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Las cigarras de Ibagué engalanan la ciudad
El afán del día a día impide que escuchemos el canto de las cigarras en sitios tan emblemáticos como la Plaza de Bolívar o el round point de Mirolindo, el parque Centenario para citar tres. Pequeños animales que animan en el día o en la noche, siempre y cuando haya algo de vegetación al lado. En estos conciertos nos hacen recordar con su ruido penetrante hasta lo más profundo del ser, que cuando están unidas su presencia es grandilocuente y sonora.
Pasamos en los carros y no percibimos sus sonidos, o quizás sí, pero ya no importa, porque nos hemos vuelto insensibles frente a los animalitos que cohabitan con nosotros en el barrio. La invitación que hago es a escucharlas porque como diría la poetiza cuyabra Blanca Isaza de Jaramillo en los años 60: “las cigarras tienen siquiera el lírico estigma del canto, chillan bajo el sol en una locura de ritmo, entre fragancias de vainilla y piñuelas maduras; es un crescendo de música bárbara que las aniquila y las revienta, pero hallan una muerte bien distinta a esta de las chicharras aplastadas por el despotismo de la llanta que las esparce repugnantes sobre el cemento de las calles”.
Las cigarras son protagonistas en diferentes canciones y en una de las fábulas de Esopo, la Cigarra y la Hormiga, una versión reformulada porque ilustrativamente nos muestran es a un grillo o saltamontes, nos recuerda que en primavera se debe trabajar para el invierno, aprovechando el tiempo de la mejor manera.
En los pueblos la historia es otra. La Cigarra hace parte del paisaje del juego de los pubertanos, a veces crueles, como cuando le arrancan las patas dentadas o le amputan el cuerno que no solo es su casco, sino la antena que se sincroniza con la hembra para seguir sobreviviendo decía Blanca. Sin embargo, su canto es apreciado y se sigue escuchando. Las personas salen en la noche a la puerta de su casa y hablan con sus vecinos, los escuchan, los conocen por su nombre, pelean batallas justas como la seguridad del barrio, por ejemplo, y se unen en un solo canto reconociéndosen.
Yo me quedo con la canción de María Helena Walsh, donde nos recuerda la historia de la cigarra como si fuera nuestra propia novela, o nos unimos por causas comunes, reinventándonos en cada primavera, recordando que el vecino es la otra cigarra o chicharra; solidarizándonos creyendo que el uno tiene la guitarra y el otro trombón y cantamos en coro o desaparecemos como sociedad, porque a veces el invierno es más largo que la primavera.
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