Opinión
La política, los ciclos y las modas: ¿estamos condenados a repetirlos?
Por John César Morales - Administrador de empresas-Comunicador Social
El investigador ruso americano Peter Turchin acuñó en el año 2003 el término cliodinámica para referirse al estudio mediante el cual, con uso de modelos matemáticos y estadísticos se podrían predecir hechos en el futuro, con base en el análisis de hechos pasados.
Para el científico, existen patrones macro históricos a gran escala que pueden explicar la dinámica de los fenómenos históricos, como el ascenso y caída de los imperios, picos de explosión demográfica, aparición y desaparición de religiones, sistemas económicos, mesianismos políticos, influencias culturales etc.
Según esta teoría existe una propensión cíclica histórica de repetir, bajo otras circunstancias y contextos, eventos o procesos sociales, económicos, culturales, políticos entre otros. Es difícil comprender de primera mano si las matemáticas pueden servir como vaticinios u oráculos futuristas, pero la idea de entender que todo va y viene, como los colores de temporada, le hacen creer a uno que es posible.
La cliodinámica serviría, por ejemplo, para saber qué corrientes políticas empezarán a dominar determinados grupos sociales. En su modelo, las dos variables que provocan un colapso social son: la pauperización de las masas (bomba de la riqueza) que transfiere recursos a las minorías dominantes y, la sobreproducción de élites, que se multiplican creando conflictos internos que irradian polarización.
Turchin podría decir que estamos en una era de la radicalización política basada en la supremacía, no de las ideas sino de los intereses de poder de las élites. Basta mirar algunas de las recientes contiendas electorales como la de Donald Trump y Kamala Harris, Emmanuel Macron y Marine Le Pen, Georgia Meloni y Silvio Berlusconi, etc.
En Colombia a poco menos de 17 meses de la primera vuelta presidencial, vemos un panorama típico dentro de esta tendencia: una voracidad de las élites por hacerse al poder, desde una paleta de muchos candidatos cuyo fuerte se centra precisamente en la radicalización de su discurso.
Esta retórica se centra en las formas y descuida el fondo, adjetiviza el discurso, exaspera los problemas, magnifica el diagnóstico, minimiza y reduce lo positivo y aumenta el zoom sobre los eternos síntomas de una sociedad que ha esperado paciente las soluciones que nunca llegan, pareciera ser que lo que importan no son los perros, sino los aullidos.
“Hay que sacar a votar la gente emberracada” podría ser claramente el slogan publicitario de cualquiera de estas campañas. La política de la voracidad entiende que lo primero que debe agitar son las pasiones, de allí su discurso virulento, sistemático, concatenado, organizado y coyuntural.
No se necesita que la gente entienda que su problema de escasez se debe a unas condiciones estructurales que hay que cambiar en el tiempo, sino que crean -como siempre-, que su bolsillo está escaso por culpa del gobierno de turno. La consigna es clara: ganar, ya después ver qué se hace.
Es difícil ver surgir un líder político de derecha que no pertenezca a las castas, porque a ellos no les interesan los líderes populares sino los gregarios, aquellos que son capaces de condicionar desde una diatriba que, en el país, ha sido insuflada desde los púlpitos, la radio, los editoriales y ahora desde las redes sociales: la maraca del odio se agita desde sus manos.
Esta corriente es la que se mueve por el mundo, ya sea en regímenes de derecha o de izquierda, y el país, que ya no está simplemente polarizado, sino rasgado por la mitad, acudirá a uno de los escenarios mas telúricos de los últimos años, azuzado por el vaivén cada vez mas desesperado que echa mano de la sempiterna radiografía del país y sus promesas de cambio; tal vez lo que haya que cambiar realmente ni siquiera estará en los discursos.
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