Periodismo de análisis y opinión de Ibagué y el Tolima

Destacadas

La bandera de la reconciliación se tejió en el Líbano, Tolima

La bandera de la reconciliación se tejió en el Líbano, Tolima

“Manos que tejen, haciendo nudos; manos que rezan, manos que dan. Manos que piden algún futuro pa’ no morir en soledad”.

La voz de la artista colombiana Marta Gómez se escucha a través de un parlante en el centro del parque principal del Líbano, municipio cafetero del norte del Tolima donde se congrega un grupo de tejedoras y tejedores que entrelazan hilos amarillos, azules y rojos con sus agujas.

Tejen pequeñas carpeticas en la técnica de ganchillo (mejor conocida como croché) y las van juntando. Se necesitarán cientos de carpeticas, muchísimos metros, hasta formar el enorme textil con el que buscan forrar el obelisco del parque principal y que tendrá el tricolor de la bandera de Colombia.

Es el mismo obelisco, de cerca de ocho metros, desde el pedestal, donde reposan los despojos del fundador del municipio: el general del ejército liberal Isidro Parra, quien llegó a estas tierras desde El Peñol, Antioquia, junto con un grupo de colonizadores antioqueños y caldenses, y fundó un pueblo donde ya había un pequeño caserío con cedros y otros árboles de finísimas maderas.

El gestor de esta iniciativa es Aulio Nel Echeverry Valenzuela, un joven artesano de 29 años de pelo alborotado y ojos verdes. Un muchacho que heredó de su madre, Luz Mery Valenzuela, el legendario y significativo oficio de los tejidos. Con ella tiene una tienda de artesanías en el centro de este municipio de cerca de 40.000 habitantes. También heredó sus ojos color esmeralda.

“Estamos tejiendo resistencia. Lo que queremos es ponerle un estuche a la espada, con los colores de nuestra bandera: amarillo, azul y rojo”, dice el joven, quien ha vivido en otras regiones del país —estudió artes plásticas en la Universidad del Tolima, en Ibagué, y gestión ambiental en Boyacá—, pero siempre vuelve a su tierra. Al obelisco también le dicen así: espada, por su forma. Y pocos saben que allí descansan los restos del fundador Isidro Parra, asesinado por los conservadores la noche del 21 de marzo de 1895.

“Esta también es una manera de protestar por las injusticias que han venido ocurriendo en nuestro país y una forma de recuperar el tejido social”, sigue al recordar que los tejidos son un oficio legendario que ha trascendido de generación en generación en esta población tolimense y que él y otros jóvenes se esmeran en preservar.

Es un hombre sencillo, sin mayores pretensiones. Un joven artista que decidió hacer arte como catarsis ante la compleja realidad del país. Empezó a tejer esta idea desde hace más de un año. Él vive con su familia a pocos metros del parque, donde también queda la tienda de artesanías donde vende las creaciones que elabora con su madre: mochilas de lana de oveja, pulseras, aretes, ‘atrapasueños’, cuadros pintados al óleo, collares...


Aulio Nel Echeverry (de camiseta verde) es el gestor de esta iniciativa.Foto:  José Alberto Mojica

“A mi hijo siempre le ha gustado irse a tejer al parque, debajo de los árboles. Y hace más de un año tenía la idea de forrar la espada (obelisco) porque siempre ha dicho que las armas, cuando están enfundadas, no hacen daño”, cuenta Luz Mery, quien define a su hijo como un ‘espíritu libre’. Y ese sueño se maduró cuando comenzó el paro nacional, el 28 de abril.

Fue entonces cuando convocó a sus colegas artesanos a través de redes sociales y los citó en el parque. Y así, poco a poco, se empezaron a juntar en pequeños grupos. Llegaron tejedoras de oficio, amas de casa y señoras jubiladas. Estudiantes universitarios y hasta niños con ganas de aprender y ayudar.

Las campanas de la catedral de torres blancas de Nuestra Señora del Carmen anuncian que son las 12 del mediodía.

