Periodismo de análisis y opinión de Ibagué y el Tolima

Destacadas

Ecos de una conmemoración dolorosa

Ecos de una conmemoración dolorosa

A 40 años de Armero: una tragedia mal contada, mal entendida y peor gestionada.

En el marco del Festival Internacional del Libro en el Tolima (FELIT) se llevó a cabo una conversación sobre la tragedia de Armero en la que inicialmente participaron los periodistas y escritores Guillermo Pérez Flórez y Silverio Gómez Carmona, a la que luego se sumó el también periodista, escritor, novelista y exembajador Germán Santamaría al presentar su obra “No morirás”, publicada hace más de treinta años. Fue un diálogo que, más que conmemorar, puso el dedo en la llaga: la tragedia de Armero no solo fue evitable, sino que hoy sigue mal contada, mal entendida y peor gestionada.

En la conversación inicial, Pérez y Gómez coincidieron en un punto que debería avergonzarnos: en Armero todo se improvisó, antes y después. De su análisis, basado en una abundante documentación, queda claro que Colombia carecía de instrumentos suficientes, sí, pero no de la posibilidad de evitar esa catástrofe. Lo que faltó fue información, diligencia y responsabilidad.

                      

Eso nos costó más de 25 mil vidas. Silverio Gómez reveló un hecho que raya en lo absurdo: para esas calendas él trabajaba en el Departamento Nacional de Planeación (DNP), y afirma que en esa entidad apenas sabían dónde quedaba Armero. Ese vacío institucional explica el nacimiento de Resurgir, el ente creado para atender la reconstrucción, y sobre el cual los expositores hicieron un juicio demoledor.

Guillermo Pérez fue tajante: lo más triste es que cuarenta años después seguimos atrapados en los titulares, sin haber realizado siquiera un taller de lecciones aprendidas. Nada. No hay un ejercicio que nos permita evitar que la historia se repita. Señaló, además, el absurdo de haber incluido a Ibagué como beneficiario de la Ley 44 de 1987, que otorgó beneficios tributarios para la zona de desastre. “Se puso el parche en donde menos dolía, y la ley no benefició a la zona de desastre. Ni creó desarrollo ni siquiera en Ibagué. De todas las empresas que se establecieron, hoy apenas quedan dos o tres.” Gómez cuestionó la dirigencia política de la época. Santamaría fue en la misma línea y recordó que el mundo entero quiso ayudar, pero Colombia desperdició una oportunidad histórica.

Estos ciudadanos abrieron una conversación que no debería cerrarse con la conmemoración de los 40 años. Al contrario, ahora es cuando más urge. Hemos avanzado en el monitoreo del volcán, es cierto. Pero en otros aspectos seguimos paralizados, como si el barro nos hubiera sepultado también la voluntad de mejorar. Basta mirar las ruinas de Armero. El Gobierno central ha hecho allí dos o tres intervenciones menores, casi simbólicas. Las ruinas de Armero, el mayor símbolo del dolor colectivo de esta nación, son hoy un corredor de abandono, maleza y desidia. Caminar por allí es entender que la tragedia no terminó en 1985; sigue viva, incrustada en la indiferencia. Muros corroídos, estructuras que se desmoronan, columnas fracturadas, techos cuarteados, grafitis que no embellecen sino que exhiben el olvido. Un monumento no a la memoria, sino a la negligencia.

Hay otro asunto más doloroso y revelador: el debate sobre los niños perdidos. La Fundación Armando Armero sostiene que más de 500 menores fueron robados o desaparecidos. Esa afirmación no puede despacharse a la ligera. El Estado y el país entero tienen una obligación moral: aclarar cada caso. El ICBF debería encabezar esa búsqueda con rigor y transparencia. Pero lo que sorprende —o debería indignarnos— es que después de cuarenta años no exista un solo proceso judicial que respalde o desmienta esta denuncia monumental. ¿Cómo es posible tanta oscuridad e indiferencia sobre un hecho tan atroz?

A esta cadena de omisiones se suma una revelación reciente: la viuda del exgobernador Alzate afirmó que el ministro de Minas de la época le pidió a Alzate que guardara silencio porque no había presupuesto para evacuar a la población. Si esto es cierto —y nada indica lo contrario— confirma lo dicho por los panelistas: la tragedia sí era evitable. Y alguien tomó la decisión de no evitarla.

Es necesario crear una Comisión de la Verdad que estudie y evalúe lo ocurrido antes, durante y después de la erupción. No es un gesto simbólico. Es una deuda histórica con el pueblo armerita y con el país. Cuarenta años de silencio, improvisación y olvido son ya demasiado.

 

Siguenos en WhatsApp

Artículos Relacionados