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Cartagena de Indias, independencia, pasado y presente

Cartagena de Indias, independencia, pasado y presente

Por Alberto Santofimio Botero


Rico nuestro idioma en palabras para señalar las virtudes de un territorio, Cartagena de Indias a través de todas las épocas de su historia debe distinguirse por su heroicidad y su formidable capacidad para resistir y defender su territorio de la arremetida de los extraños y de los invasores.

Desde el descubrimiento, pasando por la Colonia, y llegando a la consolidación de la República, luego de   haber logrado la Independencia precursora, que se gestó el 11 de noviembre de 1811, siendo la primera en hacerlo, pese al afán independentista que comenzaba a crecer en todo el territorio de Colombia, y distinguiéndose así, como la segunda ciudad en la América del Sur, después de Caracas, en definir ese carácter.

Releyendo el formidable y pedagógico texto del ilustre y admirado académico   Eduardo Lemaitre, encontramos los genuinos orígenes de la ciudad: “Cuando los descubridores españoles llegaron a la bahía de la futura Cartagena de Indias, en aquella región existía una abundante población indígena perteneciente a los “ Mocanaes”, tribu de la raza caribe”. Casi todos los cronistas de Indias describen esta Tribu como un pueblo feroz y belicoso. A este llegó un antiguo notario sevillano llamado Rodrigo de Bastidas, en una expedición de la cual hizo parte el célebre cosmógrafo Juan de La Cosa.

Según el citado Lemaitre: “Menos clara aún está la razón por la cual se escogió el nombre de Cartagena para designar aquel descubrimiento. El cronista don Juan de Castellanos dice que ello se debió a la semejanza de nuestra bahía “con la que de tormentas es ajena en las aguas que dicen de levante,” o sea, con Cartagena de España más el hecho cierto es que entre los dos puertos no existe ningún parecido. Parece haber sido una facilista interpretación de algunos historiadores sin fundamento en hechos reales.

Al descartar el bautismo de Cartagena con ese nombre, por las citadas e hipotéticas coincidencias el historiador cartagenero insiste en que los cronistas: “no han podido pues develar este enigma y lo único cierto es que el nombre de Cartagena se le dio a su bahía y puertos, y que luego como dice el autorizado   cronista  Fray Pedro de Aguado, prevaleció ese nombre  sobre el de Calamar, que fue como los mismos Españoles llamaron originalmente a la aldea indígena en cuyo territorio fue fundada la ciudad.

 La narrativa llega hasta afirmar el 14 de enero de 1533 desembarca el conquistador “con un nao y dos carabelas y una fusta en la que metería 150 hombres de guerra y 22 caballos, distinguiéndose en la comitiva el teniente Francisco César y como interprete cierta india llamada Catalina proviniendo de Galerazamba, a quien 20 años antes el descubridor Diego de Nicueza se había llevado consigo para Santo Domingo, siendo esta muchacha Catalina  de gran utilidad  a Heredia.”

Según este relato que he releído y refrescado, maravillado: “el Rey Felipe II, en el año de 1574, le dio de a Cartagena el título de Ciudad, y poco después, en ese mismo año le concedió el derecho a usar en todos sus actos oficiales un escudo de armas consistente en: “dos leones rojos y levantados que tengan una cruz en medio, asida con las manos y tan alta como lo leones hasta arriba en campo dorado, y encima de la cruz una corona entre las cabezas de dichos leones, con su timbre y follajes”. No siendo esto aún suficiente un año después le otorgó el título de: “Muy noble y muy leal, como premio a los moradores de la ciudad que tan bien le servía”.

Entonces el origen evidente de las celebres fortificaciones y murallas para defensa de la ciudad, que hoy admiran fascinados nativos y turistas, se debió a la sed de enriquecimiento expansionista de las grandes potencias de la época, que consideraban a este puerto de América sobre el mar Caribe, como punto preferido para atacarlo y victimizarlo con invasiones de piratas desalmados y corsarios ambiciosos.  Entre estos se distinguieron los franceses Robert Bahal, y Martín Cote, y luego los ingleses Jhon Hawkins y el temible Francis Drake, “Quien se presentó frente a Cartagena en el año de 1586 con una gran escuadra de 23 navíos y unos 3.000 hombres veteranos.”

 Ante estas permanentes amenazas surgió la imperativa necesidad de la defensa, con las emblemáticas construcciones en un proceso difícil, costoso y complejo que solo concluyó, prácticamente, en 1811 con la consolidación de la Independencia.


