Columnistas
Miguel Abadía Méndez: entre el olvido y la memoria

Por Alberto Santofimio Botero
* Exministro de Estado, Exsenador de la República, Miembro de la Academia de Historia de Cartagena de Indias, y miembro de la Academia de Historia del Tolima.
Por una curiosa paradoja del devenir histórico y del destino político, Miguel Abadía Méndez, el primer tolimense presidente de la Republica en el siglo XX, fue condenado a una especie de pacto de silencio en las crónicas, los libros, los símbolos de tolimenses y colombianos luego de su paso por la primera magistratura de la nación.
Sus correligionarios conservadores le atribuían, con razón, la responsabilidad del fin de la larga hegemonía de su partido en 1930, y los liberales, los independientes y los estudiosos y los cronistas de ese tiempo, solían identificarlo exclusivamente, con la “masacre de las bananeras”, una explosión de inconformidad social abanderada por los trabajadores en huelga, tanto en el departamento de Santander como en Ciénaga, Departamento del Magdalena, reprimida con barbarie y crueldad inusitadas por el gobierno de turno.
En su conocida obra sobre los presidentes de Colombia, el escritor Ignacio Arismendi, refiriéndose a este tema expresa: " Miles de asalariados de la United Fruit Company se declararon en huelga para solicitar mejores condiciones, se dio por turbado el orden público, vino el estado de sitio y el enfrentamiento sangriento y lamentable, entre las fuerzas militares y los protagonistas civiles, que arrojó un saldo indeterminado de muertos y heridos y el precedente de martirio para quienes en el futuro continuarían con similares postulados sociales o ideológicos".
Lo cierto es que la “masacre de las bananeras”, ocurrida el 5 y 6 de diciembre de 1928, puso una marca de fuego sobre la recordación del gobierno, quizás por ser no solo la más importante y numerosa protesta sindical de aquel tiempo, sino por la bárbara, violenta y represiva intervención del régimen contra los trabajadores inermes, todo bajo el amparo de medidas excepcionales de Estado de Sitio y bajo la siniestra ejecutoria militar, bajo las órdenes del general Cortés Vargas empoderado por decreto presidencial, quien basándose en estas facultades disparó contra los manifestantes con una brutalidad espantable, dejando un saldo de más de 200 muertos y 100 heridos, según algunas informaciones, pero jamás determinados con exactitud por el gobierno de Abadía que guardó silencio y según algunos cronistas, antes de establecer la verdad, prefirieron dedicarse a arrojar al mar cadáveres de sindicalistas para desaparecer la gravísima magnitud de lo ocurrido.
Pese a toda esta espantable realidad el presidente Abadía ascendió a Cortés Vargas como director de la Policía en 1929.
Como bien lo afirma el desaparecido novelista y escritor Héctor Sánchez: "con Abadía Méndez culmina la extraordinaria cifra de 42 años de hegemonía conservadora. Analistas como Antonio García o Gerardo Molina se ocuparon del tema sociológico de que un partido relativamente minoritario, ocupara el lugar del mayoritario por tantos años y lo explican mediante la activa participación del clero, el ejercicio desbordado de la autoridad del partido dominante, la influencia efectiva del poder feudal, la exacerbación de los prejuicios y la discapacidad generalizada de los jefes liberales."
La caída de la hegemonía conservadora, la” masacre de las bananeras”, y haber tenido que recurrir a costosos empréstitos para enfrentar la crisis económica mundial, marcaron definitivamente y ensombrecieron de manera radical la recordación del gobierno de Abadía, y lo mostraron a la posteridad como el único responsable de estos acontecimientos, y además, lo singularizaron con la expedición de decretos y leyes restringiendo libertades y derechos como el decreto 707 de 1927 y la ley 69 de 1928, llamada la ley Heroica”. Por cuenta de estos hechos ya citados inclusive se llegó a incurrir en la ligereza de ubicar el lugar de nacimiento de Abadía Méndez en el municipio de Piedras, cuando realmente sucedió en la Vega de los Padres, entonces Vereda del Municipio de Coello el 5 de julio de 1867, en el Estado Soberano del Tolima.
En el olvido y la oscuridad quedaron los aspectos que podemos juzgar como positivos de su administración y varios perfiles relevantes de la personalidad de Miguel Abadía Méndez que vale la pena recordar con indispensable objetividad y justicia histórica.
Veámoslo así: por no haber tenido contrincante liberal en su elección presidencial, este gran tolimense fallecido el 9 de mayo de 1947, es el presidente elegido democráticamente con el 99.88% el mayor porcentaje de votos en las urnas.
Además, en la trayectoria de tolimenses ilustres, Miguel Abadía Méndez tiene el récord por nadie superado de haber sido ministro en 6 carteras: Instrucción Pública, Hacienda, Relaciones exteriores, Gobierno, Guerra, Correos y Telégrafos, y haber ocupado, con brillo y prestigio, los cargos de Consejero de Estado y Magistrado de la Corte Suprema de Justicia, además de haber sido el cerebro impulsor de la reforma constitucional de 1910, y de haber tenido un brillante desempeño Diplomático como embajador en Chile, Argentina y Brasil.
