasta los límites
de las calles;
y nos atrevimos entonces
a cruzar los
barrios de siempre
y llegamos hasta la gallera, a la
calle de las prostitutas y al comedor
del cura.
Y atravesamos
los caminos rotos
y trepamos por
los ríos
como los peces de colores
y nadamos las lagunas vírgenes.
Y fuimos a las colinas nubladas y
detrás de los nevados y
Después de las Montañas, hasta las
ciudades iluminadas.
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