Columnistas
Armero: 40 años después, seguimos sin aprender
Por Alba Lucía García
*Abogada. Universidad Externado de Colombia.
Dra. en Estudios Avanzados en Derechos Humanos. Líder en desarrollo regional.
Sin rodeos: Recordamos, pero no corregimos; conmemoramos, pero no transformamos; y en esa dicotomía está la verdadera tragedia. La conmemoración de Armero no puede ser un ritual vacío, para nuestro departamento debería ser una obligación moral que nos lleve a hacer un examen profundo sobre las decisiones colectivas, el rol del Estado y la capacidad institucional.
En cuatro décadas, Armero solo ha recibido dos leyes nacionales. Dos. Y aun así, los resultados son escasos. No porque las normas carezcan de valor simbólico, sino porque fueron leyes sin dientes, sin recursos claros, sin una política pública transformadora detrás. La incapacidad de la bancada tolimense ha sido evidente: Armero no necesitaba homenajes normativos, necesitaba y sigue necesitando, una estrategia real para recuperar el lugar económico e histórico que la naturaleza le arrebató.
La reconstrucción de oportunidades no se logra con placas conmemorativas, ni con monedas, ni con visitas ocasionales. Se logra con visión de largo plazo, con proyectos productivos, con infraestructura digna, con conectividad, con apoyo empresarial, con inversión educativa. Nada de eso ha llegado en la magnitud necesaria. Mientras el Congreso siga creyendo que “recordar” es suficiente, Armero seguirá siendo una deuda, no una promesa cumplida.
La tragedia de Armero también demuestra otro problema profundo: la política regional sigue atrapada en los ismos, en los personalismos, en disputas que no cambian la vida de nadie. Resulta revelador e incluso doloroso, que el Gobierno nacional y el Gobierno departamental ni siquiera compartan una misma mesa cuando se trata de una población golpeada, con nombre propio, con heridas abiertas. Si ni siquiera frente a un evento de esta magnitud pueden articularse, ¿qué se puede esperar en el día a día de la gestión pública?
Recordar la tragedia no es un acto de nostalgia, es un acto de responsabilidad. Si de verdad queremos honrar a Armero, el camino es claro: invertir en prevención, exigir representación congresional capaz, fortalecer la institucionalidad local, impulsar la reconstrucción socioeconómica y superar los egos que impiden gobernar para la gente.
La pregunta que surge es qué estamos dispuestos a cambiar para que Armero no se repita, y para que el Tolima, por fin, reciba más de lo que le han dado. Porque entre líneas, y a plena luz, una verdad se mantiene intacta: el Tolima merece más.
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