Las medidas que le tocó tomar Abadía Méndez para enfrentar la enorme crisis económica que se gestó en Estados Unidos en 1929, fue calificada como la Gran Depresión que según el economista Roberto Junguito, eran necesarias para el manejo económico interno y externo que obligaron a un proceso de endeudamiento para mantener la inversión pública de algunas obras de infraestructura. El jefe liberal, después dos veces presidente de la Republica Alfonso López Pumarejo, califico estas decisiones como la " Prosperidad al debe", frase del ilustre caudillo, convertida en bandera del liberalismo en 1928, cuando él mismo llamo a su colectividad:" A prepararse para asumir el poder”, como efectivamente ocurrió con la elección del liberal Enrique Olaya Herrera como presidente de Colombia, poniéndole fin a la ya larga hegemonía conservadora.
Poco se volvió a decir en los recuentos históricos que Abadía Méndez estimuló la creación de la Federación Nacional de Cafeteros en 1927, y que logró durante su gobierno también firmar los tratados Esguerra Bárcenas del 24 de marzo de 1928 con Nicaragua, el Lozano Salomón ratificado el 19 de marzo de 1928 con el Perú; el García Ortiz- Mangabeira el 15 de noviembre de 1928 con Brasil, también quedó en el olvido la primera emisión de radio en 1929, y obras públicas destacadas como el puente sobre el rio Magdalena en Girardot, e importantes vías de comunicación del Tolima hacía Bogotá.
Hay tres curiosidades de la vida de Abadía Méndez dignas de destacarse:
Fue congresista por el departamento del Cauca y no por el Tolima su Departamento de origen. Su segunda esposa doña Leonor Velasco de 19 años se convirtió en la primera dama más joven de la historia de Colombia, y se hizo famosa por las animadas recepciones que organizaba en el palacio presidencial, para diplomáticos, políticos, empresarios, banqueros, miembros del gobierno del congreso, poetas, académicos y damas de la alta sociedad bogotana.
En el ejercicio de la presidencia continúo dictando su cátedra de derecho constitucional como profesor emérito, en la facultad de jurisprudencia del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, claustro en el cual se había graduado como abogado en 1888, luego de haber iniciado sus estudios en el histórico Colegio de San Simón en Ibagué, y haber pasado por la Universidad Católica de Colombia.
De las actividades literarias del expresidente Miguel Abadía Méndez se conoce que arrancaron en la redacción del periódico El Ensayo, en 1887. Más adelante son conocidos escritos de su autoría como “El Compendio de Historia Moderna.” “Nociones de Prosodia Latina y Geografía de Colombia”, basada en el célebre texto de Carlos Martínez Silva.
Dejo su impronta, además, como traductor, con las obras Demonlaul, y la historia moderna de Fredet. Así mismo dejo huella perdurable de sus intervenciones como miembro prominente de las Academias de Jurisprudencia y de la Lengua, de Colombia.
Pese a ser mencionada, en varias crónicas, su vocación poética nos ha resultado tarea imposible conseguir algún verso de su inspiración
La imagen del expresidente Miguel Abadía Méndez quedó para la historia prisionera y rehén de los magnos errores de su gobierno de la “masacre de las bananeras”, de los decretos draconianos, abusando del Estado de Sitio, y de la leyenda de los ruinosos empréstitos, y de la caída en las manos de este primer mandatario de lo que se calificó como la larga hegemonía conservadora en el poder.
El gran protagonista político del juicio al gobierno de la época sobre la terrible “masacre de las bananeras”, fue el entonces joven representante a la cámara Jorge Eliécer Gaitán. Antes de su posesión como congresista, luego de haber sido diputado a la asamblea de Cundinamarca, Gaitán antes de su posesión se dedicó a preparar con empeño y pasión el juicio jurídico y político contra Abadía Méndez y lo logro de manera impecable.
Dialogó con sobrevivientes, víctimas, viudas, huérfanos, líderes políticos, sindicales y sociales de la llamada zona bananera para fortalecer con pruebas irrefutables su honda convicción del miserable atropello a los derechos humanos y de la oscura alianza de los intereses del capitalismo imperialista con los agentes del gobierno de Abadía Méndez, encabezados por Cortés Vargas.
A miles de kilómetros de distancia de la ubicación geográfica de la masacre en el corazón de Bogotá, Gaitán estremeció con su elocuencia justiciera no solo el recinto parlamentario, sino las calles de la fría Bogotá, que empezó a acompañar ferverosamente a quien fuera luego el más popular de los líderes políticos de Colombia, en el siglo XX. Esta airada protesta fue entonces el comienzo de su deslumbrante carrera política camino al poder, la que solo pudieron detener las manos asesinas el 9 de abril de 1948.
El eco de la voz de Gaitán, en lugar de apagarse incendió la creación de una conciencia colectiva contra el régimen conservador y contra el presidente Abadía Méndez. En este debate aleccionador, colmado de verdades, pruebas contundentes y reclamos válidos quedó como tallada en mármol para la posteridad en esta frase del caudillo liberal: “DOLOROSAMENTE SABEMOS QUE EN ESTE PAIS EL GOBIERNO TIENE LA METRALLETA HOMICIDA PARA LOS HIJOS DE LA PATRIA Y LA TEMBLOROSA RODILLA EN TIERRA ANTE EL ORO AMERICANO.”
