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Diatriba de amor a Ibagué

Diatriba de amor a Ibagué

Ibagué parece una modelo cosmogónica que se hubiera detenido como ciudad en la parte alta de la llanura. En tiempos de verano se desnuda a las diez de la noche en la intimidad de su alcoba que es toda la meseta poblada alumbrada por las luces de neón, para salir a encontrarse con los luceros que viajan por las rutas siderales.

Tiene el sonido celestial que nació de su alma cuando Orfeo pulsó sus cuerdas interiores y Euterpe hiciera de la música el lenguaje de los dioses para comunicarse con los seres racionales de la tierra.

Ibagué es pura como la lluvia tranquila cayendo sobre los cafetales, arrozales y flores de ocobo ante la mirada escrutadora de sus cerros que la ven pasar con paso de danzarina.

Cuando sale los viernes a su paseo vespertino luciendo su mejor ajuar, el mágico olor a tamal de su gastronomía clásica le renueva la juventud y la energía de su espíritu. Su mirada de esmeralda enloquece a las criaturas que se fijan en sus ojos y hasta los confunden con islotes caribeños; otras veces su mirada es misteriosa como el azabache pulido que ahuyenta los embrujos de los falsarios del desamor, la intolerancia y la ruindad.

Es tierna como los ríos de hondonada en verano que viajan en sinfonía con los ecos misteriosos de los tambores del paisaje agreste que vienen del nevado y las cordilleras y se van pegados a su piel. Su ternura es tan sutil como el azul de las mariposas en los amarillentos días de enero y marzo. Sus labios tienen el color y el sabor de la sandía y la ciruela que germinan en su estepa caliente donde la manga roja y amarilla parecen sembrados por un viajero del espacio que llegó buscando un Edén en el trópico.

Sus besos sin maledicencia ni cicuta mortal, están prendados de almíbar de durazno.

Ibagué, eres un libro abierto donde tus notarios literarios han tatuado sus loas poéticas para enaltecer tu épica leyenda de gloria y sangre. Eres una acuarela pintada por un naturalista, un surrealista, un barroco y un figurativo de la imagen pictórica.

Ibagué al igual que un Retrato de Dorian Gray, la gran novela de Oscar Wilde, no envejece con el pasar de los años. Su piel es lozana como epidermis de colegiala. Los ranchos pajizos de dos centurias atrás fueron reemplazados por torreones de cemento que en sus ventanales coquetean con la neblina. 

Los caminos de herradura polvorientos y fangosos por donde subieron al galope mulas, burros y bueyes, cedieron sus espacios a las avenidas imitando un poco a la Babilonia de los jardines colgantes, una de las siete maravillas del mundo antiguo, al sembrarle ocobos blancos, lilas, amarillos que hacen un jardín en el viento y un tapete multicolor en el suelo.

Algún diatribero graduado en la injuria dirá que esta ciudad de Alberto Castilla, Amina Melendro y Leonor Buenaventura no es el edén porque sus calles tienen piel de luna, pero ¿acaso quién no ha sido señalado por el dedo inquisidor del macartismo pervertido?

La han retocado en yesos y mármoles Julio Fajardo, Enrique Saldaña, Mardoqueo Montaña, y con la espátula Triana, Niño Botia, Calderón, León, Lafont, Naranjo, Ortiz Robledo, Olmer, Soto, Margoks, Arcadio, Benhur, y otros.

Leonorcita le escribió canciones con el alma. Faxir besó sus labios para inspirarse, Jairo Alberto la vio en la intimidad de cuerpo entero, Rodrigo Silva el bucanero de la garganta prodigiosa le ha dado serenata para que no se olvide su nombre.

Ibagué no tiene pirámides como las de Egipto, pero si el Cerro de Pan de Azúcar que es una pirámide verde desde donde se le mire. No la bañan el Éufrates, el Pisón, el Gihón y el Hidekel los cuatro ríos del paraíso, pero ha sentido las brisas del rio del Oro Puro, hoy Combeima, el Chipalo, el Coello, el San Romualdo y el Totare. No tiene la gran Muralla China que admiran los viajeros de las estrellas, pero tiene entre los barrios Alaska y Santa Bárbara una escalera con mil cien escalones de cemento como para subir al cielo y se esconde en las nubes allá en la escuela de Alaskita, y un nevado que se niega a morir ante la mano depredadora del hombre.

Hoy que se acerca su cumpleaños 470 quiero brindar desde ya por la ciudad que me arrulló en sus brazos y como madre me dio el primer beso de amor en la mejilla. Por eso te llevo bien adentro del alma, porque tus ladrillos nadie me los puede derribar. Te llevo en mi memoria como una acuarela colgada en el zaguán de mi devoción.

Feliz Cumpleaños Ibagué.

Camilo Pérez Salamanca

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