Crónicas

Los coros del Tolima IV

Los coros del Tolima IV

A pesar de tantas giras y diferentes actuaciones internacionales, la coral del departamento nunca se alejó de la participación en los eventos de importancia a nivel local. La semana santa y en especial el domingo de ramos, se convertía en el escenario propicio para elevar las voces mientras éstas se enredaban solemnemente en la misa número 2 en sol mayor para solistas, coro y orquesta.

Mientras la gloria musical vestía al depar­tamento, los homenajes no se hacían esperar. Los mayores y mejores reconocimientos fueron para doña Amina Melendro de Pulecio, quien impulsara gallardamente la actividad musical en la región. En uno de los actos más importantes de la ciudad en 1965, el 15 de octubre recibió, en la sala Castilla, el saludo de admiración, respeto y gratitud de las más respetadas personalidades del acontecer ibaguereño y de las masas corales, guardianas de sus más recónditos afectos.

1966 había llegado y lo mejor estaba por suceder en la Sala Benedictina del Vaticano. Los coros ofrecieron un concierto ante Su Santidad Paulo VI que les otorgó la medalla Concilio Vaticano II. La condecoración fue recibida por el entonces director artístico del Conservatorio, Quarto Testa.

Al finalizar la presentación, Su Santidad pidió con fervorosos aplausos la repetición de La guabina tolimense. Era la primera vez que un grupo de esta naturaleza se presentaba en el Vaticano. Eran tolimenses haciendo patria en otras latitudes.

La consagración había llegado y esto era hasta ahora el comienzo. Las actuaciones en salas tan importantes del viejo mundo como la Sala Petrarca, en Italia, serían presentadas por lo más selecto de la crítica musical europea que emitiría los mejores elogios, que coincidían con los anteriores, en el relieve que le daban a la calidad y responsabilidad con la que estos embajadores del folclor colombiano asumían su oficio que no dejó nunca de ser un placer del espíritu.

El regreso al país desataría los más generosos elogios no sólo de la prensa sino de destacados círculos intelectuales. El nombre del país, y en especial el del Tolima, estaba rondando más allá de América, mientras aquí, los extenuantes ensayos y estudios continuaban. Ahora el compromiso se hacía más grande.

Las invitaciones a las giras nacionales en pla­zas que ya aquellas voces habían conquistado, continuaban cada vez con mayor éxito. Bogotá, Cali, Pereira, Armenia, Medellín y Bucaramanga entre otras, se complacían en poder tener de viva voz al coro que había seducido a los más selectos oídos del mundo.

1967, sería el año, de nuevo, de los recono­cimientos que nunca serán suficientes pero que sí mostraban de manera honesta el agradeci­miento de un país y una región, a una mujer que estaba al frente de sus sueños: doña Amina. Ella recibiría, como en otro tiempo lo hiciera de otros presidentes, ahora de manos de Carlos Lleras Restrepo, y en el día de la mujer, otro galardón de los que nunca debieran acabar, y que acepta en nombre, como lo dijera esa noche, de todas las mujeres que habían colocado su alma en el sueño de Castilla. 

En el capitolio nacional, la Cruz de Boyacá le fue impuesta a Amina Melendro de Pulecio por parte del gobierno nacional. Ya antes la había recibido de manos de Mariano Ospina Pérez, cuando sólo era una de las líderes de la junta de los Coros del Tolima. Una vez más, la humildad de esta mujer que por más de cuarenta años había sido alma y nervio del Conservatorio, la hacía grande.

Sólo habían pasado siete años desde el inicio del bachillerato musical, pero la continua demanda exigía la creación de nuevos cupos. Al fin, las largas filas de estudiantes que esperaban año tras año la oportunidad de ingresar al Conservatorio, aumentaron sus posibilidades en 1967, cuando el gobierno departamental permite la apertura del bachillerato artístico nocturno.

Durante la conmemoración de otro aniversario de la muerte del maestro Castilla, diversas consideraciones alrededor de la música y la influencia de ésta en la sociedad del departamento y en especial la de Ibagué, donde ha sido raíz artística, ejercicio y goce favorito, se realizaron en junio de 1968, en el marco de otras reflexiones hechas acerca del desarrollo de la región. La música era aceptada como una verdad inefable del alma tolimense. En ella, al decir de Liszt, se hace tangible la vida, orgánica; por ella habla el amor, sin ella no hay bien posible, y con ella todo es hermoso. Los coros y, en general, el Conservatorio, había desnudado esta verdad de la mano con sus triunfos y actuaciones.

41 damas y 40 caballeros, dirigidos por los maestros Wolfang Krumbholz y Vicente Sanchíz, salían este año en misión cultural a la república de Nicaragua. Una semana antes, las localidades en el auditorio de la universidad centroamericana estaban agotadas. Las secciones culturales de los periódicos de Managua, León y Granada hacían referencia a los famosos coros del Tolima que una vez más extasiarían al público presente.

Vestidos con trajes típicos, los integrantes de la coral presentaron lo más variado de su repertorio incluyendo interpretaciones de música religiosa y popular colombiana y latinoamericana. Aquel sábado, a las nueve de la noche, al terminar el acto, todo fue una lluvia de aplausos. Un pedazo del Tolima y de Co­lombia había quedado para siempre en la me­moria musical de los nicaragüenses.

Pero lo mejor estaba por ocurrir. En un acto que tuvo visos de heroico, doña Amina Melendro de Pulecio lograría conseguir los auxilios que llevarían a los Coros del Tolima en el vuelo de la KLM, desde Santiago de Cali hasta Europa. La cita no podía ser incumplida. La coral era uno de los pocos grupos latinoamericanos invitados al XVII Concurso Polifónico Internacional de Guido D'Arezzo, en Italia.