Fotógrafo: Díaz Giraldo, Hernán, 1931-2009 

"Esta Cartagena de Indias, de heroísmo esencial y resistencia admirable, que se aferra a un pasado que no quiere morir, ni en sus muros, ni en su memoria, ni en el espíritu altivo y alegre de sus gentes, es la misma que ahora lucha por construir un porvenir limpio de corrupción, inseguridad y prostitución."


Sin caer en la tentación de alargar demasiado la extensión de este escrito, con motivo de la efeméride conmemorativa del 11 de noviembre de 2024, no podemos dejar de hacer referencia al trascendental episodio del Santo Oficio, y de la Inquisición, que sembró en el corazón de Cartagena el Rey Felipe II en 1610.

 Según los estudiosos de la historia este fue un periodo de terribles desafueros, torturas e iniquidades. La Inquisición fue un instrumento feroz de persecución política y religiosa, de violación inenarrable de todas las libertades y derechos humanos, solo comparable a los procedimientos repudiables de las grandes potencias en el auge del estalinismo, en Rusia, o el pavoroso horror de Hitler en el Holocausto contra los judíos.

Basta asomarnos nuevamente a los bárbaros procedimientos utilizados en aquella época nefasta de nuestra historia, para obligar a los prisioneros a confesar. Según Lemaitre, en Cartagena de Indias, uno de los tormentos predilectos fue “el potro, llamado también “El cordel” en el que se estiraban los miembros a los acusados”. Esta sola cita constituye prueba suficiente para demostrar la infinita crueldad de la Inquisición, de la cual solo quedo un único rastro positivo, el majestuoso edificio, terminado en 1770, que aún existe como Museo, y compartida sede de la Academia de la Historia de Cartagena de Indias.

Vale la pena recordar también, que, con motivo del primer centenario de la Independencia en 1911, se decidió hacerle un merecido homenaje a los 9 grandes próceres de la Independencia, que fueron fusilados el 24 de febrero de 1.816 por Pablo Morillo, en su frustrada pretensión de devolverle al Imperio Español el dominio de Cartagena de Indias.

Con tan vasta, variada y atrayente historia que tiene la ciudad, solo he escogido, al azar, algunos episodios que pueden despertar la curiosidad o el interés de los múltiples lectores, particularmente de las generaciones jóvenes a las cuales el Estado indolente ha privado del juicioso y exigente estudio de nuestra historia. Es deplorable que esta sea la gran ausente de los pénsums de colegios y universidades, como materia extraña y ajena al interés de la educación oficial en nuestra patria.

De la historia de Cartagena de Indias en los últimos dos siglos, se pueden encontrar, crónicas, informaciones y relatos, todos muy interesantes, en las colecciones de los periódicos “El Fígaro”, de Eduardo Lemaitre, “Diario de la Costa” de los hermanos Escallón Villa, y el “Universal, fundado por el senador y jefe liberal   Domingo López Escauriaza, que aún subsiste como diario. También son muy útiles para profundizar en el conocimiento y la historia de Cartagena los boletines y publicaciones de la Academia de la Historia de nuestra ciudad, así como el registro de las importantes tareas académicas de su tradicional Alma Mater, la universidad de Cartagena y de la universidad Jorge Tadeo Lozano, y de algunas instituciones de carácter nacional e internacional, que se han ocupado de investigar  la grandeza histórica de nuestra singular Cartagena.

Como bien lo dice, el célebre catedrático y tratadista  Isaiah Berlín: “ La poesía está en las palabras, las palabras pertenecen a un idioma particular, transmiten y provienen  de un estilo de vida y sentimientos únicos, y hablan directamente solo a aquellos que son capaces de pensar y sentir en esa lengua, sea o no su lengua natal, “ la poesía es lo que se pierde en la traducción,” por eso estas palabras últimas atribuidas al poeta americano Robert Frost,  me parecen una exposición precisa de la verdad”.

 Por todo lo anterior, traté de resumir un día lejano de 1994 en un poema, ese “ estilo de vida y sentimientos únicos,” que por más de 60 años han unido mi discurrir feliz, enamorado de Cartagena de Indias, su paisaje, su mar, sus tradiciones, sus gentes, ese delicioso talante original y característico de sus mujeres y sus hombres que inundan cotidianamente de alegría sus calles, sus plazas, sus playas, sus iglesias.

