Columnistas
“Colombiabestias”
Por Oscar Viña Pardo
Desde los cimientos de la llamada “nueva Colombia”, la nación ha estado atravesada por la polarización. Doscientos años de centralismo y discursos repetidos no han sido suficientes para enseñarnos a construir desde la diferencia. La sangre que corre por nuestra tierra es la evidencia de una intolerancia enquistada en el ADN colectivo.
Conviene recordar a Voltaire cuando escribió: “Detesto lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”. Esa premisa debería ser guía de nuestra convivencia, pero en lugar de abrazarla hemos convertido la política en un campo de batalla donde los “tibio bestias”, “Petro bestias” y “Uribe bestias” buscan mesías en cada esquina, mientras desgarran el tejido social.
La fractura llega a lo más íntimo: familias divididas, padres que dejan de hablar a sus hijos o nietos por pensar distinto, heridas que no cicatrizan porque se riegan con sal cada vez que la imposición reemplaza el respeto. Esa terquedad mata los lazos y corroe la esperanza de reconciliación.
La inequidad y desigualdad del país tampoco encuentran salida, porque la CORRUPCIÓN no distingue banderas. Siempre son “los otros” los culpables, mientras normalizamos el robo descarado y aceptamos que la justicia cojee sin remedio. Cito a Montesquieu: “Una injusticia hecha al individuo es una amenaza dirigida a toda la sociedad”. Esa amenaza la vivimos todos los días en lo local, lo regional y lo nacional.
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Frente a este caleidoscopio de miradas, necesitamos rescatar la posibilidad de crecer desde el respeto, empezando por la familia. No se trata de negar la diferencia, sino de reconocerla como oportunidad. Escuchemos al niño interior que alguna vez fuimos, al adolescente irreverente que nos habita y nos ofrece otras perspectivas. Dejemos de buscar argumentos en redes sociales que solo confirman prejuicios.
Al final del camino, podremos mantener las mismas convicciones sobre las luchas y libertades que como país debemos dar, pero respetar la mirada del otro nos permitirá dejar de ser “tibio bestias”, “Petro bestias” o “Uribe bestias” y reconocernos como lo que somos: colombianos. Los mismos que comparten fríjoles, changua, tamal o lechona; los que madrugan a luchar por un pedazo de tierra y oportunidades y sueñan con que, desde la diferencia, todos podamos brillar. Al final, todos queremos lo mismos, así la mirada ideológica sea diferente.
Que la pasión no mate la razón, que la razón no mate el corazón y que el corazón, unido a la razón, no apague nunca la compasión que todavía nos queda
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