Aldea
“Si no nos mata el coronavirus, nos mata el hambre”: trabajadores informales de Ibagué
De acuerdo con estudios, Colombia se encuentra entre los cinco países más desiguales del mundo. Ibagué, en estos momentos, es la segunda ciudad del país con mayor tasa de desempleo.
En medio de ese panorama desalentador, de injusticia social, pobreza, y hasta miseria, es inevitable que miles de personas tengan que madrugar cada día a rebuscarse la manera de sobrevivir y no desfallecer en el intento.
Ahora bien, es cierto que, al decir de tantos dirigentes, el Covid-19 no distingue de razas, edades, mucho menos estratos. Sin embargo, es innegable que en un país como Colombia, con una tradición corrupta y politiquera, serán los pobres quienes tendrán que llevar más del bulto en medio de esta crisis.
Es el caso de Ibagué, donde existen más de 15.000 trabajadores informales. Ese dato nos lo da Rubén Mellado, uno de ellos, que tiene su puesto de trabajo sobre el andén de la 3ra con 14. Allí, junto a sus hijos mayores, se lanzan al rebusque para tener un plato de comida al caer la noche.
Asustados
En esta época en la que no pueden funcionar por las medidas de aislamiento, Rubén dice que, “estamos asustados, preocupados. Ya queda muy poco mercado, muy pocos recursos. Y si esto lo prolongan yo no sé cómo va hacer el Gobierno acional, departamental y municipal para mitigar los impactos económicos del encierro. Que me parece muy bueno porque nos están cuidando del virus. ¿Pero, y el sustento? Si no nos mata el coronavirus, nos mata el hambre”, expresa con una risa amarga.
Don Rubén, como tantos otros trabajadores informales, agradece los esfuerzos que están haciendo las instituciones públicas para, por lo menos, brindarles alimento. No obstante, sin titubear afirma que no es suficiente. En su casa habitan tres adultos y una niña, por lo cual es natural pensar que lo entregado en los kits nutricionales, ni siquiera les alcance para una semana.
“Gracias a Dios, bendito sea al señor que se están acordando de nosotros, pero eso es un mercado para tres o cuatro días. Créame que no alcanza para solucionar nuestra realidad. Quizá a una o dos personas, pero no a una familia ¿Qué vamos a comer el resto de días?”, manifiesta Rubén, al tiempo que invita a todos a pensar en los abuelos informales que no reciben el subsidio de Adulto Mayor, en los jóvenes que deambulan las calles por falta de oportunidades y no pertenecen al programa Jóvenes en Acción. E incluso, en los migrantes venezolanos, que deben estar pasando las verdes y las maduras.
Bomba de tiempo
“Esto es una bomba de tiempo. Créame, el pueblo con hambre no va aguantar el encierro. Y cuando eso suceda van a empezar a saquear los supermercados, las tiendas, los almacenes. Entonces, nos van a tratar de vándalos, de ladrones, nos echarán el ESMAD, nos van a golpear, aterrorizar. Pero no están haciendo nada que realmente ayude a mitigar”, pronostica ‘Mellado’, como lo conocen en el medio informal.
Él, al igual que otros ‘Miserables’, como los llamó hace siglos el escritor francés Víctor Hugo, se pregunta “¿Dónde está la plata que le cogen al narcotráfico, la plata de los impuestos, de las regalías, de Ecopetrol?”.
De otro lado, el Gobierno Nacional habló de 3 millones de trabajadores informales que serían auxiliados con $160.000 por familia. Rubén Mellado se burla con desazón de ambas cifras. Alude que nadie vive con esa plata y que mínimo deben ser 5 los millones de informales a lo largo y ancho de Colombia.
Y es que Rubén tiene la suficiente experiencia en la informalidad para tomarlo por un caso particular, en el que se ven reflejados los miles de ‘colegas’ suyos. No solo es presidente de una de las tres Veedurías de Espacio Público, o de asociaciones que reúnen a informales, sino que además, la informalidad ha calado hasta lo más profundo de su familia.
Sin oportunidades
A sus hijos mayores, Kelly Johana y Rubén Darío, les heredó el legado de la informalidad a falta de oportunidades para que estudiaran, por tanto, trabajan con él en el puesto de la 3ra. Empero, cada uno ya tiene su propio núcleo familiar. Ni en el hogar de Kelly, ubicado en el barrio La Gaviota, ni en el de Rubén Darío, en la invasión Valparaíso, “se han aparecido con una sola libra de arroz”, tras casi dos semanas sin poder salir a vender accesorios para celulares y el hogar.
Precisamente, los hijos de ‘Mellado’ la están viendo difícil para alimentar su descendencia, y también, brindarles la oportunidad de estudiar. Es irrisorio pensar que ciudadanos estrato 0 u 1 cuentan con los dineros necesarios para tener un buen computador y pagar una óptima red de internet. La cuarentena atenta contra el derecho a la educación de los niños más pobres.
A la par de todo esto, las deudas no cesan. Aunque se aplazaron algunos pagos, la preocupación queda para una vez reanudadas las actividades comerciales. Los bancos y empresas difieren cuotas a 36 meses. Los servicios públicos, créditos y demás, seguirán corriendo. Será fijar, todavía más, el grillete del endeudamiento, la esclavitud. Y como si fuera poco, son muchos los ‘gota a gota’, que pese a la cuarentena, continúan con el “terrorismo psicológico”.
En conclusión, la crisis actual no ha hecho más que desnudar las desigualdades que han forjado las clases dominantes a través de los siglos, quizá, con la complacencia, indiferencia y resignación de los pobres. Hay que dejar de romantizar la cuarentena y mirar de frente nuestro legado de miseria. De lo contrario, nuestra realidad seguirá, según lo dice Rubén, “con los ricos más ricos, y los pobres más pobres”.
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