 Esta ciudad de magia seductora que me albergó como hijo adoptivo, en generosa decisión unánime de su Concejo municipal, la que me permitió acceder de la mano pródiga de Eduardo Lemaitre, Donaldo Bossa, Augusto de Pombo, Carlos Villalba Bustillo, Arturo Matson Figueroa, Fulgencio Lequerica Martínez, Guillermo Valencia, Judith Porto de González, entre otros, a la solemne, y respetable Academia de la Historia.


Fotógrafo: Díaz Giraldo, Hernán, 1931-2009 


Esta misma ciudad de mis devociones entrañables, que inspiró el célebre soneto del siempre admirado poeta Luis Carlos López exaltándola, con ese “cariño que uno le tiene a sus zapatos viejos”. Este idéntico “noble rincón de mis abuelos,” que me abrió en noches estrelladas la fascinante vida bohemia en la Quemada, en la inolvidable compañía de personajes irrepetibles, que marcaron toda una época gloriosa de esta aldea global, como Alberto Méndez, Sofronin Martínez, Cenelia Alcázar el genial pintor Alejandro Obregón, Augusto Beltrán Pareja, Yamil Guerra, Miguel Facciolince, Salustiano Fortich, Simón Bosa López, Vicente Martínez Emiliani, Tico Rodríguez, Ricardo Vélez Pareja, el poeta Félix Turbay, German González Porto, Miguel Torres Badin, Orlando Lecompte, Lucho y Alfonso Cepeda Arraut, entre muchos otros.

 Esta ciudad, abierta y plural de las tertulias, un género de convocatorias fraternales donde sobresalen la inteligencia, los conocimientos, el humor, la chispa, los amenos relatos de viajes y sucesos; las narraciones fantásticas, y la contradicción ocurrente. Estas tertulias han dado por largas décadas una lección original de altura, estilo repentista y sabiduría excepcional. Entre todas ellas sobresalen la fundada por el artista y director de la Escuela de Bellas Artes, el maestro Miguel Sebastián Guerrero en su casa de Mayorca,  y la que realizábamos con Carol Rumiè, el Curro Morales, los hermanos Angulo, y otros directos amigos, bajo los árboles, en casa de nuestra amiga Margoth Giassias, en Manga, en la vecindad de la familia García Márquez.

En este nuevo tiempo, el ilustre profesor y académico, mi amigo Rafael Ballestas Morales, se ha dedicado a rescatar las tertulias, escribiendo la deliciosa historia real de todas ellas.

Esta Cartagena de Indias, de heroísmo esencial y resistencia admirable, que se aferra a un pasado que no quiere morir, ni en sus muros, ni en su memoria, ni en el espíritu altivo y alegre de sus gentes, es la misma que ahora lucha por construir un porvenir limpio de corrupción, inseguridad y prostitución; la que mantiene viva su heráldica y noble tradición de siglos, a través de la tesonera tarea de la Academia de la Historia,  y de su presidente, el entusiasta y calificado Jorge Dávila Pestana.

 La Cartagena de Indias  progresista, turística y universal, que quiere realizar con su característica heroicidad, la defensa férrea de su mar, sus recursos naturales,  su arquitectura, su medio ambiente, su música, sus costumbres ancestrales, ajustando esta batalla a los modernos vientos de la tecnología, al auge creciente del turismo decente y culto, anticipándose a la vigencia audaz de la inteligencia artificial, pero preservando intacto su patrimonio y su riqueza cultural, esta que elevaron en perenne tiempo de enero, los grandes compositores, Adolfo Mejía, Jaime R Echavarría, Alfonso de la Espriella entre otros, todos inspirados en la sobrecogedora y eterna belleza de esta ciudad.

Algunos comentaristas por la vía de la fácil adulación pretenden incitar al actual y progresista alcalde Dumek Turbay, a que convierta nuestra ciudad historiada en una “Megalopolis”. Antes de insistir en este disparate les aconsejo consultar la definición que de esta palabra hace el diccionario de la lengua española: “megalópolis: ciudad gigantesca.” A quién se le ocurriría insinuarles un despropósito similar a los alcaldes de Florencia o Venecia en Italia´.


