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La ciudad del trueque
Debemos construir otra ciudad. Ibagué está comenzando a ser inviable. No porque vaya a desaparecer, sino porque con un desempleo del 14.2%, el trueque en el que vivimos solo permitirá sobrevivir y perderemos generaciones de talentosos ibaguereños que ante el maremágnum solo tendrán la opción de huir hacia nuevos horizontes.
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En Ibagué vivimos como en los tiempos neolíticos: del trueque. En una ciudad en la que no hay empleo ni oportunidades, la gente, se ha visto obligada a poner pequeños negocitos en sus casas. El que puso una venta de arepas le compra al de la tienda, el de la tienda compra en la zapatería de la esquina que a su vez le hace el gasto al de las hamburguesas que contrata al plomero del otro lado de la avenida. Los barrios están dejando de ser residenciales para convertirse en pequeños centros comerciales, con emprendimientos familiares que invisibilizan el desempleo, no generan riqueza y escasamente permiten sobrevivir.
El último estudio de la Cámara de Comercio de Ibagué señala que el 96,23% de las empresas de la ciudad son microempresas, la gran mayoría dedicada a la compra y venta de cosas. Es decir, aquí no tenemos industrias que transformen y den valor agregado a la materia prima. En el fondo, no somos una ciudad, somos un pequeño poblado del neolítico que vive del trueque, que no ha tenido una planificada transformación urbana y en el que las políticas de los alcaldes de turno escasamente son pañitos de agua tibia que no alcanzan para sembrar la esperanza.
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De ser una de las ciudades intermedias con mayor futuro en América Latina, según el Banco Interamericano de Desarrollo, que cuando finaliza el siglo XX entregó un detallado estudio de las acciones que debíamos emprender, pasamos a ser una ciudad invisible que no aparece ni siquiera en las noticias del clima. No hay planes a largo plazo y los alcaldes, con síndrome de Adán, arrasan con las iniciativas del anterior, obligándolos a emprender cada cuatro años un rumbo diferente.
En Manizales, por ejemplo, iniciaron una transformación de su estructura productiva y urbanística, con visión de futuro y hoy es una verdadera ciudad con nuevas avenidas, puentes, viaductos, túneles y un importante crecimiento económico. En 30 años pasó de tener 66 mil empleados a 192 mil, con un Producto Interno Bruto que pasó de 4 millones de pesos anuales por habitante a un valor cercano a los 12 millones de pesos. Hoy, tiene una economía orientada a los servicios, y gracias a política de TIC, es una de las capitales de la innovación en Colombia, siguiendo muy de cerca a Medellín y Bogotá.
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Es claro que un solo alcalde no puede transformar una ciudad de la noche a la mañana. Pero si hay una visión, cada administración recorrerá parte de ese camino. Las Secretarías de Planeación no pueden ser sólo las redactoras de Planes parciales que permiten incorporar predios rurales a la ciudad enriqueciendo a quienes tienen la tierra y promueven con su poder esas políticas. Debemos construir otra ciudad. Ibagué está comenzando a ser inviable. No porque vaya a desaparecer, sino porque con un desempleo del 14.2%, el trueque en el que vivimos solo permitirá sobrevivir y perderemos generaciones de talentosos ibaguereños que ante el maremágnum solo tendrán la opción de huir hacia nuevos horizontes.
Necesitamos una verdadera visión conjunta, corporaciones que unan la academia, el gobierno y los empresarios que den salidas de verdad y no solo se creen para ganar contratos con la administración de turno; necesitamos abandonar las pequeñas, inútiles y mezquinas peleas políticas locales que dominan la agenda, para crear una visión de ciudad que nos lleve en 30 años hacia la esperanza.
- Por: Carlos Pardo Viña, Periodista y escritor.
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