Allí, los coros participaron en los dos géneros obligatorios que comprende el concurso. Coros mixtos de música clásica, masculinos en lo clásico y lo folclórico y coral mixta folclórica. Las obras que escogió el festival para participar en las modalidades mencionadas fueron: Ave María, del maestro José Rozo Contreras, Ermitaño quiero ser, de Emanuel Moreno, Hurí, Navidad Negra, Guabina chiquinquireña, y Lamento Indígena, más conocida en­tre nosotros como Sonrisa de azúcar blanco.

La masa coral llegaba a Italia con un bagaje que la llevó a confiar en realizar un excelente papel en el festival. Tal vez fue precisamente esto, su experiencia, sumada a la calidad vo­cal y a la riqueza folclórica, las que permitieron acumular 196 puntos que fueron suficientes para que la agrupación conformada por 88 coristas se alzara con el segundo premio en la sección B, de la competencia de coros de voces mixtas, el 30 de agosto de 1969.

Quizá fue esta una de las fechas más importantes, si no la más, para los coros del departamento que alcanzaban, así, el reconoci­miento y la cumbre de la consagración. Cada integrante de los coros sabía perfectamente que su esfuerzo se había visto retribuido justamente dentro de las competencias. Los nombres de Colombia y del Tolima habían sido honrados por intermedio de su embajada coral que cumplía una de las mejores campañas de divulgación nacional que ha tenido el país en toda su historia.

Gian Filippo de Rossi, uno de los críticos italianos más importantes por entonces, declaró a un periódico de Arezzo: "El mejor espectá­culo de genuino folclor fue ofrecido el sábado por la noche en el teatro Petrarca, por el coro colombiano".

Como si no fuera suficiente, la coral actuaría de nuevo en Roma, Amsterdam y París. Grabaría para la televisión española y presentaría un concierto en el Conservatorio de Valencia, redondeando una de las más célebres giras por el viejo continente.

No está de más decir que al regreso de los coros al país, los homenajes elogiosos se dieron a granel. Las reseñas de prensa, radio y televisión, extendían con justicia distinciones que colocaban a los coros en el lugar en que alguna vez soñó: el mejor conjunto coral de la América Española.

El primero de diciembre, luego de su extraordinario triunfo, el Conservatorio en cabeza de Amina Melendro de Pulecio, se dio a la tarea de realizar un concurso internacional de coros. No podía ser menos, luego de haberse hecho merecedores del segundo lugar en un concurso de importancia mundial no obstante la advertencia amable de que "la primera vez nunca se clasifica, solamente se va a aprender". Todo sumado les daba suficientes pergaminos para organizar un concurso polifónico internacional. Se configuraba así un evento que le traería un prestigio internacional a nuestra ciudad.

En 1976 el Conservatorio de música del Tolima cumplía 70 años de actividades que, a pesar del tiempo, seguían dándole al país y al departamento, satisfacciones que no vinieron gratuitamente sino gracias al esfuerzo mancomunado de quienes le pusieron el alma a un objetivo siempre claro: perpetuar la música y el folclor del país y de la región.

Para conmemorar más de medio siglo de actividades, el Conservatorio organizó una serie de presentaciones que iban desde actuaciones de la Orquesta Sinfónica de Co­lombia, pasando por interpretaciones de la coral de los cursos superiores del bachillerato musical, hasta un concierto especial de los coros en el teatro Tolima.

Los homenajes no se detenían. La sociedad de autores y compositores de Colombia, SAYCO, se hizo presente al otorgar la Lira de Oro, máxima distinción que otorga la Sociedad a quienes han ejercido una verdadera labor y servicio a la cultura colombiana.La academia de la lengua, las máximas autoridades civiles y eclesiásticas, algunos grupos económicos y distinguidas personali­dades del país, hacían llegar sus más altos agradecimientos, exaltando una vez más la tarea infatigable del Conservatorio.

70 años de historia, de amores, contratiempos, triunfos y pequeños fracasos que jamás tiznaron de tristeza a los soñadores del Conservatorio, y antes bien les dieron la fuerza necesaria para realizar y expander cultura por lo menos otros setenta años, se hacían presentes en 1976. El bachillerato musical marchaba viento en popa. Los coros continuaban en sus largos y extenuantes ensayos y el departamento, convertido en sinónimo de música, era ya más que un nombre consolidado en el concierto internacional de la música.

El sábado 13 de junio de 1987, en el cincuentenario de la muestre de Alberto Castilla, se realizó el encuentro de los coros del Tolima.En el parque Manuel Murillo Toro, miles de personas cantaron junto a los masas coralesEl bunde tolimense del maestro, recordándole a las nuevas generaciones la tarea infatigable de este hombre que soñó con encumbrar la música en el Tolima. Fue un momento de comunión donde la emoción del reencuentro y la nostalgia de la ausencia estuvieron matizadas con el recuerdo de tantas notas curiosas que acompañaron a las masas corales alrededor del mundo.

El último director de los coros, Paul Dury, terminó su labor en 1996. Las masas corales interrumpieron su labor, pero aún esperan, partituras en mano, el momento indicado para volver a llenar de notas y de gloria al Tolima. Desafortunadamente los políticos y gobernantes de turno no dan importancia a aquello que nos hace realmente grandes, a lo que nos llena de orgullo y nos hace creer en un proyecto regional.

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