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Reducir el riesgo para mejorar calidad del aire en las ciudades y en los hogares
Actualmente la calidad del aire es una preocupación que comparten individuos y sociedades. Todos estamos constantemente expuestos al humo producido por los vehículos, la industria, el polvo y en algunos casos, hasta al humo de cigarrillo, cuando se es fumador o se está cerca de uno.
El problema para la salud es evidente. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), en promedio 12,6 millones de personas mueren anualmente por enfermedades asociadas a la mala calidad del aire en el mundo. De ese total, el 23% es atribuible a la contaminación del aire. “Y en Colombia, según el Departamento Nacional de Planeación (DNP), cada año se registran cerca de 8.000 muertes por enfermedades asociadas a la baja calidad del aire. Los costos para el sistema de salud ascienden a 12.3 billones de pesos, de acuerdo con la misma fuente”, afirma Santiago Valenzuela de la Universidad de Los Andes.
En ese sentido, las autoridades y el sector privado han buscado mecanismos que permitan reducir las partículas dañinas en el aire y por ende reducir el riesgo para la salud que esto signifique para las personas. En las grandes ciudades, las medidas se han enfocado en minimizar el número de vehículos que transitan implementando medidas como el pico y placa, así como otorgar beneficios tributarios a los vehículos híbridos o eléctricos, fomentar el uso del transporte público, la construcción de vías para bicicletas o incluso restringir la movilidad.
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Con la llegada de la pandemia, las autoridades se vieron en la obligación de restringir la movilidad de personas y vehículos durante periodos prolongados. Igualmente, por la implementación del teletrabajo millones de personas dejaron de movilizarse diariamente, al tiempo que se cerraron las fronteras y el turismo tanto terrestre como aéreo también disminuyó. Todo esto impactó positivamente, aunque de forma inesperada, en la calidad del aire. Según el Proyecto Carbono Global de la Organización Meteorológica Mundial (OMM), agencia adscrita a la ONU, en 2020, durante la cúspide de las restricciones las emisiones cotidianas globales de CO2 llegaron a bajar un 17%.
En el ámbito personal, también se han popularizado acciones que mejoran la calidad del aire de los hogares. Por ejemplo, el uso de los extractores para remover humedad y gases principalmente de baños y cocinas. Por otro lado, se sabe que una de las actividades que genera mayor cantidad de partículas dañinas o potencialmente dañinas en el aire es fumar. La mejor opción siempre será dejar de consumir tabaco o nicotina por completo, sin embargo, para las personas que desean seguir haciéndolo, se debe buscar la forma de reducir el riesgo tanto para el fumador como para los que están a su lado.
Reducir el riesgo no implica censurar una actividad, pues aunque la pandemia obligó a ciudades enteras a cerrar sus actividades, esto no es sostenible y eventualmente regresaremos a la normalidad. Las personas y ciudades han vuelto paulatinamente a sus actividades cotidianas para poder garantizar empleos y la sostenibilidad económica de los países.
En ese sentido, la pandemia nos ha enseñado que la mejor opción es buscar mecanismos que permitan reducir el riesgo en vez de censurar actividades. Esto representa un reto en la reformulación de políticas, productos y servicios que pone a las personas como el centro de las mismas y, más allá de castigar los ‘malos comportamientos’, celebra los avances y la intención de ser más conscientes de los impactos individuales y colectivos que generan las acciones.
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