Columnistas
Gobiernos sin alma
Por: Edgardo Ramírez Polanía
La política como ciencia del Estado, parece convertida en una rama de la psiquiatría. Los jefes de Estado que alguna vez se preocuparon por el bienestar ciudadano se han ido extinguiendo, sustituidos por figuras que gobiernan sin ética ni compasión.
Netanyahu y Putin gobiernan con despotismo. El primero, amenaza con acabar el pueblo de Palestina donde nació Jesús y el otro de someter a Ucrania con misiles y bombas para incorpórala a Rusia y en ambos bandos se producen muertos y desplazados.
Lo incomprensible es que Iván Duque, en su reciente visita a Benjamín Netanyahu, parecía rendir honores a un hombre que simboliza la tragedia palestina y ha sido condenado por la Corte Penal Internacional por crímenes de guerra con bombardeos diarios, hospitales arrasados, hambre inducida y más de 63.000 muertos.
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El exmandatario colombiano, con gesto ufano, afirmó: “Siempre es un honor visitar Israel”, como si posar junto a un gobernante acusado de genocidio fuese una gloria y no una afrenta a la dignidad de los pueblos libres.
Pero Netanyahu no está solo en este panteón de gobernantes sin alma. Al otro extremo de Europa, Vladimir Putin repite la misma lógica de la destrucción. Ha desatado contra Ucrania uno de los ataques más feroces con miles de drones y misiles dejando más de 200.000 soldados muertos en ambos bandos y 7.5 millones de refugiados ucranianos y dañado instalaciones vinculadas a la Unión Europea, para mostrar que, frente a él, las instituciones europeas carecen de firmeza.
Netanyahu y Putin, aunque distantes en geografía, comparten el mismo método del hambre como arma, los muertos como estadística y la fuerza bruta como lenguaje político. Uno reduce a Gaza a un desierto de ruinas, el otro convierte a Ucrania en un campo de pruebas para sus drones y misiles. Ambos saben que los organismos internacionales no pasan de ser notarios del desastre que condenan y solo emiten comunicados, enumeran cifras, pero la tragedia no se detiene.
La doble moral también se multiplica. Cuando la Corte Penal Internacional ordenó la captura de Netanyahu y Duque salió en su defensa, como si la amistad con un gobernante acusado de crímenes de guerra fuese un honor diplomático y no una vergüenza histórica.
Petro dijo, con razón, que Duque “perdió el corazón”. Pero el problema es mayor. Netanyahu y Putin son rostros distintos de un mismo fenómeno. La política global se ha convertido en un teatro de cinismo, donde la sangre ajena no pesa más que una estadística en un parte de guerra.
La reunión de Duque con Netanyahu no es un acto aislado, sino confirma que en Colombia se sigue aplaudiendo al poderoso con extremada ingenuidad. En Rusia como en Israel, la política perdió no solo el corazón, sino también la ética. Y cuando esta se extingue, los pueblos quedan a merced de gobernantes que transforman la muerte y la tragedia en espectáculo.
Mientras Netanyahu permite que mueran por hambre y Putin con misiles, el mundo contempla impasible. Y la esperanza de un destino mejor del mundo se disuelve entre los escombros de Gaza y las ruinas de Kiev.
Por esa razón, se debe crear una conciencia colectiva en colegios y universidades de la convivencia y la solidaridad, para que los futuros gobernantes tengan principios éticos y morales cuando tengan en sus manos las decisiones de gobernar.
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