La Cartagena de Indias  progresista, turística y universal, que quiere realizar con su característica heroicidad, la defensa férrea de su mar, sus recursos naturales,  su arquitectura, su medio ambiente, su música, sus costumbres ancestrales, ajustando esta batalla a los modernos vientos de la tecnología, al auge creciente del turismo decente y culto


Lo que se necesita para entrar por la vía de un genuino renacimiento  o una nueva modernidad es cuidar su patrimonio  histórico, cultural y arquitectónico, su bahía, su medio ambiente, sus esplendorosas islas del Rosario, y solucionando  para potenciar su turismo los flagelos de la movilidad,  la inseguridad, la prostitución infantil y juvenil, la pobreza extrema y las condiciones indignas e infrahumanas  de muchos asentamientos urbanos ilegales, y no escalar a ciudad gigantesca la Cartagena de hoy con todos sus conflictos esenciales sin una solución pronta y eficaz.

La misma ciudad de la exquisita gastronomía, la buena mesa, de “Cartagena en la Olla,” que se sirve generosamente, en sus exquisitos restaurantes, hoteles, clubes sociales y deportivos, terrazas, y ni que decir, en los almuerzos y las cenas intimas y familiares en las casas, de amigos selectos, donde brillan los detalles y la pulcritud de damas y  caballeros, anfitriones esplendidos, de esa fascinante y esencial costumbre cartagenera, la cultura de la buena comida siempre rematada con los postres, los helados y los dulces particularmente en las épocas de semana santa, diciembre y noche vieja.

Me haría interminable en estas evocaciones, viajes y regresos por la memoria agradecida, de mí ya larga vida en Cartagena, y con los cartageneros, por esto prefiero entonces decirlo con mis propias palabras, resumidas en el poema “Amor Por Cartagena,” publicado en 1994, y  que hoy,  en vísperas de un nuevo 11 de noviembre dedico, emocionado,  a los amigos vivos y muertos, de esta heroica y legendaria ciudad del Continente Americano, considerada desde 1984, por la UNESCO, como  Patrimonio Histórico  de la Humanidad.

Amor por Cartagena

“En esa ciudad muerta

Hay polvo vivo

Vicente Aleixandre

La gaviota suspende el vuelo

Y el alcatraz transforma, en el aire su aventura.

El mar eleva al cielo su lamento,

la blanca espuma juguetea en la arena,

Y la palmera esbelta despereza la fuerza de sus brazos

Y acaricia, de pronto su quimera.

Cerca de allí, el silencio de antañosas

Murallas, que, en su entraña,

guardan el grito heroico del tiempo detenido,

la herida de la historia que no cesa,

la ilustre tradición de las mil guerras,

y la insólita paz que nunca llega.

La palenquera lanza su alarido,

el vendedor su reto, y en medio de las paredes mustias,

en las viejas casonas, el aljibe

musita interminable su misterioso cuento.

Y, la soledad de las iglesias, el frío aterrador de

los santos y los muertos.

Los castillos desiertos recorridos por el fantasma de los remordimientos.

Arriba, vigilante esta “La Popa”, mirando al mar, cargada de recuerdos.

El pescador lanza su atarraya, en la noche del mar

y aprisiona luceros.

Y en el crepúsculo una pareja, sobre la muralla, abraza la pasión y agota el sexo.

Y en estos “muros de la patria mía”, la sombra de Quevedo, mantiene la historia,

la vieja historia convertida en eco.

El musgo fiel por siempre los resguarda de los ojos traviesos.

El alma presentida de la ciudad,

que se conserva muerta, resistiendo la progresista tentación de siglos,

que busca transformarla, pervirtiéndola.

Cartagena la de los veleros,

que en su rada dejaron detenida

la epopeya del “marinero en tierra,”

que gozó su vida

Irremediablemente,

atada al excitante andar de una morena.

Y los coches, que, con el cansado paso de sus caballos,

evocan un pasado de leyenda,

en el reflejo fiel de sus destellos.

Oh, la eterna ciudad, que, estando muerta,

sale de sus remotos horizontes,

por sus confines y por sus callejas,

cuando sienta el olvido el último lamento,

y lloran las campanas de sus viejas iglesias.

Un sol maravilloso inunda

sus balcones y sus calles estrechas,

y el rumor repetido de su mar infinito,

invade en el crepúsculo el cántico del viento.

Oh,” ciudad sumergida en el silencio”, como mi corazón sabe quererla.

Cartagena de Indias, octubre de 2024

* Exministro de Estado, Exsenador de la República y Exrepresentante a la Cámara, miembro de las academias de la Historia de Cartagena de Indias y del Tolima.

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