“Somos hijas de campesinas, de personas que construyeron su camino. Tejer es eso: construir sueños y esperanzas”, dice Diana Marcela Oñate. Ximena Peñuela es una artesana consagrada. Ella, al igual que su hermana Sandra, aprendió este oficio de la mano de su madre, Amparo Casas. Yuli, la hermana menor, aprovechó la oportunidad para aprender a tejer de una vez por todas.

Ximena llega al parque vestida con una camiseta de la selección Colombia de Fútbol y con varios carteles. Uno de ellos, dice: ‘En el paro ando y tejiendo nos vamos apoyando. Cuenta con mis manos, para tejer juntos una nueva historia. Cada día, una puntada por la paz y la libertad de todos’.

La abogada Ángela Giraldo, exsecretaria de Educación del municipio, también se hizo presente. “Esta es una manifestación artística, pacífica y artesana que se está dando desde el Líbano en apoyo al paro nacional”.

La abogada boyacense Daniela Laitón, de 24 años, lleva varios meses viviendo en esta población. Llegó con su novio, el arquitecto Joaquín Paredes, a trabajar en un proyecto de construcción. Ella aprendió a tejer con su abuela, Anita Velosa. “Esta es una forma muy bella de hacer protesta, para demostrar que no todos son vándalos. El tejido nos recuerda la humildad y la sencillez de los colombianos”.

La publicista Vanessa Marín considera que tejer es una forma de hacer revolución. “Estoy tejiendo por un país que tiene casi a la mitad de su población empobrecida. Por todos los adultos mayores que tienen que salir a rebuscarse el pan de cada día y por todos los niños que vienen detrás”.

Cuenta que no ha podido conseguir trabajo como publicista. Las oportunidades de empleo para los jóvenes profesionales, lamenta, son muy escasas. Por eso volvió a su pueblo con el sueño de emprender. Fue así como montó una distribuidora de productos orgánicos para el aseo personal.

A su lado está Amparo Rodríguez, profesora de secundaria del colegio Nuestra Señora del Carmen. “Estamos tejiendo resistencia y levantando nuestra voz de protesta contra tanta corrupción y en apoyo a la juventud. Buscamos tejer un mejor futuro para las próximas generaciones”.

Tejer, una forma de protestar y resistir

A esta iniciativa se han sumado amas de casa y jubiladas que asisten con sus nietos, a quienes les enseñan a bordar.Foto: José Alberto Mojica

Las tejedoras y tejedores ya llevan varios días en el parque. Hay un grupo permanente y cada tanto llegan relevos. Aulio Nel lleva su pequeña estufa de gasolina para el parque, en la que prepara agua de panela. La misma que se llevó la vez que estuvo 21 días en una cueva del Nevado del Ruiz, como un proyecto artístico y de meditación cuando estudiaba artes plásticas. También, cuando estaba en la universidad, se plantó una semana al lado de un árbol que iban a talar.

“Imaginé que aquel tejido incorporaría nuestra bandera nacional con franjas rojas en mayor dimensión y que, quizá, podría ser expuesta al revés como muchos de los manifestantes lo han hecho”, expresa el politólogo libanense Juan Alejandro Cruz. “Sin embargo, al ver el símbolo de nuestra pujanza vestido correctamente de nación, me llevó a pensar en el verdadero objeto de todo esto: un pueblo hecho a mano, con un tejido social de diversas puntadas que se unen en la lucha por la justicia y la equidad; un pueblo que se ve rebelde ante el cinismo e indiferencia de sus gobernantes, pero ordenado en el trabajo y progreso”.

Las protestas, aquí, han sido nutridas pero pacíficas. El único hecho lamentable ocurrió en la noche del 5 de mayo, cuando quemaron el peaje que había sido instalado desde el pasado mes de enero, en el cruce del desaparecido Armero (a 32 kilómetros), con el fin de conseguir recursos para financiar la construcción de una carretera que busca atravesar el norte del Tolima, pasando por el Líbano y Murillo hasta llegar a Manizales, Caldas, cruzando parte del Parque Nacional Natural de Los Nevados. Una iniciativa que ha generado malestar en esta y otras poblaciones no solo por el cobro del peaje, sino por el impacto ambiental que podría generar la obra.