Pero, además, las luces tempranas de modernidad, progreso social, equidad e igualdad de derechos proclamados por el liberalismo en la histórica convención de Ibagué en 1922, desafiaron los cimientos de la ya carcomida hegemonía conservadora.
Bajo la égida visionaria del general Benjamín Herrera se reunió en Ibagué, esta célebre convención cuyas decisiones llenaron de contenido programático y aliento ideológico al liberalismo, le imprimieron una especial dinámica en el campo de las conquistas sociales, lo proyectaron como el más autorizado vocero de las reivindicaciones económicas de los trabajadores, los campesinos y las mujeres en esa época, lo que originó la ampliación considerable de sus bases populares, hasta convertirlo en el titular de una incuestionable mayoría en el concierto político de la nación.
La tarea realizada por los convencionistas de Ibagué en 1922 revistió dimensiones verdaderamente históricas. El partido acababa de sufrir una derrota frente al candidato del régimen conservador, en unos comicios de transparencia y seriedad discutible. El candidato derrotado, General Benjamín Herrera como viejo combatiente acostumbrado a encarar los reveses, de inmediato convocó a los principales jerarcas de la colectividad, para que se reunieran en la capital del Tolima, evaluaran el momento político, discutieran aspectos programáticos y determinaran las conductas y estrategias a seguir en el futuro para la conquista del poder.
Herrera demostró su iluminada condición de visionario y el equipo de los intelectuales y políticos que lo rodeaba preparo un verdadero “renacimiento” ideológico del liberalismo que abrió históricamente las puertas de la reconquista del poder. Sobre el desastre conservador en el gobierno, el liberalismo desde Ibagué demostró capacidad y claridad para enrumbar al país y salvar su democracia de nuevas amenazas y peligros.
La victoria de 1930 no hubiera sido posible sin el suceso de la Convención de Ibagué en 1922 que demostró, en medio de la hostil hegemonía, que en un partido hastiado de belicismo tenía la fuerza programática para buscar el poder y abrir las más amplias avenidas de un audaz periodo reformista de la historia colombiana bajo el impulso de las ideas liberales.
Es indudable que todo lo que significó de fuerza ideológica y de sustancia programática la Convención Liberal de 1922, la caída del régimen conservador necesitó también, además de todos los errores y acontecimientos negativos del gobierno de Abadía Méndez atrás analizados, se requirió igualmente del formidable genio político de Alfonso López Pumarejo, cuando al pedirle al liberalismo en 1929, que se preparara para asumir el poder, expresó con claridad incontestable: “Las convenciones ideológicas que es preciso aceptar en la democracia, son ya lugares comunes de la literatura política y se definen de esta manera: el Gobierno no es una delegación de la voluntad popular, pero esa voluntad no es unánime. Debe haber, pues, un derecho limitado de expresión de todas las voluntades. Las diversas opiniones para buscar el predominio se organizan, es decir, constituyen partidos políticos que aspiran al Gobierno. Cuando logran formar mayoría, deben gobernar, por tiempo indefinido en los regímenes parlamentarios, limitado en los presidenciales. El Gobierno se ejercita de acuerdo con los compromisos contraídos al solicitar el voto. La opinión pública, para cambiar un Gobierno, tiene que inclinar las mayorías hacia un partido distinto del que gobierna. Perdidas las mayorías, el partido es sustituido en el Gobierno por el que las adquiera en los comicios populares. Hay, de consiguiente, más o menos democracia según sea más o menos fácil remover y desplazar la opinión. La democracia no existe donde la opinión no fluctúa o donde sus fluctuaciones no se registran lealmente”.
Como una contribución más de mi pluma al estudio juicioso de la presencia del Tolima en la historia de Colombia, a través de las ideas esenciales y de los grandes protagonistas, estando cercanos al 12 de abril, fecha conmemorativa de nuestra tierra heroica, con pasión de tolimense pero con la objetividad debida de los cultores de la ciencia de Heródoto, he trajinado la figura, la trayectoria, los errores y los aciertos de la existencia de un paisano nacido a orillas del rio grande de la Magdalena en la entonces apacible vereda del estado soberano del Tolima, La Vega de los Padres en el municipio de Coello.
Allí sus sencillos y laboriosos pobladores de hoy, quizás no sepan que en ese paisaje vio su primera luz, el 5 de julio de 1867, un Presidente Constitucional de la República de Colombia, elegido por el voto mayoritario de sus conciudadanos, el Doctor Miguel Abadía Méndez.
La arbitrariedad inexpugnable y caprichosa del destino de los hombres públicos, que a través de los siglos se mueve entre la oscuridad siniestra del olvido y la incierta verdad reparadora de la memoria, sirva de lección y ejemplo para esta evocación histórica.
*Ibagué, el Bunde 6 de abril de 2025.
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