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Gloria Inés Rodríguez, la matrona de los Pardo
No rindo culto a los muertos de mi familia, estuve en vida con ellos, disfrutando de lo bueno y olvidando lo malo. Así termina el texto de doña Inés Rodríguez de Pardo, una mujer casi nonagenaria que sigue siendo el hilo conductor de una familia llena de historias para el Tolima, en especial en el campo de la cultura.
Doña Inés no tiene recuerdos de su mamá. Desde los 5 años de edad percibió a su hermana Sofía, 4 años mayor que ella como su guardiana. Su padre, Carlos Arturo Rodríguez había podido de acuerdo a las costumbres de la época dejarlas en un convento, pero no renunció a ser papá y vivió para ellas y por ellas hasta su muerte.
Los primeros años de Inés fueron alrededor de la música, el arte y la política. Su padre fue un activista del partido Comunista y gracias a los encuentros con sus pares, las niñas Rodríguez tuvieron la oportunidad de estrechar la mano y compartir con intelectuales de la época como Luis Vidales y León de Greiff, e inclusive escuchar a Jorge Eliécer Gaitán en la sala de su casa platicando con su papá.
Inés Rodríguez renunció a seguir su camino de intérprete, junto con su hermana y gracias al acompañamiento de su padre ganaron una beca para continuar la vida artística en México, país que vivía una época de oro en el campo cultural. Sofía continúo en ese camino y se convirtió en una de las actrices más destacadas de Colombia durante las decadas 50, 60, 70´s.
A los 15 años y sin el consentimiento de su papá, pero con la bendición de su tía Mercedes va al altar con un campechano, como lo dice en el libro Los Pardo, historias y canciones, publicado en 1999.
Con Pablo Emilio Pardo dura 20 años entre dietas y embarazos, 10 hijos, 4 hombres y 6 mujeres que llegan rapido a la vida de Inés, a quien le tocó vivir la violencia partidista de los años 50´s, huir con sus hijos del Líbano, regresar a Bogotá donde nació su cuarto hijo, volver al Líbano, otra vez Bogotá y luego Ibagué.
Eran tiempos en que las mujeres debian ser abnegadas y hacer caso, sin que además pudieran trabajar. Pero ella rompió esquemas. En ese primer regreso a Bogotá con tres hijos decide vender libros y gracias a esa lectura de los clásicos que hacia con su papá y hermana la llevan a ser la mejor vendedora de la época.
La jovialidad, la riqueza del lenguaje, y su encanto social la llevaron a abir puertas a donde llegaba. Trabajó en el ministerio de Hacienda como mecanotaquigrafa, y lo primero que hizo fue contarle a sus compañeros que nunca había cogido una máquina. Sus coadjutores se doblaban en el quehacer apoyando a su nueva parner que en poco tiempo se volvió diestra en el oficio y a su vez contadora de historias, esas que no conocían pero que recreaba con tanta destreza que los llevaba al lugar de las páginas de las Mil y una Noche.
Su esposo decidió que volvían al Líbano y le tocó renunciar a esa casa que le otorgaba el gobierno y peor aun, renunciar a trabajar en el pueblo, porque don Pablo no permitiría que su esposa ayudara en el hogar con la responsabilidad dada a los hombres.
Doña Inés se las ingeniaba para hacer rendir el dinero y don Pablo andaba con su volqueta o camión abriendo caminos por Colombia. Pero la violencia otra vez se enceguece y por el activismo realizado por su esposo en aquellos tiempos, lo llevan a exiliarse, a dejar a su Inés nuevamente sola en el Líbano.
Cansada de esa aventura vende hasta la reja de su casa en el barrio Dulima y regresa a Bogotá. Su papá, hermana y cuñadas estaban felices de ese reencuentro. Con sofía su hermana recordaban esos momentos donde leían la poesía de León de Greiff, Luis Vidales o los libros en ese entonces prohibidos.
Inés se habia jugado el todo por el todo. Atrás quedaba la vida en el Líbano, las angustias después de la muerte de Jorge Eliécer Gaitán, la elección de vivir construyendo una familia en vez de los aplausos cada vez que estaba en un escenario junto a su hermana cantando, haciendo el apunte preciso en el momento indicado.
Repetía lo que Demóstenes dijo una vez, que la virtud empezaba con la compresión y se completaba con valor; no dejó que el enemigo llamado ego se apoderara de ella, que la fama de los aplausos en la tarima acabara aplastando su proyecto de vida.
A su llegada a Ibagué ya con ese batallón de hijos para conseguir casa la pregunta obligada era: ¿tienen hijos? Ella respondía con la verdad: cuatro. Siempre decía: no preguntaron si tenía hijas.
Sus dos primeros hijos se casan con los hermanos Viña, Luis Narciso y Carmen Inés, hijos de los profesores Adolfo Viña y Alcira Caicedo. El clan Pardo se crece y con la llegada de los nietos aparece una oportunidad de negocio con la venta de cunas en la Feria del Mueble, almacen que tuvo mucha fama hasta los años 90 cuando se acabó.
Doña Inés, la mamá grande de los Pardo tuvo la oportunidad de compartir ya como matrona con 7 expresidentes de la República en su casa, con escritores internacionales y nacionales de renombre. Pero para ella, esas son anécdotas. Su verdadera historia está en su labor como mamá, como abuela, bisabuela o tatarabuela, saca pecho porque hizo de su casa un jardín con primavera permanente.
Doña Inés, una mujer nacida en el año 1931 rompió esquemas, fue mamá a los 15 años de edad, trabajó desde temprana edad en diferentes sectores de la economía, sobrevivió a la violencia partidista, eligió su propio destino a pesar del contexto cultural donde el machismo era pan de cada día.
Con ella los nietos aprendieron que la masculinidad no se trata de machismo. Sus reflexiones partían del ejemplo, de los textos en los clásicos reformados en donde siempre hizo respetar los tiempos de cada mujer de la casa, asegurándose que todos se sintieran cómodos en el compartir sus pensamientos y su forma de actuar.
Cinco generaciones: tatarabuela, bisabuela, abuelo. Hija y nieto.
De los nietos a los bisnietos y ahora los tataranietos rompieron la cadena del machismo y ahora entre todos cuando se reúnen en fechas especiales como su cumpleaños, navidad, fin de año, todos actuan con coraje visto como la voluntad de actuar desde el corazón, tal clomo lo hizo ella desde que dio el sí en el altar, elegiendo desde su libre albedrío el construir un hogar tal como lo visionó, a ser una gran artista con el grupo musical Las Alondras del Llano.
Doña Inés está referenciada en los libros de sus hijos. En Verónica Resucitada de Carlos Orlando Pardo relata el momento que sabe que su mamá esta viva, 80 años después la conoce y vive con ella hasta sus últimos días. O Jorge Eliércer Pardo en La trapecista del circo Atayde, novela que hace parte del quinteto de la Frágil Memoria.
Doña Inés está en la cumbre de la montaña, escaló paso a paso sin prisa, pero sin pausa. Goza como mujer, como madre, como viuda, como mamá que perdió 2 hijos y un nieto, como amiga. Su feminidad es parte de su sello en todo su accionar, por eso para el Cronista.co hablar de la matrona de los Pardo, es hablar de una mujer diferente del siglo XX, que sigue tejiendo historias en el siglo XXI.
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