Esteffany Sánchez, líder y vocera del gremio transportador, explica que el peaje (a 11.300 pesos por vehículo) se empezó a cobrar el 1.º de febrero por una obra que arrancó a medias y que no se ha logrado una tarifa diferencial para los locales. “La concesionaria ha incumplido con los compromisos pactados con la mejora de la carretera”, sigue la líder, quien también se sumó al grupo de tejedores de la bandera patria.

Y mientras en muchas ciudades del país se han registrado enfrentamientos entre los manifestantes y la policía, en el Líbano los uniformados se armaron con hilos y agujas. “Fue una imagen muy impactante ver a los policías sentados, aprendiendo a tejer y compartiendo con las tejedoras y tejedores”, dice la periodista Máryuri Trujillo. “Y mientras aprendían esos saberes, seguramente intercambiaron ideas sobre todo lo que está pasando en el país. Esta es una forma de decirle a Colombia, desde un pueblo, que sí podemos sentarnos a hablar”, manifiesta Trujillo.

Un pueblo ilustre

Este municipio es reconocido en Colombia por ser un pueblo fecundo en las letras, el periodismo y la ciencia. Son cientos los escritores, periodistas, científicos e intelectuales nacidos en estas tierras cafeteras, donde la cultura y el pensamiento crítico se heredaron de los colonizadores antioqueños y caldenses. Uno de ellos es Carlos Orlando Pardo, prolífico autor de libros y fundador —junto con su hermano y colega Jorge Eliécer— de la editorial Pijao Editores.

Pardo destaca que, desde los tiempos de su fundación, el pueblo ha sido amigo de los trabajos colectivos: desde la construcción de los caminos de herradura hasta el levantamiento de la denominada revolución de los bolcheviques del Líbano, inspirada en el movimiento que triunfó en la Unión Soviética, en 1917, bajo las consignas del socialismo y la lucha de clases.

Se han escrito varios libros sobre este episodio, que para muchos historiadores fue la primera insurrección comunista armada en América Latina. “El más importante de esos libros es el del ilustre paisano Gonzalo Sánchez, quien fuera director del Centro de Memoria Histórica de Colombia y uno de los colombianos más estudiosos sobre nuestra violencia”.

Lo que se retrata allí —sigue Pardo— es cómo ante la injusticia general se revelaron todos los artesanos, campesinos y las gentes humildes. Pero los derrotaron. “Lo único que consiguieron fue un lugar en la historia”.

En 1926, varios sindicatos del país ya habían fundado el Partido Revolucionario Socialista, que planeó una gran toma nacional con el fin de derrocar al Gobierno. La fecha programada: el 29 de julio de 1929. Pero se dieron cuenta de que esa operación había sido descubierta por las autoridades y abortaron la orden. Enviaron telegramas a todo el país, pero al Líbano no llegó. O tal vez se extravió. Y armados con un arsenal de bombas y armas hechizas, 300 hombres salieron a las calles. Pero el Ejército los esperaba. Muchos fueron encarcelados y torturados.

“En los tiempos de la violencia entre liberales y conservadores de la mitad del siglo pasado, los libanenses trazaron cadenas de solidaridad no solo para repartirse ayudas a través de los solares de las casas, sino también información de boca a oreja para proteger la vida”, continúa Pardo al destacar la unión de sus coterráneos.

“Nuestro municipio ha sido siempre el del trabajo por la comunidad y ahora, con el ejemplo de la bandera, encontramos que siguen existiendo esos tejidos de la resistencia, de la solidaridad y la memoria”, finaliza.

Fueron nueve días de trabajo y tejido. Finalmente, la última puntada se tejió el sábado 15 de mayo. Ese día, Aulio Nel Echeverry y varios de sus amigos consiguieron andamios y se treparon para forrar el obelisco. O la espada del fundador Isidro Parra.

“Manos que tejen, haciendo nudos; manos que rezan, manos que dan. Manos que piden algún futuro pa’ no morir en soledad”, se escucha la voz de Marta Gómez.


José Alberto Mojica Patiño | EDITOR DE EL TIEMPO

Siguenos en WhatsApp

Artículos Relacionados